—Hemos dado con el arma definitiva —informó Marco a los demás cuando estábamos todos reunidos en el granero de Cassie—. Puré de avena con sabor a jengibre de arce.
—Puré de avena con sabor a jengibre y jarabe de arce instantáneo —corregí.
—Eso es, instantáneo —repitió Marco.
Cassie, Ax y Tobías nos miraron fijamente. Tobías había recuperado su cuerpo de ratonero, y con esa forma es capaz de taladrarte con la mirada. Ax había adoptado su cuerpo de andalita y miraba con los cuatro ojos al mismo tiempo.
—Puré de avena —consideró Cassie.
—Puré de avena —confirmó Jake—, pero sólo el que es instantáneo y sabe a jengibre y a jarabe de arce. Supongo que desconocen la razón.
<Quizá sea el jarabe de arce>, sugirió Tobías.
—O el jengibre, o el hecho de que sea instantáneo. Sea lo que sea —añadí—, ¿qué importa? Lo increíble es que disponemos de un arma con que atacar a los controladores humanos. ¿Os dais cuenta? Un controlador prueba el puré de avena y, a partir de ese momento, no puede parar. Se convierte en una adicción, y lo mejor de todo, es que el yeerk alojado en el cerebro se vuelve loco. Lo que debemos hacer es conseguir grandes cantidades del dichoso puré y suministrarlo a cuantos más controladores mejor.
Miré de soslayo a Cassie intuyendo que aquello no le había gustado un pelo. Sin embargo mi amiga no se había inmutado; seguía a lo suyo, agachada revisando el vendaje de un tejón herido.
Para mi sorpresa fue Tobías el que tuvo algo que objetar.
<Te das cuenta de que hay algo en tu propuesta que no está bien, ¿no?>
—¿Cómo? —exclamó Marco levantándose de un brinco del fardo de heno donde había estado recostado—. ¿Qué has dicho? ¡Tenemos una bomba de relojería en nuestras manos! ¡Hemos descubierto algo que hace que los yeerks se vuelvan majaras! ¿Qué hay de malo en ello?
<Bueno a mí me parece que, si crea adicción, es una droga>, argumentó Tobías.
—Es puré de avena, ¿vale? —repliqué a punto de perder los nervios—. No se trata de una sustancia ilegal.
<Que sea una droga o no depende del efecto que tenga en cada uno —insistió Tobías—. Si te enganchas a una sustancia ilegal y te destroza, eso es una droga. Si te enganchas al puré de avena y te destroza…>
—Pero aun así ¡es puré de avena! —exclamé—. Maldita sea, puré de avena es puré de avena. No me puedo creer que estemos discutiendo sobre esto.
—Escuchad —añadió Marco—, aquí lo que cuenta es que ¿QUÉ IMPORTA? ¡Son yeerks! ¡El enemigo, ¿recordáis?! Ellos nos atacaron, no al revés.
<¿Y qué pasa con los portadores humanos? —preguntó Ax—. Los yeerks ya no tienen necesidad de alimentarse de rayos kandrona y a partir de ese momento pueden vivir dentro del portador para siempre, incluso aunque se les retire el puré de avena de la dieta. ¿Qué esperanza les queda a los portadores?>
—Si perdemos esta guerra, no habrá esperanza para nadie —sentencié—. No me puedo creer que precisamente tú, Ax, te lo estés pensando.
<Los andalitas —replicó Ax mirándome con los ojos giratorios— llevamos más tiempo en guerra que vosotros y entendemos la tentación de rebajarse al nivel del enemigo.>
—¡Rebajarse al nivel del enemigo…! —gritó Rachel.
<También sabemos —me interrumpió Ax— que es imposible ganar si no estás dispuesto a ser despiadado. Es un tema de equilibrio. ¿A qué nivel de violencia estás dispuesto a jugar para acabar con el mal?>
Miré a mi alrededor. Marco y yo nos habíamos ido juntando casi de forma inconsciente. Tobías estaba posado en uno de los travesaños del techo, atento y vigilante ante la posibilidad de que alguien se acercara al granero. Ax cambiaba de postura para relajar por turnos las patas y ejercitaba su cola de escorpión.
Jake y Cassie eran los únicos que guardaban silencio. Jake parecía preocupado. Se había quedado mirando fijamente al vacío. Yo sabía que estaba pensando en su hermano Tom, que es un controlador.
