Sentí bajo mis seis patas la cálida piel humana.
<¿Qué?>, grité.
<Pero ¿qué demonios…?>, exclamó Rachel.
<¡Ostras! ¡UHF! En serio, ¡ostras! —exclamó Marco—. Esto ha sido demasiado.>
Había regresado a la Tierra, a la forma de mosquito, junto a todos los demás. Habíamos vuelto todos al mismo tiempo.
Nos encontrábamos en la habitación del hospital, rodeados de controladores humanos que seguían disparando por la ventana hacia los matorrales donde habían visto ocultarse a un andalita, es decir, a mí.
En aquel momento, algo enorme ocultó el sol y entonces distinguí un objeto acercarse hacia donde yo estaba.
<¡Cuidado! —gritó Rachel—. ¡Ax, muévete!>
Pegué un salto.
Aquel objeto no era sino cinco dedos tan grandes cada uno como un árbol.
—¡Ay! —exclamó Hewlett Aldershot Tercero al tocarse el trozo de piel donde le había estado chupando la sangre.
—¡Ay! —repitió.
—¡El humano! ¡Se ha despertado! —informó uno de los controladores.
—¿Cómo es posible? —protestó otro—. ¡Pero si estaba en coma!
—¿Qué vamos a hacer?
—¡Visser nos matará!
—¡Se acerca la policía! ¡No podemos permitir que nos arresten!
—¡Corred! ¡Corred!
—¿Qué hacemos con Aldershot?
—No hay órdenes.
—¡Corred! —volvió a insistir uno de ellos y esa vez todos obedecieron.
Una enorme vibración resonó por toda la habitación cuando el grupo de controladores salió en tropel de la sala.
Al cabo de unos minutos, entró una enfermera asustada.
—¡Señor Aldershot! ¡Está… está despierto!
—Pues claro —replicó—. Enfermera, no sé si lo sabrá, pero esta habitación está llena de mosquitos.