Después de aterrizar sobre un grupo de líquenes o moho… o algo así, de un color naranja chillón, comencé a transformarme.
Aislado del mundo exterior, me había quedado encerrado en un submundo extraño.
El «agujero luminoso» debía de medir unos ciento cincuenta metros de largo y la mitad de ancho. El techo estaba a unos treinta metros por encima de mi cabeza. Para ser un agujero en la tierra, era muy grande, pero en aquellos momentos a mí me resultó demasiado pequeño.
Ni la lluvia ni el sol habían llegado hasta aquel lugar. La única luz provenía del brillo verdoso de las paredes, un brillo cuya intensidad nunca variaba.
A pesar de que allí dentro había vida, la sensación de muerte era palpable. Una maravilla de la naturaleza en un lugar capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera.
En el centro se distinguía el único objeto artificial del entorno: un cilindro vertical, de un metro aproximadamente de largo y unos treinta centímetros de diámetro. En uno de los laterales había un tablero de mandos, con números azules luminosos, justo donde Galuit había dicho que estaría y donde los agentes de la inteligencia andalita lo colocarían.
Examiné con cuidado la zona en busca de hork-bajir, taxxonitas o gedds, pero lo único que había eran plantas raras.
Dejé escapar un suspiro para relajar la tensión.
<Quien haya decidido esconder esa cosa aquí, se ha lucido desde luego.>
Avancé al trote hacia el cilindro, pero la ausencia de caminos y la irregularidad del terreno me obligaron a vigilar dónde ponía las pezuñas si no quería pisar en falso. Sólo saltaba cuando estaba seguro de que podía hacerlo.
¡BUUUUMMMM! Una enorme explosión sacudió el agujero. Allí dentro, la conmoción fue tan grande que me tiró al suelo y me dejó sordo durante un rato.
De repente, una luz brillante iluminó la estancia al tiempo que una lluvia de piedras y escombros sepultaron el agujero.
En la parte superior de aquella cueva subterránea habían abierto un agujero, y un chorro de luz cegadora procedente del planeta Leera inundó la oscuridad del lugar y sirvió de paso a un grupo de hork-bajir que, con una especie de pequeños cohetes colocados en los pies y en las colas, frenaban la caída. La luz roja de los cohetes me indicaba el número de guerreros que entraba, dos, cuatro, una docena aproximadamente aterrizó y desenvainó las pistolas de rayos dragón. A medida que iban llegando, inspeccionaban la zona en busca del cilindro y del andalita.
Eché a correr sin importarme el hecho de romperme una pata. Corrí, tropecé y me caí de bruces. Me levanté y seguí adelante.
Los hork-bajir me localizaron de inmediato y me persiguieron.
¡SSIIIIUUUMMMM!
¡SSSAAAAPP! El rayo dragón vino directo hacia mí, pero falló y vaporizó una especie de repollo azul luminoso.
Allí estaba, unos metros más y sería mío. De repente, mis manos apresaron el metal frío. ¡El código! ¿Cuál era el código?
Marqué los números a toda velocidad.
¡SSIIIUUUUMMMM! ¡SSIIIIUUUMMM!
—¡Het gafrash nur! —bramó el hork-bajir.
¡SSIIIUUUMMM!
<¡Aaaahhhhh!> Uno de los rayos dragón me había acertado de lleno en el lomo.
¡El código! ¿Sería ése el correcto? ¿Me habría equivocado?
Entonces…
<El sistema está preparado —anunció la voz neutra del ordenador—. Aviso. Este sistema está preparado.>
Me apoyé sobre el cilindro y me dejé caer. Galuit había dicho que una vez recibiera la confirmación de que el sistema estaba listo, esperaría media hora para que tuviéramos tiempo de escapar pero, según estaban las cosas, a los yeerks les daría tiempo a desactivarlo. Allí delante de mis narices se erigía un descomunal hork-bajir.
Pulsé el comunicador incorporado en el cilindro.
<Os habla el aristh Aximili —dije—. ¡Ahora! ¡Hacedlo ahora y volad para siempre a los yeerks de este planeta!>
—¡Filshig andalita! —gritó el yeerk instalado en el cerebro del hork-bajir.
Mientras tanto, yo estaba sorprendentemente tranquilo.
<Detonación en diez segundos>, avisó el ordenador.
—¡Desactiva el cilindro! —ordenó el comandante hork-bajir en galard, el idioma interestelar.
<Siete…>
<Me parece que esta vez habéis perdido, yeerks. Vais a morir.>
<Cinco…>
El hork-bajir alzó furioso la pistola de rayos dragón.
—¡Tú morirás primero, basura andalita!
<Tres…>
Apretó el gatillo y el rayo dragón salió disparado a un metro de mi cara. Una muerte a quemarropa.
<Uno…>
Os juro que vi cómo aquel rato mortal se detenía en mitad del aire, como si la imagen se hubiese quedado congelada. Oí un ¡POP!… y de repente desaparecí.