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Jake tenía razón. Pasamos del tamaño de una gaviota, más pequeña que una gallina, al de tres chavales y os aseguro que no había sitio. Estábamos completamente pegados. Marco me metió un dedo en el ojo al crecerle de golpe los huesos de los brazos y sacudir la mano.

Intenté girar la cabeza, pero con el tamaño de un pomelo, los ojos todavía dispuestos en los laterales y el pico atascado entre dos cajas, me resultaba bastante difícil.

Para colmo, sentía un dolor en la espalda que me daba qué pensar. ¿Estaría sintiendo el proceso de la metamorfosis? Se supone que con la tecnología andalita eso no ocurre; sin embargo a mí algo me estaba fastidiando. ¿Y si aquella vez fallara la tecnología? El dolor era bastante serio, como si algo me estuviera presionando la espalda, como si…, bueno como si alguien me estuviera hincando una rodilla por detrás.

<Jake, ¿me estás hincando la rodilla en…?> Justo en ese momento, la telepatía dejó de funcionar. Habíamos superado la barrera que te avisa de que ya eres casi del todo humano.

Nos sentíamos como unas sardinas en lata. Resultaba imposible moverse con aquel revoltijo de rodillas, codos y cabezas ladeadas.

—Esto es ridículo —protesté.

—Hay que transformarse en cucaracha —consiguió susurrar Jake a duras penas.

Siempre he odiado convertirme en un bicho tan pequeño, pero creo que aquella vez me sentí aliviada.

Me dibujé una imagen mental de la cucaracha y de alguna forma, quién sabe cómo, aquello provocó que el ADN de cucaracha que había en mi sistema empezara a reformular todas las células de mi cuerpo. En pocos segundos sería del tamaño de medio pulgar. Según Ax, toda la masa sobrante pasa a deambular por el espacio cero, donde permanece flotando como si fuera un fajo de órganos, pelo y no sé qué más cosas.

Mientras mi cuerpo iba cambiando y me hacía cada vez más pequeña, pensaba en toda la masa sobrante que se iba depositando en algún sitio del gran vacío blanco. Creedme, de sólo pensarlo se me ponía la carne de gallina.

De todos modos, la transformación en sí resultaba tan repulsiva que me distrajo de tales preocupaciones.

Veréis, aunque todos encogíamos gradualmente, cuando empezaron a aparecer los primeros rasgos de cucaracha, todavía éramos muy grandes.

Por ejemplo, unas patas brotaron de repente de mi pecho, como si aquél fuera su sitio de toda la vida. Al principio parecían tallos de pocos centímetros, pero enseguida crecieron, se cubrieron de pelo y se hicieron articuladas. Lo peor de todo es que nos salieron a los tres casi al mismo tiempo.

¡PLAT!

¡PLAT!

¡PLAT!

La metamorfosis no es un proceso lógico. Los cambios son imprevisibles. Cuando nos salieron las patas teníamos el tamaño de un cocker. Lo siguiente en aparecer fueron las antenas, que nos brotaron de la frente, agitándose frenéticas como latiguillos.

Todas mis extremidades estaban cambiando, mis piernas, mis brazos, e incluso mi cara. Es una sensación espantosa, aunque lo peor es cuando te ves reflejada.

Allí no había espejos, pero la cara burlona de Marco estaba a sólo unos centímetros de distancia cuando le brotaron los enormes ojos saltones de cucaracha y la parte inferior de su boca se dividió para formar la repulsiva boca codiciosa del animal.

Por muchas veces que me haya transformado en cucaracha, siempre lo paso fatal. Es una auténtica pesadilla de terror.

La caja que estaba a mis pies iba aumentando de tamaño. Había tanto espacio que perdí de vista a Jake. De Marco solo distinguía una vaga figura al otro lado de la llanura de cartón marrón claro.

<¿Seguís ahí, chicos?>, pregunté para probar si funcionaba la telepatía.

<Sí —contestó Jake—. Escondámonos en esta caja.>

Lo cierto era que no me había preocupado por mirar lo que contenía la caja. Noté que una de las juntas estaba abierta, y aunque la ranura parecía tener casi dos metros de separación, no mediría más de dos centímetros, lo cual era más que suficiente para una cucaracha. Un bicho de esos es capaz de colarse por un agujero del grosor de una moneda.

Los últimos cambios se estaban completando. La coraza dura como una uña, que forma la parte externa del animal, sustituyó a mi piel. Los diminutos restos de mi hígado, corazón y pulmones fueron succionados por los órganos primitivos de la cucaracha.

La capacidad visual del animal no es lo que se dice excelente. Pasé a ver los objetos de forma distorsionada, borrosa y poco definida, pero como ya tenía experiencia en el tema, me había acostumbrado más o menos a distinguir las cosas, siempre que estuvieran a una distancia prudente, es decir, cerca.

Las antenas no cesaban de agitarse, ofreciéndome información continuamente; actuaban como una combinación extraña entre el sentido del tacto y el olfato.

Noté corrientes de aire y vibraciones cuando el cocinero levantó una pesada caja para transportarla hasta el interior del hospital. Percibí a Marco y Jake, otras dos cucarachas, aunque su presencia no le importaba demasiado al cerebro de mi animal, que estaba más pendiente del olor a comida que le llegaba desde muy cerca. Era un aroma dulce y embriagador, justo por debajo de mí.

Correteé por la caja. Era una sensación formidable que conseguía que te olvidaras por un momento de que eras un ser repugnante. Tu cara está a un milímetro del suelo y tienes la sensación de ir a mil kilómetros por hora. Es como si te hubieran atado cohetes a la espalda y salieras disparado por todo el suelo, levantando el polvo con la nariz.

En el filo de la junta divisé con claridad a Marco y a Jake. Observamos el interior de la caja, pero no conseguimos ver nada, a excepción de un gran pozo rectangular o algo por el estilo.

<¿Qué creéis que hay ahí abajo?>, preguntó Marco.

<A saber —le contesté—, comida, seguro, y algo dulce.>

De repente, percibimos unas fuertes vibraciones. Los hombres habían vuelto. Sentí un enorme golpazo cuando dejaron caer sobre la carretilla la pila de cajas en la que nos encontrábamos nosotros.

<¡Vamos allá!>, grité, y me lancé a la oscuridad de la caja perfumada.

<Odio esa frase —se quejó Marco—. Siempre que dice «¡Vamos allá!» de esa manera suicida tan típica de ella, está a punto de pasar un desastre.>