<La unidad central de activación no es fácil de encontrar. Está oculta en lo que los leerans llaman «agujero luminoso». El pasado volcánico del planeta formó unas descomunales burbujas bajo tierra que han permanecido incrustadas en las rocas. Como las rocas contienen un gran número de minerales y bioorganismos fosforescentes, hay luz en estos agujeros y, por tanto, vida.>
—¿Qué tipo de vida? —preguntó Cassie, que jamás perdía el interés en los seres vivos.
<Plantas, aparte de insectos y animales microscópicos. A este «agujero luminoso» en particular sólo se puede acceder de dos formas: cavando un túnel por la roca desde la superficie o bien a través de una cueva sumergida que hay subiendo un río, y en donde no se cuela un rayo de luz.>
Respiramos hondo e intercambiamos una mirada.
<Eso no es todo —continuó Galuit—. El río seguramente esté vigilado por controladores leeran, y en la oscura cueva viven unas serpientes que utilizan la ecolocación para atacar a todo el que se acerque por allí. Cuelgan del techo y de las paredes, pero una vez que logréis entrar en el «agujero luminoso» estaréis a salvo, a no ser, claro, que los yeerks hayan llegado antes.>
—¿Es demasiado tarde para echarse atrás? —preguntó el príncipe Jake. Galuit adoptó un gesto de alarma.
<Es humor —aclaré con rapidez—. El humor humano a menudo consiste en pretender que deseas algo que en realidad no deseas.>
—¿Qué te hace pensar que no hablo en serio? —murmuró el príncipe Jake.
<Más humor>, le expliqué a Galuit.
El submarino nos condujo a la desembocadura del río. Era lo más cerca que podía llevarnos sin ser visto por el enemigo y poner así en peligro su seguridad.
—Sabemos que el agua del mar es salada como en la Tierra —comentó Cassie—, pero ¿y la de los ríos?
<Los ríos contienen una cantidad menor de sal>, respondió uno de los oficiales.
—Los peces martillo necesitan agua salada —declaró Cassie moviendo la cabeza a un lado y al otro—. No sé cómo reaccionarían al agua dulce. No lo sé, pero supongo que aun así es la mejor forma que podemos adoptar para desplazarnos con rapidez y detener cualquier ataque posible.
<Buena suerte —nos deseó Galuit—. La libertad de este planeta está en vuestras colas, o… lo que sea equivalente en términos humanos.>
—Hombros —corrigió Cassie.
—Siempre que no haya demasiado peso —puntualizó el príncipe Jake.
<Humor humano, ¿verdad?>, preguntó Galuit.
—Sumado a un poquito de miedo —puntualizó Jake, y después se echó a reír.
Cinco minutos después remontábamos el río, cortando el agua con nuestra aleta dorsal.
<Esto puede ser emocionante>, anunció Jake en un tono sombrío.
<Huelo a leerans —informé—. Un poco más arriba.>
<Sí —confirmó Cassie—. ¿Buenos o malos? Ésa es la pregunta.>
Continuamos adelante hasta que, a través del agua un tanto turbia del río, divisamos a dos anfibios rugosos de color amarillo y con tentáculos.
En cuanto entramos dentro de su campo de acción, los leeran adivinaron nuestra identidad. Se dieron la vuelta y echaron a nadar como si en ello les fuera la vida.
<¡A por ellos!>, ordenó el príncipe Jake.
Se dirigían hacia la orilla del río con la intención de salir del agua y así escapar de nuestras fauces, pero al no disponer de propulsores de agua no avanzaban muy deprisa.
Aunque íbamos ganando terreno, la orilla se acercaba demasiado rápido. Cada vez menos profundidad. ¡Dos metros! ¡Metro y medio! Los leerans levantaban lodo a propósito, pero los sentidos del animal detectaban a la perfección el campo eléctrico de aquellos anfibios videntes. Ciego, y rozándome el vientre con el lodo del fondo, me lancé a por uno de ellos. Mis dientes encontraron carne blanda. Tiré con fuerza de aquel cuerpo para atraerlo al agua.
Entonces, por encima de la superficie del agua, divisé a un enorme hork-bajir. ¡Dos! ¡No, eran cuatro! Se metieron en el agua. Intenté retroceder tirando del leeran, que se resistía con fuerza. En aquel momento oí cómo el anfibio se comunicaba con los hork-bajir.
¡Explosivos! El continente entero está a punto de estallar en pedazos. Hay un detonador central. ¡Agujero luminoso! Está en…
Le hinqué las mandíbulas hasta el fondo y dejó de hablar de golpe al no poder resistir el dolor. De repente, la cuchilla de un hork-bajir barrió el agua y me hizo un corte, aunque no muy profundo.
Solté al leeran, hice un gesto con la cabeza hacia la derecha y hundí los dientes sobre la pata del hork-bajir que tenía más cerca. Un rugido de dolor atravesó el agua y aquella bestia abandonó. El leeran se debatía todavía por salir del agua. Me lancé a por él en un intento desesperado por atraerlo hacia aguas profundas.
<¡No!>, gritó el yeerk en la cabeza del leeran.
<¡Sí!>, dije al tiempo que me acercaba por detrás y le clavaba los dientes en el lóbulo posterior de la cabeza, con lo que expulsé aquella sabandija de su cuerpo.
<¿Estás bien, hermano leeran?>, le pregunté.
Sí, ahora sí. Gracias, amigo andalita. ¡Deprisa! ¡Los yeerks conocen vuestro plan! ¡Rápido!
Enfilé río arriba. Cassie y Jake me alcanzaron enseguida. Ellos también habían librado una pequeña batalla en el agua fangosa de la orilla.
<¿Cuánto tiempo les llevará a los yeerks encontrar el «agujero luminoso»?>, preguntó el príncipe Jake.
<Los sensores de sus naves en órbita les proporcionarán un mapa con todas las cavernas bajo tierra en cinco minutos. ¿Cuánto tiempo les llevará localizar el «agujero luminoso» correcto? No lo sé, pero debemos darnos prisa. El destino de este planeta depende de nosotros.>