<¡Allí! ¿Será aquélla la entrada a la cueva?>, exclamó Cassie.
<Yo diría que sí. Estamos en la zona adecuada, pero podría haber docenas de ellas.>
<No hay tiempo para pensar>, declaró el príncipe Jake.
Nos aventuraremos al interior de la cueva, donde el nivel del agua se hacía progresivamente menor y la oscuridad era absoluta. Avanzábamos deprisa fruto del miedo.
De repente, atravesé la superficie del agua con el hocico. ¡Aire!
<Creo que hemos llegado —anunció el príncipe Jake—. ¡Transformaos! Cassie, ¿qué opinas? ¿Murciélagos?>
No hubo respuesta.
<¡Cassie! ¡Cassie!>, gritó el príncipe Jake.
<¡Ha desaparecido! El efecto elástico. Ha vuelto a la Tierra o bien…>
<Cada vez sucede más rápido —observó el príncipe Jake—. Enseguida nos tocará a uno de nosotros dos. ¿Y si no llegamos al detonador a tiempo?>
El corazón me latía muy deprisa, como si se me fuera a salir del pecho, y me faltaba el aire. ¡Aquello era demasiado!
<¡Transfórmate! ¡Tenemos que darnos prisa y acabar cuanto antes!>, indicó el príncipe Jake, igual de nervioso que yo.
<Sí, príncipe Jake>, asentí.
<¿Sabes, Ax? Ahora que estamos los dos solos, podrías dejar de llamarme «príncipe» —se detuvo unos segundos y a continuación añadió—: si quieres puedes probar con «Jake, antes conocido como príncipe».>
<¿Es eso un poco de humor?>
<Sí, una broma. No tiene mucha gracia, pero como Marco no está aquí, pensé que…>
En ese momento perdió la facultad telepática al haber recuperado casi por completo su forma humana. Mi cuerpo de andalita se formó casi del todo; todavía me chorreaba agua por las pezuñas. Aparecimos en una cueva fría y negra.
—Murciélago —indicó el príncipe Jake, y sus palabras resonaron con el eco.
Me concentré en el animal y enseguida empecé a encoger, aunque, para variar, aquella vez no veía los cambios. Sentía una ligera brisa a medida que menguaba.
<Ahora sólo estamos tú y yo, Ax.>
<Sí.>
<Si alguno de los dos se queda en el camino por lo que sea, el otro debe seguir adelante. ¿De acuerdo?>
Disparamos ondas ultrasónicas para visualizar la cueva, que se extendía más allá del alcance de nuestras ondas.
Echamos a volar todo lo rápido que aquellas alas de cuero nos permitían.
<No te olvides de las serpientes>, le recordé.
<Arggh>, exclamó el príncipe Jake con un estremecimiento.
<Estoy de acuerdo>, dije.
Avanzábamos como si nos fuera la vida en ello. A través de un paisaje de líneas grises de rocas puntiagudas y estalactitas, rodeábamos salientes, enfilábamos por chimeneas, bajábamos pozos que nos salían al paso de repente.
Giramos una curva en horquilla cuando… de repente… ¡la cueva estalló en una confusión de sonidos! ¡Una cacofonía de gritos y chirridos de ecolocación!
<¡Las serpientes!>, exclamé.
A través de la ecolocación, divisamos cientos de líneas que colgaban del techo de la cueva y salían de las paredes. ¡Había miles! Millones de ellas que disparaban sus propias ondas, creándonos una tremenda confusión.
De repente, con todo el ruido ultrasónico, las imágenes de mi cabeza se distorsionaron. Las líneas se movían de forma descontrolada, desestabilizando los bordes de los objetos, que dejaron de aparecer como objetos sólidos.
<¿Qué vamos a hacer?>, preguntó el príncipe Jake.
<Como diría Rachel si estuviera aquí, ¡adelante!>
¡Aquello era una pesadilla! Serpientes mortales llenaban el aire. Perdidos y confusos, activamos nuestras alas, cada vez más deshilachadas por los continuos ataques.
Empezaba a perder control y velocidad. El príncipe Jake había desaparecido. Había perdido el sentido de la orientación, era incapaz de distinguir entre arriba y abajo. Daba vueltas sin parar en un aleteo frenético, estaba aterrorizado, confundido y perdido para siempre en un oscuro manicomio de gritos.
De repente, desaparecieron las serpientes. La cueva se esfumó así como el techo. ¡Una luz maravillosa brillaba a mi alrededor!
Había llegado al «agujero luminoso».
Me levé en el aire rancio del lugar. Tenía las alas hechas jirones. Por debajo de mí se extendía un paisaje de flores y plantas de colores absurdos.
<¡Príncipe Jake! ¡Jake!>, llamé.
No hubo respuesta.
Me había quedado solo.