La caída me resultó interminable. Vi acercarse a Jake y a Cassie, pero sabía que jamás lo conseguirían.
<¡Largaos! ¿Estáis locos?>, grité.
¡SPLASH! Caí de espaldas en aquel líquido plomizo. Luché por una bocanada de aire en aquellas aguas que hervían de yeerks.
Me impulsé con fuerza hacia la superficie. Intenté disparar un chorro de ondas, pero aquella agua viscosa me golpeaba en la cara.
¡Dios mío, estaba en el estanque yeerk!
Me invadió el pánico. ¡Estaban por todas partes! Ahora sí que no tenía escapatoria. Me pillarían en cualquier momento. Agité mi única ala empapada, pero todo lo que hice fue revolver el agua.
Iba a llamar a mis amigos cuando pensé que sólo conseguiría que se jugaran la vida en mi rescate.
¿Qué pasaría si los yeerks me convirtieran en un controlador? Entonces me vería obligada a traicionar a mis amigos.
«Sólo pueden convertirte en controlador si adoptas tu forma humana —me decía a mí misma—.A un murciélago no le pueden hacer nada. Su cerebro es demasiado pequeño. Tranquilízate. Todo irá bien si no cambias de forma».
Muy pronto me di cuenta de que los yeerks parecían ignorarme. Era como si no notaran la presencia de un murciélago perdido.
¿Y si fuera así?
Aquellos robots de caza no habían sido diseñados para matarnos a nosotros en particular. Debían de haber sido programados para atacar a cualquier animal. Los yeerks estaban utilizando todo tipo de precauciones. Sabían que habíamos conseguido infiltrarnos en el estanque con anterioridad y por eso habían dispuesto aquellos detectores en las entradas y activado unos robots de caza, que se supone que habían acabado con la vida de más de un animal. Seguro que más de un murciélago despistado había perecido.
Así que probablemente no era el primer animal que caía en el estanque con una herida de pistola dragón.
BUM, un yeerk tropezó conmigo.
Me quedé inmóvil durante un segundo, pero aquel bicho ni se inmutó.
FLASH, otro me rozó y siguió su camino.
<Eso es —recordé de golpe—, ¡están ciegos! Cuando están sumergidos en el estanque, no ven. ¡Sin los ojos del portador no ven!>
¿Cómo demonios encuentran a su portador llegado el momento? ¿Por el olor? ¿El sonido? ¿Otro sentido quizá?
Dirigí la vista hacia el techo de la cúpula pero no divisé a ninguno de mis amigos. Una de dos, o estaban a salvo o los habían atrapado. ¿Cómo iba a saberlo? Prefería no ponerme en contacto con ellos porque sabía que intentarían salvarme y no quería que corrieran riesgos por mi culpa. Lo que sí sabía era que mis amigos estarían preocupados pensando que estaría en grave peligro o incluso algo peor.
¿Qué iba a hacer?
Si los yeerks no veían a un murciélago, ¿podrían ver a un humano? ¿Y si me transformase en tiburón? Podría recorrer el estanque y zamparme a todos esos malditos gusanos hasta que uno de los controladores de tierra firme viera mi aleta dorsal y me fulminara.
Notaba una ligera corriente circular en el estanque que me empujaba hacia el horrible embarcadero metálico adonde arrastraban a los portadores para sumergir su cabeza en el agua, de modo que el yeerk pudiera volver a entrarles por el oído.
¡Bajo el embarcadero! ¡Eureka! Si iba a transformarme, aquél sería el lugar adecuado.
Según me iba a cercando, me empezaban a llegar los gritos, los gemidos y la absoluta desesperación de las víctimas.
—¡No! ¡No! ¡Suéltenme! ¡No tienen ningún derecho! ¡Suéltenme! Tengo hijos… —chillaba una mujer.
La voz se cortó de golpe. Le habían sumergido la cabeza en el agua. Al rato, la mujer se incorporó con absoluta tranquilidad, reconvertida una vez más en controladora.
Desde aquella posición veía el embarcadero a la perfección, aunque desde un ángulo demasiado bajo. Controladores hork-bajirs con gesto aburrido arrastraban a la fuerza a los humanos y a otros hork-bajirs hasta el final del embarcadero, los agarraban de los pies y sumergían su cabeza en el agua.
Para los hork-bajirs era un día de trabajo como otro cualquiera. Las amenazas y los ruegos no significaban nada. Estaban acostumbrados. Lo habían oído cientos de cientos de veces.
La idea de transformarme en tiburón y hacer una buena escabechina me atraía cada vez más. Odiaba profundamente a aquellas sabandijas que culebreaban a mi alrededor.
Sabía que era una idea suicida y que seguramente había otra forma menos arriesgada.
El embarcadero se hallaba casi a nivel del agua, tan sólo habría unos centímetros de separación.
«Bueno, Rachel —pensé—, lo que está claro es que no quieres acabar como un murciélago con una sola ala».
En cuanto alcancé el embarcadero, me oculté debajo y comencé la metamorfosis en medio de territorio enemigo.
Intenté aferrarme de alguna forma, rezando para que me hubiera salido una mano de algún tipo. Sentí que unos dedos achaparrados y ásperos luchaban por agarrarse al acero del embarcadero.
Mi rostro humano cobró un poco de forma en aquellos centímetros cúbicos de aire que había debajo del embarcadero y, entonces, a través de las ranuras de los tablones de metal alcancé a ver los pies de los hork-bajirs y el extremo de la cola que sobresalía por encima de sus cabezas. También vi cómo unos pies humanos se resistían a avanzar.
—¡Por favor, se lo ruego! ¡No, por favor! ¡No, por favor! —gemía el hombre.
Aumenté de tamaño enseguida, lo que provocó que muchos yeerks chocaran contra mi cuerpo y, cuando estaba a punto de concentrarme en el tiburón, algo me hizo recapacitar. Tal vez no fuera el animal ideal para aquella situación.