5

Tres días más tarde, en mi casa, a la que todavía faltaban algunos acabados, me disponía a comer la comida china que me había reservado en un rincón de la nevera.

—¡Jordan! ¡Jordan! —grité al comprobar que había desaparecido.

—¡Jordan! ¡Ladrona!

—¿Qué?

Cerré la nevera y me acerqué hasta la isleta de la cocina. No hace mucho que mi habitación, que está justo encima, se desplomó y tuvimos que comprar una cocina nueva.

Supongo que la casa no era lo que se dice de muy buena calidad y, desde luego, el hecho de que yo me transformara en elefante africano en mi habitación tampoco ayudó. Por suerte, esto último no lo sabe nadie.

Por eso la cocina estaba todavía a medias, pero al menos ahora tenía buena pinta. Como mi madre es abogada consiguió que la compañía de seguros nos pagara casi de inmediato. Además, el constructor de la casa tenía tanto miedo de que algo así volviera a ocurrir que no quiso cobrarnos las horas de trabajo.

Me sentí un poco mal cuando le echaron la culpa al constructor, pero ¿qué podía hacer? ¿Cómo le iba a decir a mi madre?: «Mamá, he sido yo. Verás, sufrí una reacción alérgica al transformarme en cocodrilo y la metamorfosis se me escapó de las manos, así que…». ¿Me entendéis? Es imposible, no puedo contarle nada.

Pero, volviendo a la isleta de la cocina, trataba de contenerme para no repetir algo que no debía decir. Estaba furiosa, y para colmo me había golpeado en una cadera.

—¡Tú! —amenacé a mi hermana clavándole un dedo en uno de los carrillos—. ¡Te has comido mis gambas Szechuan! Me las estaba reservando para este momento.

De haber sucedido unos años atrás, mi hermana se habría asustado; sin embargo, ya era lo bastante mayorcita para no darle la mayor importancia. En poco tiempo se había hecho independiente, y además había aprendido a contestar.

—Rachel, tuve que tirarlas ayer a la basura.

—¿Qué? ¿Has tirado a la basura mi comida china? ¿Se puede saber por qué siempre te metes donde no te llaman? ¡Siempre haces igual!

—Llevaban ahí dentro más de una semana, ¿sabes? —replicó moviendo la cabeza de un lado a otro muy despacio con cara de lástima—. Demasiado tiempo, ¿sabes? Si te las hubieras comido, habrías echado los higadillos. Las gambas no duran toda la vida, ¿sabes?

—¡Al menos podrías haberme consultado! —exclamé fuera de mis casillas.

—Está bien, Rachel —añadió Jordan con toda parsimonia— ¿debería haber tirado tus gambas rancias, llenas de bacterias y mohosas, tal y como mamá me ordenó que hiciera? ¿O debería haberlas dejado ahí para que te las comieras y te llevaran al hospital para someterte a un lavado de estómago?

Bueno, visto así… Odiaba tener que darle la razón, pero no se me ocurría nada con lo que contraatacar.

—Esta vez te la paso —dije.

—Gracias, majestad —replicó Jordan al tiempo que ponía los ojos en blanco—. Mil gracias por perdonarme la vida.

En aquel momento entró mi madre. Traía dos maletines, uno del tamaño habitual y otro más grande y cuadrado, y los depositó en el mostrador de la cocina.

Parecía cansada, como siempre que vuelve del trabajo. No ocupa un puesto muy alto en la firma de abogados para la que trabaja, así que por regla general siempre tiene algún caso entre manos. De todas formas, todavía le quedaban fuerzas para sonreír.

—¡Ey! Tenéis que darme la enhorabuena. He alcanzado la fama. Por cierto, ¿habéis comido algo? ¿Qué tal el colegio? ¿Dónde esta Sarah? ¿No me digáis que ha ido otra vez a casa de Tisha? Siempre que viene de ver a su amiguita, le tengo que comprar otra Barbie.

—El colegio bien —respondí—. No hemos cenado. ¿Quieres que prepare algo?

—Podríamos encargar comida —se burló Jordan—. Rachel se pirra por unas gambas mohosas y podridas.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó Sarah al entrar como un torbellino por la puerta de atrás de la casa—. ¡Tisha dice que hay una Barbie abogada! ¡Una Barbie abogada! ¡Como tú!

—¿Qué es eso de que has alcanzado la fama? —le pregunté.

—Ah, eso. No era más que una broma. ¿Os acordáis de aquel tipo que salió en todos los periódicos hace unos días, que fue rescatado por Arnold Schwarzm… lo que sea? Lo han entrevistado en la televisión.

—¿A Schwarzenegger?

—No, al hombre que rescató. Y ¿sabéis que? Soy su abogada. Su familia lo ha declarado incompetente. Quieren que…

—¿Incompetente es cuando tienes que llevar pañales? —preguntó Jordan.

—No, cielo, eso es incontinente. Su familia alega que es incompetente, es decir, que es incapaz de resolver sus propios asuntos.

—Tarado —aclaré—. Que ha perdido un tornillo. Un chalado.

—No digas esas palabras —recriminó mi madre con una mueca de disgusto—. Se dice mentalmente desequilibrado. Su familia lo quiere ingresar en una institución mental.

—Y ¿qué se supone que debes hacer? —pregunté—. ¿Demostrar que no está chalado? Lo está, ¿no? Se tiró de un edificio.

—Barbie abogada puede salvarlo —declaró Sarah.

—Lo peor no es eso —continuó mi madre tomando a Sarah en los brazos—. Al parecer el pobre hombre lleva tiempo diciendo que tiene un alien alojado en la cabeza.

Mi corazón latió con fuerza y se detuvo de golpe.

—Según él, se llaman yerks, yorks o algo por el estilo.