<¡Aaaaaaaahhhhhhh!> La caída me resultó eterna.
<¡Rachel!>
¡PUUM!
<¡Rachel! ¿Qué pasa?>, me preguntó Cassie por telepatía.
Aterricé de espaldas sobre algo blando y apestoso.
Aunque no veía nada, presentía que había ido a parar a un sitio abierto y grande. ¿Sería el estanque yeerk? Imposible porque allí habría luz.
Entonces me percaté de que no estaba sola. No sabía qué o quiénes eran pero percibía su presencia, y no eran pocos.
<¡Rachel! —gritó Jake—. Contesta si me oyes.>
<Estoy bien —respondí—. Creo… creo que he aterrizado en una especie de cueva.>
<¿Ves a un tipo con una capa y un coche de impresión?>, preguntó Marco.
<¿Qué?> Estaba demasiado preocupada como para pensar en sus estúpidas bromas.
<La Cueva del Murciélago —aclaró—. ¿Y si resulta que has dado con la Cueva del Murciélago?>
Aquello me dio la pista para imaginar lo que había por encima de mí.
<Ahora que lo dices, Marco, creo que, de hecho, he caído en una cueva de murciélagos, pero de los de verdad. Saltad, no os haréis daño. Aterrizaréis sobre un mullido colchón de excrementos de murciélago.>
Fueron cayendo uno a uno y enseguida volvimos a estar los seis juntos, seis bonitos topos revolcándose en excrementos de murciélago, en su mayoría secos, por suerte.
Fuera del maldito túnel tan limitado, iba recuperando mi humor, incluso tenía ganas de reír.
<Bueno, todo un éxito, ¿no creéis? ¿Una semana entera de trabajo, una semana entera de excavaciones para esto, para llegar a un enorme depósito de excrementos de murciélago? ¿Sabéis lo que pienso? Creo que todo esto ha sido una locura, el plan ha estado maldito desde el principio. Y es culpa mía. ¿En qué hora se me ocurrió a mí salvar al señor Edelman? Debería haber dejado que se estampara en el asfalto.>
<No podemos dar marcha atrás a estas alturas —declaró Marco—. En casa tengo treinta y seis paquetes de puré de avena instantáneo con sabor a jengibre y jarabe de arce. Y con diseño abre fácil.>
<¿Por qué no nos transformamos?>, propuso Cassie.
<¿Para qué? —replicó Tobías—. ¿Para disfrutar a tope de este sitio tan acogedor?>
<No, yo pensaba que, ya que estamos en una cueva de murciélagos, podríamos utilizar nuestras formas de murciélago>, puntualizó Cassie.
<Ah, pero yo no tengo>, replicó Tobías.
<Bueno, eso se arregla en un minuto —añadió Cassie riéndose—. Apuesto a que ahí arriba cuelgan unos cientos de ellos y seguro que están esperando a que alguien llegue y adquiera su ADN.>
<No entiendo por qué estás tan contenta —censuró Jake—. No sé si te das cuenta de que estamos en una cueva, muy lejos de la superficie, y sin forma de salir excepto por un túnel de topo al que ya no podemos acceder.>
<No, no, no —contradijo Cassie—. Te equivocas. ¿No os dais cuenta? Al anochecer los murciélagos salen de su refugio volando. Salen, sí. Salida, ¿os suena?>
<¡Ey! Tiene razón —grité—. No nos vamos a quedar aquí enterrados. No es que estuviera preocupada ni mucho menos.>
<Ya, sólo que serán los excrementos de murciélago los que nos entierren —murmuró Marco—. Hagamos lo que dice Cassie. Vamos a transformarnos en murciélagos.>
Sí, no era una mala idea. Después de todo, si estás en una cueva de murciélagos, lo mejor es ser uno de ellos. Claro que primero debíamos recuperar nuestras formas naturales.
Aquello no iba a ser tan divertido.
Pensabais que era asqueroso ser un topo en una cueva de murciélagos, ¿verdad? Pues imaginaos el mismo escenario pero con cuerpo humano. Además, el techo de la cueva resultó ser más bajo de lo que pensábamos, y pasamos por el mismo proceso que al transformarnos en topos, cuerpos hinchados sujetos por pies y brazos minúsculos.
—Ah, ¡que asco! —se quejó Marco—. Sepultados en esta…
—Guano, en este guano —completó Cassie.
—Eso, guano, me lo has quitado de la punta de la lengua.
—¡Esto es asqueroso! —grité.
Me salieron de repente los brazos y las piernas y tuve que apoyar las manos en aquella cosa para ponerme en pie. Lo único bueno de aquella situación fue que olvidé por completo la sensación de claustrofobia.
<¿De qué te quejas, Rachel? —protestó Tobías—. Imagínate que tienes plumas, ¿qué pasa cuando juntas plumas y esto?>
Me incorporé, levanté la cabeza y entonces descubrí que la cueva no era tan alta como había creído, al encontrarme rodeada de peludos murciélagos de cuerpos blancos y cálidos.
—Marco, estírate —le indiqué—. Ponte de puntillas.
—¡Aaaaahhhhhhh! —gritó—. Muy graciosa, Rachel. Cada día me sorprendes más con tu madurez.
—¿Y qué querías que hiciera, que me lo llevase yo todo sólo porque eres bajito?
Se nos escapó la risa. A nueve metros bajo tierra, en una cueva de murciélagos tan oscura que era como si estuviéramos ciegos, perdidos, asustados y embadurnados de caca de murciélago, nos echamos a reír.