Atravesamos un anillo desperdigado de controladores leerans que vigilaban la entrada de la ciudad Worms. Por suerte, no nos detuvieron. Estábamos bastante alejados como para que pudieran leer nuestros pensamientos y, además, nos desplazábamos en motos de agua. La ciudad de los leerans se elevaba desde el fondo marino en forma de torre maravillosa, con una base de unos ciento cincuenta metros de ancho que se iba estrechando hasta alcanzar tres metros en la punta más alta, que llegaba a acariciar la barrera luminosa que separa el cielo del mar. En la parte más alta, unos ventiladores gigantescos absorbían aire para repartirlo por toda la ciudad y expulsaban sus gases.
Aquella ciudad representaba una violación de todas las leyes lógicas, al menos en lo que se refiere a las leyes andalitas y de los humanos. Fuera del agua, los movimientos son en dos dimensiones, a izquierda y a derecha, hacia delante y hacia atrás. En el agua, arriba y abajo es como ir hacia la derecha o la izquierda.
<Parece un enorme cucurucho de helado con millones de agujeros —declaró Cassie—. ¡Mirad! ¡Hay puertas por todas partes! ¡No hay ninguna diferencia entre ventanas y puertas!>
El color predominante era el rosa, pero también destacaba el azul, el verde y el lila sobre grandes manchas de colores sin ningún orden aparente. Había aperturas por todas partes, leerans que entraban o salían arrastrados por la corriente submarina; otros que daban la vuelta. Más arriba o más abajo, a treinta metros por encima o a veinte por debajo. Como si se tratara de un tornado a cámara lenta, las lombrices de color azul eléctrico se deslizaban y se colaban por todos los rincones de la ciudad formando un halo espeluznante.
En cuanto nos acercamos a la ciudad, nos percatamos de la tensión que se respiraba. Desde muchas ventanas, asomaban armas, y al abrigo de la base de la torre, flotando libremente, se distinguían dos naves que solo había visto en fotos: dos submarinos andalitas.
<¿Estarán de nuestra parte?>, preguntó Jake al divisar los submarinos.
<Tal vez estén de las dos partes>, contestó Marco con brusquedad.
<Son naves andalitas>, informé.
<Vayamos a saludar>, indicó el príncipe Jake.
Nadamos hacia los submarinos y, cuando estábamos lo bastante cerca, observamos que habían construido un túnel transparente que comunicaba los submarinos con la ciudad, por el que se apresuraban varios guerreros andalitas con la cola en posición de ataque, probablemente con la intención de resolver asuntos urgentes.
Descendimos, filtrando el aire que contiene el agua a través de la piel leeran. Temíamos que en cualquier momento nos dispararían; sin embargo pasamos al lado de docenas de leerans que no hicieron el más mínimo movimiento para detenernos.
<Debe de ser el poder mental —comentó Cassie—. Saben quiénes somos y por qué estamos aquí.>
<Entonces, deben de saber a quién buscamos>, añadió el príncipe Jake.
Para mi sorpresa, nos respondieron. Se trataba de la imagen mental de una flecha que nos indicaba la puerta por la que debíamos entrar.
<Bueno —dijo Marco—, supongo que habrá que seguir el sendero de baldosas amarillas.>
Entramos a la ciudad por una de las miles de ventanas. No sabía muy bien lo que esperar, pero desde luego no se parecía en nada a lo que había imaginado. La torre era sencillamente una concha en cuyo interior había unas siete u ocho, tal vez más, enormes burbujas transparentes flotantes. En cada una de ellas había niveles, unas doce plantas o más. En la parte inferior de cada burbuja se observaban diversas cavidades, algunas de las cuales parecían contener agua, otras aire. En todas las burbujas había leerans trabajando, durmiendo, viviendo. En una que contenía aire en su mayor parte, se distinguían dos docenas de andalitas en uno de sus niveles.
Entramos a la burbuja por la parte inferior hasta alcanzar una superficie seca, en donde nos esperaban dos guerreros andalitas.
<Transformaos —nos pidieron con amabilidad—. Los leerans nos han comunicado vuestra verdadera identidad. El comandante Galuit os espera.>
<La humildad es algo que vosotros, andalitas, no practicáis, ¿verdad?>, preguntó Marco.
Recuperamos nuestros cuerpos. A pesar de la alegría de volver a ser un andalita, mi nerviosismo iba en aumento.
Le había dado mi palabra al príncipe Jake de que él y sólo él decidiría qué órdenes debía obedecer yo. Me había resultado fácil hacer esa promesa, pero ahora que íbamos a presentarnos ante el gran Galuit, las cosas no parecían tan sencillas. La sola idea de decirle no… me cortaba la respiración.
Nos apresuramos y avanzamos dando traspiés hacia la sala donde nos esperaba Galuit quien, en lugar de aguardar, se acercó hacia nosotros corriendo, flanqueado por tres guardias de seguridad andalitas de aspecto intimidante y acompañado por su ayudante, un andalita que había perdido una de las antenas oculares y media cara en una herida de guerra.
<Aristh Aximili>, dijo Galuit obviando las presentaciones.
<Sí, señor, yo…>
<No hay tiempo —interrumpió haciendo un gesto de rechazo con la mano—. Pertenezco a los círculos más elevados, así que sé todo acerca de tus escapadas a la Tierra. Las tuyas y las de Elfangor, que nos ha defraudado a todos. Aunque ¡tu hermano sí que sabía luchar, por toda la galaxia! No sé cómo has llegado hasta aquí con estos humanos, pero estamos de suerte. Te necesitamos.>
Me dio un vuelco al corazón. Primero, el hecho de que Galuit conociese mi nombre me parecía algo increíble. Era como si un niño humano, que estuviera tranquilamente en casa, recibiera una llamada de teléfono del capitán general del ejército.
Y segundo, ¡Galuit me necesitaba! ¡A mí!
<Señor, quiero presentarle a este humano de nombre Jake.>
<He dicho que te necesito. Ponte firme y escucha…>
<Señor, éste es Jake, mi príncipe.>
Galuit dejó la frase a medias. Los guardias examinaron incrédulos al príncipe Jake, y a continuación a Marco y a Cassie, como si ellos les pudieran dar una explicación.
<Todo guerrero debe seguir a un príncipe, quien a su vez debe obedecer al pueblo>, expliqué.
Galuit me miraba como si de un momento a otro fuera a atacarme con su cola.
<Muy bien, aristh —asintió Galuit sin mover un solo gesto de la cara—. Nadie es ley sobre sí mismo. Todos debemos servir.>
Galuit se dio la vuelta para hablar con el príncipe Jake.
<Os necesito para preservar este planeta de los yeerks. ¿Crees que…?>
—Sí —contestó el príncipe Jake.
<Dices que sí sin saber lo que estoy preguntando.>
—¿Servirá para salvar a los leerans, para que recuperen la libertad y, sobre todo, para hacer daño a los yeerks?
<Sí, sobre todo la última cuestión. Si salvamos el planeta leera, puede que cambie la suerte de la batalla por completo y se vuelva contra los yeerks.>
—Entonces, contad con nosotros.
Galuit parecía sorprendido, yo diría que incluso impresionado.
<He conocido a peores príncipes que éste>, me confesó en privado.