Se trataba de una grieta que cortaba la piedra en vertical. En según qué zonas no mediría más de veinte centímetros, treinta como máximo.
Atravesamos la grieta rozando la piedra con la punta de las alas. Las ondas nos transmitían un mundo de bocetos.
<¡Guau! ¡Esto es como en La guerra de las galaxias! —exclamé, disfrutando del viaje a conciencia—. ¿Os acordáis del ataque a la estrella de la muerte y…?
De repente, la grieta cayó unos tres metros en vertical y entonces…
<¡Guau!>
¡Salimos a la luz! Fue como recuperar la visión. La gente cree que los murciélagos están ciegos, pero no es así. Debajo de nosotros había una enorme zona abierta iluminada con luces de estadio.
Revoloteamos en círculo por la parte superior de lo que parecía una cúpula.
La grieta por la que habíamos llegado estaba casi en la parte más alta de la cúpula. Y allá abajo se extendía el estanque yeerk.
<Bueno —anunció Jake—, parece que hemos dado con lo que queríamos.>
<Sí, estupendo —comentó Cassie en tono funesto—. Y ahora ¿qué?>
<Hay que pensar un modo de traer hasta aquí el puré de avena. Además, ¿cómo se lo vamos a suministrar a los controladores humanos?>, respondió Tobías.
<Oye…, tal vez no haga falta suministrárselo a los controladores humanos —indicó Cassie—. No sé cómo no se me ha ocurrido antes. Son los yeerks los que se vuelven locos con el puré de avena, ¿verdad? Así que ¿por qué no lo echamos en el propio estanque y listo?>
<¿Funcionaría? —preguntó Tobías—. Yo creía que lo único que podían comer era rayos kandrona. ¿Tienen boca, para empezar?>
<Sí —contestó Ax—, los yeerk tienen boca, o al menos lo que vosotros consideraríais una. De hecho, si mal no recuerdo, en una de mis clases de Exobiología en las que desafortunadamente…>
<… te dormías —añadí—. Ya lo sabemos. Nos has contado mil veces que no te gustaban las clases de Exobiología.>
<No me dormía —protestó Ax ofendido—. Sencillamente, dejaba volar la imaginación y me relajaba de tal forma que no estaba del todo atento.>
<¿Roncabas cuanto te relajabas?>
<Lo que iba a decir, en cualquier caso, es que alguna vez sí que estuve atento, y creo que los yeerks tienen algo llamado nodos de ósmosis, que es lo que utilizan para absorber los rayos kandrona. Además, cuando absorben el líquido del estanque, también ingieren otros nutrientes.>
<Así que si vaciamos una buena cantidad de puré de avena en el estanque, algo deberían absorber, ¿no?>, preguntó Jake.
<Sí, príncipe Jake. Yo diría que sí.>
<Ah, genial. Me encanta arriesgar mi vida por un «yo diría que sí»>, se quejó Marco.
<¡Atención! —exclamó Tobías—, creo que tenemos compañía. Por allí.>
Disparé ondas a mi alrededor y capté dos bolas brillantes de acero del tamaño de una pelota de playa que se acercaban por el aire en nuestra dirección.
<¡Robots de caza! —gritó Ax—. ¡Fuera de aquí!>
<¿Por qué?>, pregunté.
No hizo falta que me contestara.
¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM! Tres finas pistolas de rayos dragón emergieron de las bolas y nos dispararon.
Sentí un agudo dolor en el ala derecha y percibí un olor a quemado. Examiné el ala y allí en la fina piel descubrí un agujero perfecto del tamaño de una moneda.
<De acuerdo, larguémonos de aquí>, anuncié. Me volví y me dirigí hacia la grieta junto con todos los demás.
¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM!
<¡Aaarrgghh!>
¡Tobías! ¡Habían alcanzado de lleno a Tobías! Dios mío, había perdido el equilibrio y caía directo al estanque. Me vino a la cabeza un flash de la caída del señor Edelman, y sin tiempo que perder, me lancé en su ayuda.
Los murciélagos no son muy rápidos. Por suerte, Tobías era un experto volador y se las había ingeniado para frenar la bajada con la única ala que le quedaba sana. Lo alcancé y lo agarré con mis diminutos pero fuertes pies de murciélago. Ax y Jake llegaron en un segundo y lo empujamos hacia arriba como pudimos.
¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM! Los robots caza seguían acercándose.
<¡Aaahhh! ¡Me han alcanzado!>, gritó Ax al tiempo que perdía fuerzas. Después de aquello jamás conseguiríamos llevar a Tobías hasta la grieta.
<Somos murciélagos —alcanzó a decir Tobías a duras penas—. Puedo colgarme.>
Comprendí al instante lo que trataba de decir. Bastaría con acercarlo a una superficie cualquiera para que pudiera aferrarse. No era la solución ideal, pero tampoco teníamos mucha elección.
Jake se abalanzó por debajo de nosotros y nos empujó hacia el techo de piedra en curva. Tobías rascó la pared como un poseso hasta que sus pies encontraron algo a lo que aferrarse.
Los robots de caza no se detuvieron. Avanzaban con tranquilidad, como si contaran con la suficiente inteligencia para saber que éramos carne de cañón.
<¡Ax! ¿Esos cacharros tienen algún punto débil?>, gritó Marco.
Cassie y Marco se habían ocultado. Me extrañó, pero quien era yo para exigirles nada…
<Sistema visual de tiro —gruñó Ax—. Una lente, como la de una cámara humana.>
<Ya lo veo>, gritó Cassie.
¡BONK!
¡BONK!
Las ondas de la ecolocación me informaban de la existencia de unas diminutas piedras rodando por el aire, como si alguien las hubiese lanzado desde un bombardero. Cassie y Marco se habían equipado con sendas piedras, se habían lanzado contra los robots y las habían soltado.
Una de ellas debió de dar en el blanco porque uno de los robots comenzó a desvariar como si hubiese perdido el rumbo.
El otro, sin embargo, estaba a tan sólo seis metros cuando disparó. Extendí una de mis alas para proteger a Tobías.
¡SSIIIUUMMM! ¡SSIIIUUMMM!
El rayo me chamuscó un ala, reduciéndola a un muñón. Caí como una piedra, atravesando el aire húmedo del ambiente, de cabeza al estanque.