Lo que no entendía era el silencio de Cassie. Por lo general, es la única que, en temas morales como aquél, siempre lo tiene claro.
—Cassie, ¿tú que opinas? —pregunté.
Vaciló unos segundos, como si quisiera seguir a lo suyo, como si atender al tejón fuese primordial en aquellos momentos. Exhaló un suspiro y se puso en pie. Se volvió, y aquella expresión de su cara me dejó helada.
—No… no lo sé, ¿vale? —dijo Cassie.
Durante un momento me quedé paralizada, y entonces lo comprendí todo. Habíamos tenido un encontronazo con un controlador humano cuyo yeerk era el hermano gemelo de Visser Tres. Aquel yeerk había descubierto un modo de sustituir la kandrona: consistía en alimentarse de otros yeerks. Sí, canibalismo. Lo peor era que había veces en que se sacrificaba también a los portadores humanos.
Cuando aquella malvada criatura nos contó su terrible descubrimiento, Cassie pidió a Jake que lo matara, a lo que Jake se negó.
No sabía por qué, pero me asustaba pensar que Cassie había dejado de distinguir el bien del mal. Cassie era mi mejor amiga y era ella quien me daba estabilidad cuando yo era imprudente, y quien establecía los márgenes morales cuando yo era despiadada.
Supongo que las cosas se iban complicando y se hacía cada vez más difícil distinguir las cosas con claridad.
—Escuchad —continué—, de acuerdo, quizás el puré de avena sea una droga para los yeerks, pero ¿y qué? Estamos en guerra, y más pronto o más tarde, si ganamos, si los andalitas nos envían ayuda, si la raza humana se levanta, vamos a tener que destruir a todos y a cada uno de los yeerks sobre a faz de la Tierra. ¿Me seguís? Ése es nuestro objetivo. Ésta no es una guerra en la que hay una esperanza de paz y de llegar a algún tipo de acuerdo. Es imposible negociar con parásitos. ¿Cuáles serían las condiciones? Decidme. ¿Dejarles unos pocos millones de humanos como portadores?
<Los yeerks son incapaces de llegar a un acuerdo —corroboró Ax—. Hay que hacer que se vayan a su planeta.>
<Por eso les suministramos drogas que crean adicción>, añadió Tobías, irónico.
—Pero ¡si sólo es puré de avena! —explotó Marco.
De repente Cassie se echó a reír. Era una risa cínica de la que jamás hubiera creído capaz a mi amiga.
—Y entonces la frontera que separa el bien del mal se la lleva el viento, ¿no? —agregó Cassie.
Jake se sacudió el miedo y se plantó en el centro del grupo.
—Imaginaos que soy Tom, ¿qué elegiría? Por un lado, vivir como esclavo de un yeerk, sin ninguna libertad. O, por otro lado, vivir como el señor Edelman, con algo de libertad y con capacidad para comunicarse, aunque con un yeerk loco en el cerebro.
<¿Y? —preguntó Tobías—. ¿Cuál es tu respuesta?>
—En la guerra de Secesión —contestó Jake encogiéndose de hombros—, querían acabar con la esclavitud. La mayoría de los soldados sureños que murieron no eran propietarios de esclavos, sencillamente eran valientes. Tal vez podrían haber llegado a un acuerdo y la guerra hubiese acabado antes si el norte hubiese aceptado dejar un número equis de esclavos. Pero, todos sabemos que eso no habría estado bien. La guerra debía continuar hasta que todo el mundo fuese libre.
<O estuviese muerto —añadió Tobías en tono funesto—. De acuerdo, es un buen ejemplo. Odio tener que admitirlo, pero tienes toda la razón. Tenemos que ganar.>
Me eché a reír sin muchas ganas. Siempre me muestro entusiasta y a diferencia de Cassie y Tobías, a veces soy un poco dura. Pero, a pesar de mi carácter, sabía que las palabras «tenemos que ganar» eran el primer paso hacia el infierno.
Jake nunca respondió a la pregunta sobre su hermano. ¿Le suministraría puré de avena en el desayuno sin que se diese cuenta? Ni hablar. Jake mantenía la esperanza de poder liberar un día a su hermano y, según Edelman, no hay remedio si el yeerk está afectado por el puré de avena.
—¿Dónde vamos a encontrar controladores humanos que estén dispuestos a una buena comilona? —preguntó Marco.
—En el estanque de los yeerks —contesté tras soltar un suspiro.