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Estaba nerviosa.

Me encontraba en el complejo del estanque yeerk con los zapatos, la chaqueta y las gafas de otra persona. Llevaba un arma. Lo más inteligente hubiera sido buscar la salida más cercana y salir pitando, pero debía averiguar dónde estaban mis amigos, lo cual significaba examinar el recinto entero.

El estanque en sí es como una especie de lago, pero a su alrededor hay toda una base de almacenes, arsenales de armas, edificios administrativos, un parque automovilístico y una cantina para los controladores más importantes.

En los confines del recinto se llevaban a cabo obras de ensanche con equipo de construcción humano como excavadoras, camiones y apisonadoras.

Sin embargo, la peor zona del complejo con diferencia era el estanque en sí y las jaulas donde se retenía a los portadores humanos y hork-bajirs. Unos gritaban amenazas e insultos y otros permanecían en el suelo derrotados, a la espera de que les fuera insertado el yeerk, que en aquellos momentos nadaba en libertad por el estanque.

Había otra zona que no parecía tan horrible. Era casi como un club de playa donde se reunían los portadores voluntarios, entre ellos algunos humanos, pero en su mayoría taxxonitas. Desde la última vez que había estado allí, las dos zonas habían crecido notablemente. Calculé por encima que en aquellas jaulas debía de haber entre cincuenta y cien portadores.

«Un momento —pensé—, en el estanque hay más de cien yeerks».

Claro, muchos de ellos esperaban la llegada de portadores nuevos.

¿Qué pasaría si disparara la pistola dragón a máxima potencia?

«Que jamás volverías a ver a tus amigos. Eso es lo que ocurriría».

En ese momento, pasaron a mi lado un par de hork-bajirs. Me quedé rígida, pero no prestaron la más mínima atención. Para ellos, yo era un controlador humano más.

Acto seguido, otra pareja de hork-bajirs pasó corriendo por mi lado. Los seguí con la mirada y descubrí que una pandilla de ellos se apresuraba hacia el borde del estanque cercano al embarcadero metálico donde descargaban a los yeerks.

Me dirigí hacia el lugar en cuestión. Debía aparentar tranquilidad. A pesar de lo que allí viese, no podía mostrar ningún síntoma de nerviosismo. Tenía que actuar con toda naturalidad.

Pero lo que allí vi, en el centro de un círculo de hork-bajir, casi me hizo gritar.

¡Ax!

Mi amigo había recuperado su cuerpo de andalita y estaba rodeado por más de treinta guerreros hork-bajirs que le apuntaban con pistolas de rayos dragón.

Un andalita es capaz de acabar con uno, o incluso con dos hork-bajirs, pero no con treinta. Ax estaba atrapado y, sin embargo, parecía tranquilo o, tal vez, resignado.

Eché un vistazo alrededor con el fin de descubrir a los demás, pero no los vi. Puede que estuviesen transformados. Sí, estaba segura de que se encontraban a salvo.

Esperaba que Ax me descubriera, tal vez eso le diera ánimos, aunque debía de estar muy ocupado examinando aquel muro de rostros triunfantes y furiosos.

Dos enormes hork-bajirs se adelantaron y le ataron las patas con una cuerda metálica. Acto seguido, con mucho cuidado deslizaron una especie de vaina sobre la cola mortal del andalita.

Una vez seguros de que Ax era inofensivo, lo empujaron y lo arrastraron por el suelo.

—¡Un andalita! ¡Mirad! —alguien dijo.

Dirigí la vista hacia la persona que había hablado y vi a una anciana distinguida.

—Sí —repliqué—, me pregunto si ha venido solo.

—Basura andalita —gruñó—. Siempre acechando, haciéndose pasar por un animal con la dichosa técnica de la metamorfosis. Han apresado a otros dos, o eso creen, porque tienen forma de murciélago —añadió sonriendo—. Claro que podría tratarse de murciélagos de verdad. Pronto lo sabremos. Visser viene hacia aquí —soltó una risa cruel de película de miedo—. Enseguida lo averiguará.

