—Así que aquello de allí es el manicomio —comentó Marco con satisfacción. Mirábamos hacia lo alto de la montaña y en particular hacia un edificio de dos plantas de bonito diseño aunque envuelto por un silencio perturbador—. Siempre sospeché que acabaría aquí.
Me guiñó un ojo y tuve que echarme a reír porque me lo había quitado de la boca. Se me había adelantado.
—Me parece que a los pacientes no les debe de hacer mucha gracia que les llamen locos —opinó Cassie dejando escapar un suspiro.
—Pues claro que no —repliqué—. Tendrían que estar locos para que les gustara que les llamaran locos.
Estiré la mano hacia atrás y Marco y yo chocamos los cinco sin que los demás se dieran cuenta.
<Cassie tiene razón. No es políticamente correcto llamar locos a los locos>, añadió Tobías.
—¿Sabes? —dijo Cassie mirándome—, juraría que he oído hablar a ese pájaro. Debo estar loca.
Nos echamos a reír, incluso Jake, que intentaba por todos los medios que nos lo tomáramos en serio, cosa que, como siempre, no se le daba muy bien.
Nos acercamos al hospital mental Rupert J. Kirk. Era un edificio de dos plantas de ladrillo rojo. Delante de la puerta se distinguía una fuente pequeña, un grupo de árboles y unas cuantas tumbonas de lino sobre una zona de césped. Podría ser perfectamente la casa de unos ancianos o un edificio de pisos antiguo, si no fuera porque estaba rodeado por una alta alambrada, coronada por tres hebras de alambre de espino, además de la maciza malla metálica que cubría las ventanas. Aparte de esos pequeños detalles, el aspecto del edificio era formidable.
—¿Soy yo la única a la que le dan escalofríos? —preguntó Cassie.
Levanté la mano.
—¿Qué son escalofríos? —preguntó Ax transformado en humano.
<Es una sensación imprecisa y perturbadora —explicó Tobías—, que te incomoda porque percibes que hay algo que está mal, pero no sabes el qué.>
—Así me siento yo todos los días cuando llego al colegio —murmuró Jake.
—Colegio, manicomio. Si lo piensas bien, ¿en qué se diferencian? —inquirió Marco adoptando una pose filosófica—. En los dos sitios hay reglas estúpidas y comida asquerosa.
Jake hizo un movimiento con la cabeza para indicar que avanzáramos. Íbamos por la acera que hay al otro lado del hospital, disimulando nuestra presencia detrás de la fila de coches aparcados y, justo en el momento en que llegamos al hospital, os juro que el sol se escondió.
Tobías nos seguía revoloteando de árbol en árbol.
—Entrar ahí es pan comido —observó Jake—. Una alambrada y una puerta, vaya cosa. Nada que ver con la mansión de Fenestre o el estanque yeerk. Esto es cosa de niños.
—Sí —corroboré—, entonces entramos, buscamos a George Edelman e intentamos averiguar si sabe algo sobre los yeerks. Después, dejamos a Marco dentro y nos vamos.
—Muy bien —dijo Jake arqueando una ceja—. Creo que ya basta de bromas sobre locos. Esto es serio.
—Qué va —replico Marco, emitiendo un sonido de desaprobación—. Esto no es serio.
—Siempre que nos confiamos, acaban machacándonos —advirtió Jake y, acto seguido, hizo una mueca y añadió—: Tendríamos que estar locos para cometer una imprudencia.
A nadie le hizo gracia.
—He dicho, tendríamos que estar locos… muy bien, como queráis, no os riáis, como si me importara.
—¿Alguien ve una ventana abierta? —pregunté al tiempo que escudriñaba el edificio, pero allí no había más que gruesos cristales recubiertos por una maciza malla metálica.
—Vamos a ver, no podemos entrar ahí a lo bestia —observó Jake—. No podemos arriesgarnos a que alguien resulte herido, así que nada de peleas. Son gente inocente. Por otra parte, el edificio está demasiado lejos para el vuelo de una mosca o para una cucaracha. Mmm, tal vez no sea tan fácil como parecía al principio.
