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A aquella distancia posiblemente éramos los que contábamos con las entradas mas baratas. Nos encontrábamos como mínimo a unos trescientos metros de distancia del escenario principal, era a algo así como tres campos de fútbol y, sin embargo, veíamos a la perfección.

Yo era capaz de distinguir los perdigones que saltaban de la boca de Bruce Willis mientras tocaba la armónica.

A Arnold podía verle hasta los pelillos de la nariz, a Shaq los cordones de los zapatos. En los trajes de Ralph Lauren veía cada uno de los botones y era capaz de distinguir los poros de Naomi Campbell, aunque, la verdad, estaba impresionante.

Me había transformado en águila de cabeza blanca, y para estas rapaces, cien metros de distancia es como estar a la vuelta de la esquina.

Extendí las alas de una envergadura de metro y medio, separé las puntas a modo de dedos de plumas y me deje elevar por la corriente cálida…

A mi alrededor, y a niveles de altitud diferentes, distinguí a un par de águilas pescadoras, un halcón peregrino, un aguilucho y un ratonero de cola roja.

<Esto parece un congreso de aves rapaces —murmuró Tobías—. Solo falta un águila real y unos cuantos cernícalos para completar el cuadro. Como haya expertos en pájaros allá abajo, deben de estar alucinando.>

<Nadie está pendiente de nosotros —declaré—. Todos miran cómo Shaq improvisa con Bruce Willis y John Goodman.>

Tobías se había quedado atrapado en el cuerpo de un ratonero y desde entonces vivía como tal, es decir, sale de caza para alimentarse, como un ave de rapiña cualquiera.

No hace mucho que recuperó el poder de la metamorfosis, lo cual le permite adoptar su cuerpo humano, pero al igual que con el resto de las transformaciones, no puede permanecer más de dos horas transformado porque de lo contrario se volvería a quedar atrapado. Y eso significaría perder para siempre la facultad de la metamorfosis.

El espectáculo se había montado al aire libre. Una enorme multitud sudorosa se apiñaba con fuerza delante del escenario. No era lo que se dice atractivo. Al menos desde allá arriba lo que se aprecia sobre todo son las cabezas con sus pequeños óvalos de pelo. Y dejad que os diga una cosa: hay cada corte de pelo que es para morirse.

Planet Hollywood se encuentra al lado del río, donde este corta la ciudad por el centro. Unos edificios muy altos vigilan su estancia, rascacielos de hasta cincuenta y sesenta pisos de altura en cuyas ventanas se distinguía un gran número de gente que se había quedado después del trabajo para no perderse el acontecimiento del año, y que observaba el escenario con la ayuda de gemelos y telescopios.

<¡Ahí está! —grité con una emoción repentina—. Esto… sí, es ella. Lucy o como se llame.>

<¡Xena! ¡Es Xena! —exclamó Marco embargado por la emoción—. Muy bien, Rachel, ha llegado la hora. Desciende, adopta tu cuerpo humano y plántale cara a Xena. A ver quién puede con quién.>

<Marco, Marco, Marco —exhalé un suspiro—. ¿Cuándo vas a olvidar tus pequeños e insignificantes sueños?>

<Nunca. Por cierto, Rachel, no olvides tu traje de cuero.>

Por un momento pensé en darle una buena lección al listillo de Marco. Mi amigo se había convertido en águila pescadora.

Estas aves son grandes, pero al lado de un águila de cabeza blanca tienen todas las de perder. Sería tan sencillo como lanzarme en picado hasta sobrepasarle y ascender de golpe por debajo propinándole un revolcón, pero no estaría bien.

Volé describiendo un círculo enorme que me acercó al edificio conocido con el nombre de Kenny, la típica torre de cristal de paredes lisas y aspecto majestuoso, separada del río por una carretera de cuatro carriles y una franja de césped.

El cristal del edificio era como un espejo, así que resultaba difícil para los ojos normales ver lo que sucedía en el interior. Sin embargo, los ojos del águila de cabeza blanca, diseñados para cazar peces, son capaces de ver a través del agua y, por el mismo principio, ven a través del cristal.

Divisé a un hombre en una oficina de la penúltima planta. Estaba solo. Sesenta pisos de altura. No sé por qué me llamó la atención, pero el caso es que lo hizo y desvié mi trayectoria para acercarme hacia la oficina en cuestión.

En ese momento, el hombre alzó una silla metálica y la arrojó hacia la ventana.

¡CRASH!

El cristal estalló en mil pedazos y rodó hasta caer al suelo y esparcirse por todas partes. Enormes fragmentos de cristal se estamparon contra el techo de los coches provocando importantes desperfectos.

<Pero ¿qué…? —exclamé—. ¡Eh, chicos! ¡Venid aquí, al edificio Kenny! ¡Rápido!>

<¿Es Arnold?> preguntó Marco, como si no existiera otro motivo de mi urgencia.

Cassie, en cambio, había sido testigo de la rotura del cristal.

<¡Oh, Dios mío! ¡Ese hombre se va a tirar!>

<Opino que, de saltar, se va a hacer daño —observó Ax—. Así que dudo que… ¡Ahhh!>

El hombre retrocedió varios pasos para tomar impulso y echó a correr en dirección hacia la ventana hecha añicos.

<Somos seis —grité—. ¡Venga!>

<No es bastante —informó Tobías—, pero tal vez podamos dejarlo caer al río.>

Me dirigí hacia la ventana a toda velocidad. Los demás se acercaron, los que estaban por debajo de mí batieron alas para ascender más deprisa; los que tenía por encima se lanzaron en picado y los que estaban a la misma altura que yo se acercaron describiendo círculos.

Con los brazos extendidos hacia delante para apartar los restos de cristal que se habían quedado en la ventana, el hombre se lanzó de pie al vacío.