—Oh, sí —repliqué intentando imitar su risa—. Visser se encargará de esa basura andalita.

—Ojalá pudiera quedarme para ver qué pasa —comentó—, pero me tengo que ir. Mi portador es un juez y debo prepararme para un caso importante.

Se marchó. Decidí no olvidarme de su cara ni de su profesión. Intuía que no me había dicho la verdad exactamente. Aquella mujer no quería estar cerca de Visser, decisión inteligente por su parte porque Visser Tres tiene muy mal carácter y siempre que se enfada ruedan cabezas, literalmente.

Así que dos murciélagos y Ax, con lo cual quedábamos dos. ¿Dónde habrían encerrado a los murciélagos?

«¡Qué tonta, Rachel! Seguro que en el mismo sitio que a Ax».

Tras seguir las huellas por donde habían arrastrado a Ax, llegué a un edificio bajo sin ventanas. Encima de la puerta había un cartel que, aunque no pudiera leer porque estaba escrito en un alfabeto extraño, me daba mala espina.

¿Y si entraba de golpe y los intentaba rescatar? No, sería mejor ir con calma. Mientras no llegase Visser Tres no había peligro.

<Bien, vamos a ver qué ha sido de Rachel. ¿Rachel? ¿Me oyes?>

¡Era Marco! Miré a mi alrededor en vano. Marco podría haber adquirido cualquier forma.

<Rachel, soy yo, Marco. ¿Estás ahí? Han apresado a Jake, Tobías y Ax. Intento ponerme en contacto contigo y con Cassie. ¿Estáis ahí? ¿Podéis responderme?>

Me daba tanta rabia no poder contestar que hubiera gritado. En mi forma humana no podía comunicarme por telepatía. Al menos era un alivio saber que Marco seguía libre.

<¿No? Bueno, espero que estéis bien. Lo volveré a intentar más tarde.>

De repente, se organizó un pequeño tumulto. Un pelotón de humanos y un hork-bajir venían en mi dirección.

—No sé cómo ha llegado hasta allí —gimoteó una voz humana—. ¡Se trata de un error! —era una chica de unos dieciocho años a la que un hork-bajir agarraba con fuerza.

—Cuéntaselo a Visser —añadió un controlador humano mayor moviendo la cabeza de un lado a otro—. No tardará mucho en llegar.

—¡No! —exclamó la joven al tiempo que tragaba saliva—. ¡Todo ha sido un terrible error!

—Así que un error, ¿eh? —replicó el hombre. Echó mano de la mochila de la chica, sacó un pequeño paquete y se lo plantó delante de sus narices—. ¿Y qué se supone que es esto?

—Son… sólo son cereales. Los humanos lo llaman raisin bran. Contiene fibra con uvas pasas, que es lo que el cuerpo humano necesita para funcionar de forma adecuada, así que…

El hombre la hizo callar. Abrió el paquete y olió el contenido. Sacó un puñado del paquete y se lo mostró a la joven.

—No tiene pasas. No intentes darme lecciones sobre los humanos. Llevo dos años en este cuerpo de humano y sé reconocer el aroma del jengibre y del jarabe de arce. ¡Idiota! Eres igual de boba que los humanos con sus drogas. Jamás pensé que un yeerk se rebajara a ese nivel —alzó la cabeza con un movimiento brusco—. Llévatela.

El hork-bajir la arrastró hasta el interior del edificio.

—Demasiada gente se está echando a perder por culpa de esto —dijo el hombre de edad avanzada a otro controlador humano—. Estos malditos portadores humanos pueden resultar malignos. Lleva esto —añadió entregándole el paquete de cereales— a la taquilla con el resto del contrabando.

—Ya casi no queda sitio. Se han incautado cien kilos.

¿Cien kilos?

—Vaya, ésta es la mía —murmuré.