En ese preciso instante, como llovido del cielo, apareció un camión, rodeó el edificio y se detuvo al otro lado del hospital.
—¿Es un camión de comida? —preguntó Jake—. Tobías, ¿puedes ir a echar un vistazo?
Tobías levantó el vuelo y volvió en menos de un minuto.
<Es un camión de reparto de comida. Parece bastante grande y el interior, al fondo, está oscuro.>
—Muy bien —asintió Jake con la cabeza—, con tres de nosotros bastará. Nos transformamos en pájaros, nos colamos en el camión, recuperamos nuestros cuerpos humanos y nos convertimos en cucaracha. Nos agazapamos entre la comida y en un periquete estamos dentro. Rachel, tú salvaste al tipo, así que tú vas. Yo también. Tobías no cuenta con una forma adecuada para el caso y a Ax podrían descubrirle en su fase de andalita. Marco o Cassie, vosotros decidís.
Lanzamos una moneda al aire y le tocó ir a Marco.
Después tuvimos que explicarle a Ax lo que significaba eso de lanzar una moneda al aire.
Tardamos veinte minutos en encontrar un sitio adecuado para transformarnos en gaviotas. Estas aves pasan más desapercibidas que las rapaces. Desgraciadamente tuvimos que ocultarnos en un contenedor de basura que, sí, estaba vacío, pero aun así…
En cuanto me brotaron las alas blancas como la nieve, levanté el vuelo. Sobrevolamos la zona para ganar altitud mientras observábamos como Ax y Cassie recogían nuestra ropa y zapatos. Todavía no hemos conseguido transformarnos con la ropa de calle, siempre queda hecha jirones. Sólo sirve la ropa superajustada, como las mallas y el maillot en mi caso.
Tobías inspeccionaba la zona desde el aire en busca de posibles peligros.
Aguardamos a que aquellos tipos descargaran la comida. Había dos. Uno parecía el conductor y el otro llevaba puesto un delantal blanco; debía de ser el cocinero del hospital.
<Debemos cronometrar el tiempo al milímetro —declaró Jake—. No me gustaría quedarme convertido en gaviota para siempre en el interior de un camión.>
<Una milésima, dos milésimas, tres…>, cantó Marco en voz alta los segundos que transcurrían en cada uno de los viajes del conductor o del cocinero del delantal blanco.
<¿Estáis listos?>, exclamé al tiempo que sacudía las alas y me lanzaba en picado hacia la parte trasera del camión, aprovechando que el conductor acababa de entrar en el edificio. Iba tan rápido que empujé una carretilla de cajas de tomates.
Jake y Marco me alcanzaron y los tres nos abalanzamos a la oscuridad del interior del camión. Fue una entrada rauda y limpia. Extendí las alas y bajé la cola para frenar. Eché un vistazo rápido a mi alrededor y utilicé la fuerza que traía para sortear de un brinco una montaña de cajas de cartón y aterrizar en una zona atestada de cajas, al fondo del camión.
Estaba orgullosa de mi habilidad. Marco y Jake aterrizaron a mi lado segundos después, aunque el pobre Marco dio unas cuantas vueltas de campana y aletazos y acabó golpeándose contra la pared del camión.
<Rachel, ¿estás tonta? —dijo Jake enfadado—. ¿Por que no te has esperado?>
<Sabía que funcionaría>, repliqué. Me sentó fatal que Jake me llamara tonta. Supongo que nadie es perfecto, a él también se le escapan cosas. Claro que como es el líder, imagino que se siente responsable. Qué narices, yo sé cuidar de mí misma.
<Venga, recuperemos nuestros cuerpos humanos —indicó Jake—. Apenas hay espacio, así que cuidado con los codazos.>
—Te lo juro, he visto a unos pájaros meterse ahí dentro —dijo una voz airada.
—¿Que has visto unos pájaros…? Yo no veo nada. Venga, a ver si terminamos de una vez. Estoy regalándole horas a la empresa por la cara.
Oí más protestas y cajas que se levantaban. Empecé a transformarme todo lo rápido que pude.