<Esta me costó lo suyo —explicó Tobías orgulloso de sí mismo—. Horas y horas de vigilancia detrás de los controladores que conocemos; miradas a hurtadillas por las ventanas. Incluso me transformé en humano para inspeccionar el interior de un McDonald’s. Así fue como averigüé lo del Happy Meal.>
Convertidos en moscas revoloteábamos como posesos en el interior de un McDonald’s. Aquello era una locura. El olor a carne, ketchup, aceite y salsas invadía cada rincón.
La mosca que había en mi creía haber muerto y estar en un buen contenedor de basura del cielo. Los restaurantes de comida rápida son el lugar preferido de las moscas.
<¿Qué hay de especial en el Happy Meal?>, preguntó Cassie.
<Un momento… ¿Happy Meal, habéis dicho? ¿Y por qué está feliz, la comida?>, preguntó Ax.
<Es la contraseña —explicó Tobías contestando a la pregunta de Cassie—, la señal. El controlador se acerca al mostrador y dice: «Quiero un Happy Meal con extra de happy». Esa es la contraseña.>
Volaba boca abajo cerca del techo, buscando un sitio donde posarme y descansar. Revoloteé hacia un trozo grasiento cerca de la freidora, di una voltereta hacia atrás y me posé. Mi boca, una especie de matasuegras, se desenroscó y comenzó a escupir unos jugos digestivos sobre la grasa para después absorber la sustancia pegajosa resultante.
Ya sé que es asqueroso, pero prefería eso a resistirme al ansia de la mosca, desesperada por llevarse algo a la boca.
<Una vez hecho el pedido —prosiguió Tobías—, se dirige hacia el cuarto de baño pero, en lugar de entrar, abre la puerta de la cocina y, aquí viene lo bueno, se mete en la nevera.>
<Y después ¿qué?>, preguntó Jake.
<No lo sé. No alcancé a ver lo que sucedía a partir de ese punto.>
<De acuerdo. Este es el plan —indicó Jake—. Esperamos a que alguien pida el Happy Meal con… ¿cómo era?>
<Extra de happy>, completó Tobías.
<¿Es imaginación mía o los yeerks han desarrollado sentido del humor?>, preguntó Marco.
<Una vez localizado nuestro controlador, lo seguimos. Hasta aquí todo bien —prosiguió Jake y entonces, creyendo que los demás no lo oíamos, añadió—: Sí claro, todo bien. Un pequeño picnic en el estanque, seguro que les encanta.>
<Um, Jake —dijo Marco—. Que sepas que hemos oído eso último. Lo has dicho en alto.>
<Lo siento.>
<Hoy estas inspirado, ¿no? —agregué con una risa—. Venga, vamos…>
<¡No! No sigas, no pronuncies «¡Vamos allá!»>, gritó Marco.
Nos turnamos para colocarnos en el puesto estratégico sobre el mostrador. No tuvimos que esperar demasiado porque enseguida apareció una mujer que pidió un Happy Meal con extra de happy.
La seguimos hasta la cocina sin dificultad y de ahí hasta el interior de la nevera.
<Tenemos que salir de aquí cuanto antes —dije—. El frío me está atontando.>
<En efecto, este organismo no regula la temperatura corporal —observó Ax—. Que idea tan extraña. Los humanos hacéis cada cosa…>
<Ax, los humanos no somos responsables de…>
<Sí, lo sé. Intentaba hacer un chiste al estilo humano.>
<Estupendo —murmuró Marco—. Los yeerks se vuelven graciosos y el andalita hace sus pinitos.>
La mujer controladora aguardó pacientemente y, después de un par de segundos, la parte trasera de la nevera se abrió.
La mujer dio un paso adelante y nosotros la seguimos. Aquello sería coser y cantar.
«¡BrrrIIIIIT! ¡BrrrIIIIIT! Detectada forma de vida no autorizada. ¡BrrrIIIIIT! ¡BrrrIIIIIT! Detectada forma de vida no autorizada».
La mujer controladora miró a su alrededor. A través de la visión fragmentada y dividida de la mosca vi cómo sus ojos azules, del tamaño de una piscina, se volvieron y examinaron el lugar.
—Histéricos de la seguridad —murmuró para sí—. Sólo son unas moscas.
Sin embargo, la voz mecánica continuaba escupiendo instrucciones.
—Cierre muy bien los ojos para proteger sus retinas del biofiltro Gleet.
<¿De qué?>, pregunté.
<¡Fuera de aquí!>, gritó Ax.
<¿Qué?>
<¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!>, gritó Ax de nuevo.
Ax nunca grita, así que cuando lo hace es porque cuenta con una buena razón.
Me volví en el aire como sólo una mosca sabe hacer y me apresuré hacia la ranura de la nevera, que todavía no se había cerrado.
De repente, el mundo entero pareció estallar en una deslumbrante explosión de luz. Sentí como si mis ojos compuestos se derritieran. Continué volando a ciegas hasta colarme por la ranura cada vez más estrecha. Enseguida noté el frío en el cuerpo.
<¡Estoy ciega!>, exclamé.
<Lo estamos todos —precisó Ax con absoluta tranquilidad—. Hemos tenido suerte de que sólo nos hayamos quedado ciegos. Un biofiltro destruye toda forma de vida cuyo ADN no este registrado en los controles del ordenador. Tecnología andalita, por supuesto. Los yeerks les deben de haber robado la composición.>
<Ax, ¿me estás diciendo que ese filtro o como se llame es capaz de eliminar cualquier forma de vida que no tenga programada en su interior?>, preguntó Jake.
<Sí, príncipe Jake, me temo que así es. Destruirá todo lo que no sea un controlador humano.>
<Eso significa que no hay forma de acceder al estanque yeerk —añadió Tobías—. Seguro que han instalado esa tecnología en todas las entradas.>
No sabía si alegrarme o enfadarme, ¿quién no se sentía un tanto aliviado de no poder entrar al estanque?
Como poco era frustrante. Lo que no podía soportar era el hecho de que los yeerks nos habían superado, y eso sí que me ponía furiosa.
<Debe de haber alguna forma de entrar>, intervine.
<Ya me gustaría saber cómo>, añadió Marco.
Nadie pronunció una palabra hasta que Cassie dijo:
<Bueno… hay una forma.>
<¡Lo retiro! —exclamó Marco—. ¡Lo retiro! No me gusta nada el tono que has empleado, Cassie. La verdad es que prefiero no saberlo.>