12

Aquella noche soñé con el estanque de los yeerks.

Antes no solía soñar o, si lo hacía, pocas veces lo recordaba. Ahora sueño mucho, tengo terribles pesadillas en las que me quedo atrapada en una forma espeluznante mitad humana, mitad insecto. También he soñado con aquella batalla salvaje en el túnel de aquel hormiguero, y con los gritos y la masacre devastadora cuando acabamos con la kandrona situada en lo alto de la torre EGS.

Pero, sobre todo, sueño con el estanque de los yeerks.

Oigo los gritos y las maldiciones de los portadores humanos encerrados en jaulas mientras sus yeerks chapotean en las aguas plomizas del estanque. No soporto esos gritos de desesperación. Me vuelven loca. En el sueño estoy furiosa con toda esa pobre gente y me entran ganas de gritar: «¿Por qué no lucháis? ¿Por qué no lucháis?».

Y entonces un par de hork–bajir me agarra y me conduce hasta el embarcadero de acero. Y soy yo la que grito y pataleo, suplicando que alguien me ayude, sabiendo que no hay escapatoria, que estoy sentenciada. Estoy desesperada y no soporto esa sensación.

Los hork–bajir me agarran por las piernas y me colocan boca abajo al borde del embarcadero hasta que mi rostro dista un par de centímetros del lodazal que hierve con los rápidos movimientos de los gusanos.

Entonces bajan mi cuerpo y me obligan a meter la cabeza dentro del agua, donde veo al yeerk que me va a esclavizar. Es un gusano gris, una forma vaga e imprecisa en el agua.

Me resisto, pero ¿qué puedo hacer contra dos hork–bajir? Por mucho que me revuelvo, tengo la cabeza bajo el agua y todo lo que grito son burbujas.

El yeerk me roza la oreja. Lo siento como si fuera un caracol grande. Y entonces un dolor agudo me avisa de que está intentando abrirse camino a través del conducto del oído. Aunque el dolor es espantoso, lo peor es pensar que me ha atrapado.

Una vez ha conseguido penetrar en el cerebro, siento un tirón y me sacan del estanque, a punto de perder el conocimiento por la falta de aire. Quiero tocarme la oreja, pero los brazos no me responden. Intento gritar, pero he perdido el control de la boca.

Y chillo en algún rincón solitario y oscuro de mi cerebro.

Mientras tanto, el yeerk abre mis recuerdos y contempla divertido mi vida. Entonces me invade la desesperación.

Me desperté con la almohada empapada de sudor. El reloj marcaba las tres y veintisiete de la madrugada.

Íbamos a descender al estanque yeerk. Yo, la poderosa y valiente Xena, me cubrí la cabeza con la manta y me puse a temblar.

Cuando amaneció, me levante y me puse una bata. Afuera estaba nublado y gris, pero aun así me dirigí hacia la ventana y la abrí como todas las mañanas.

Tobías apareció casi en silencio, entró en la habitación y se posó con habilidad sobre la cómoda.

<¿Cómo estás?>, preguntó.

—Bien —contesté en voz baja—. ¿Y tú?

Siempre que viene Tobías tengo que hablar en susurros. Mis hermanas duermen en la habitación de al lado, por eso cierro mi cuarto con llave.

<He desayunado bien —comentó Tobías—. He tenido suerte con la caza.>

Me dirigí hacia el escritorio y abrí uno de los libros.

Deberes.

—¿Te gustan las matemáticas?

<Creo que han llegado a gustarme, sí —respondió Tobías—. Al fin y al cabo, dos y dos son cuatro en todas partes.>

Supongo que aquella escena resultaba un poco extraña. Un ratonero de cola roja acomodado en el borde de mi mesa y yo sentada a la luz de una sola lámpara mientras mi familia dormía. Siempre que Tobías conseguía un desayuno a primera hora de la mañana y no llovía, se acercaba a hacerme compañía.

<¿Te preocupa lo de volver al estanque yeerk?>

Me reí como si el asunto no fuera conmigo.

—Si alguna vez dejara de preocuparme por algo así, entonces sería cuando me podríais encerrar con el señor Edelman.

<Ya. Escucha, esta vez voy con vosotros. ¿Qué forma crees que utilizaremos?>

—No tienes que hacer esto, lo sabes, ¿no? —repliqué tras soltar un suspiro.

<Sí, pero dime ¿qué forma utilizaremos?>

—No lo sé, probablemente la de la mosca o la cucaracha. ¿Has descubierto alguna entrada al estanque?

Durante gran parte del día, mientras nosotros estábamos en el colegio, Tobías se encargaba de controlar los movimientos de los controladores identificados y de los cambios de lugar de los accesos al estanque. No le costaba demasiado esfuerzo.

<Sí, hay una nueva entrada —contestó. De haber tenido boca, habría sonreído—. Os va a encantar.>

—Si conduce al estanque —añadí mirándole de soslayo—, dudo que me guste.