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Nos lanzamos contra los leerans. Los peces martillo tienen una velocidad de salida increíble, demasiado rápida para que a los aterrorizados yeerks de la cabeza de los leerans les diera tiempo a reaccionar.

Estaban dando la vuelta cuando cuatro peces martillo frustrados, atemorizados y enfadados se les echaron encima.

Los andalitas lo saben todo sobre la lucha con la cola, pero hay algo muy personal y agresivo en el ataque con la boca: como te acercas tanto a tu víctima, primero la hueles, la tocas y después la saboreas.

Atacamos con la bocaza abierta y, en menos que canta un gallo, los cuatro controladores abandonaron sus motos de agua y se alejaron nadando.

Se impulsaban con sus gigantescas patas traseras, pero avanzaban despacio. Supongo que con sus poderes mentales detectaban nuestra ira, lo que, como mínimo, contribuiría a aumentar su miedo. Debía de ser horrible, pero en aquellos momentos no me importaba en absoluto, hasta que, de repente, percibí una imagen mental muy clara de alguien pidiendo ayuda de forma desesperada.

Uno de los leerans había logrado lanzar una súplica aprovechando que el yeerk estaba demasiado atemorizado en un intento por salvar su pellejo. Aunque la imagen apareció turbia y espantosa, sabía a ciencia cierta que era real.

<¡Príncipe Jake! ¡Muérdele la cabeza! ¡El enorme lóbulo de la parte trasera!>

<¿Qué? —exclamó Cassie—. Ya los hemos mordido. Yo no pienso matarlos.>

Me lancé hacia el que tenía más cerca. El yeerk acoplado en el cerebro conocía mis intenciones, pero cuando intentó apartarse a un lado, lo golpeé con la cola y lo dejé inconsciente.

Acto seguido, le propiné un soberano mordisco en el lóbulo trasero de la cabeza y el yeerk salió a la fuerza, indefenso por completo y a merced del vaivén del agua.

<¡Los yeerks están alojados en el lóbulo de la parte posterior de la cabeza! —grité—. ¡Arrancádselos de cuajo!>

<¡Pero eso acabará con las vidas de los leerans!>, observó Cassie.

No —replicó una voz extraña—. ¡Es la única forma de conseguir la libertad!

Éramos cuatro contra tres, así que nos pusimos manos a la obra. Fue un trabajo duro pero breve; poco tiempo después, cuatro yeerks acabados se retorcían en un entorno al que no pertenecían.

Gracias, añadieron los leerans. Su telepatía no era como la nuestra. Iba más allá porque nos llegaban imágenes e ideas que después nosotros traducíamos en palabras.

<Tendría que veros un médico —aconsejó Cassie—. Podría transformarme y…>

No, no hace falta. La mayor parte de nuestro cuerpo se puede regenerar. Tardará un poco y nos encontraremos más débiles de lo normal, pero nos esconderemos en unas cuevas que hay por aquí para descansar. Mil gracias.

Había pasado por docenas de situaciones extrañas, pero aquélla con cuatro leerans de color amarillo brillante sin una parte de la cabeza dándonos las gracias era, sin duda, la más extravagante de todas.

<Debemos ir a la ciudad más cercana —informó Jake—. ¿Cuál es el camino más rápido?>

No será nada fácil. En los últimos meses los yeerks han capturado a muchos de los nuestros y los han convertido en controladores. Antes de llegar a la ciudad Worms, os encontraréis con muchos como nosotros. Sois poderosos, pero basta con que un controlador leeran se tope con vosotros y consiga escapar para que se descubra vuestro secreto.

<¿Cómo podríamos llegar?>, se preguntó en voz alta el príncipe Jake.

<¡Ya lo tengo! ¡Nos transformaremos en leerans!>

¡Sí! —exclamaron los leerans—. Eso es, utilizad nuestras formas y desplazaos en las motos de agua. Siempre que os mantengáis lejos de otros leerans, estaréis a salvo del reconocimiento mental.

<No nos gusta…>, empezó Cassie.

Lo sé —continuó un leeran tras leer su pensamiento—. No os gusta transformaros en criaturas sensibles. Respetáis nuestra libertad, pero os lo ofrecemos por voluntad propia. Hemos leído la mente de Aximili, el andalita, y sabemos lo que sospecha y también sabemos que entre los andalitas hay traidores. Así que, amigos, tomad nuestro ADN para ayudarnos a liberar a nuestro pueblo de los yeerks.

Subimos a la superficie para adoptar nuestros cuerpos naturales. Pataleábamos con fuerza para mantenernos a flote en la marejada de aquella mañana en el planeta Leera. El sol, todavía bajo en el horizonte, teñía de rubio dorado las crestas de las olas.

Me acerqué a uno de los leerans y acaricié su piel amarillenta y resbaladiza.

Allá donde el cielo se encuentra con el mar, un andalita, tres humanos y cuatro leerans se unen contra un enemigo común —rezó mi leeran—. Cada uno con sus debilidades y cada uno con su fuerza.

En cierto modo, aquellas palabras me conmovieron, aunque sé que, visto desde fuera, suena ridículo. La escena de varios humanos y un andalita agitándose con torpeza al lado de unas enorme ranas de color amarillo «videntes», como dice Marco, en un mundo conquistado por los yeerks, resultaría patética a ojos de cualquier yeerk que pasara por allí en aquellos momentos.

<Un compañero andalita me dijo que no teníamos fuerza porque no estábamos unidos, porque no hablamos con una sola voz —dije—. Pero esta unión hace la fuerza.>

<La gente libre que se une para defender la libertad hace la fuerza.>

Aquello lo dijo Marco; por eso tal vez entendáis por qué, a pesar de sus rarezas, me gustan los humanos. Y en aquel momento también me empezaron a gustar los leerans.

Después de que nuestros nuevos amigos se marcharan a cobijarse en las cuevas submarinas para recuperarse de sus heridas, comenzamos lo que sería la transformación más estrafalaria de cuantas habíamos hecho. La parte física resultaba extraña, pero no mucho más perturbadora que cualquiera de los cuerpos de las criaturas terrestres en las que me había convertido. Los potentes pies palmeados traseros, los cuatro tentáculos sinuosos, la cabeza sin cuello eran casi normales comparados con el cuerpo de una mosca o de una cucaracha.

Lo asombroso era el nuevo poder mental. No sólo por el hecho de que era capaz de leer los pensamientos del príncipe Jake, de Cassie y de Marco, sino porque el conocimiento de sus secretos me hacía sentir vergüenza ajena, y eso me hacía avergonzarme de mí mismo, porque mis secretos, mis pequeñas vanidades y pretensiones estaban a su alcance.

Marco, por ejemplo, esperaba con ansiedad recibir alguna noticia de su madre, Visser Uno. ¿Estaría en Leera? ¿Habría conseguido sobrevivir al último encuentro?

Veía y sentía el peso aplastante de la responsabilidad del príncipe Jake, la forma de ordenar y reordenar las ideas en su cabeza una y otra vez en un intento por entender qué les había sucedido a Tobías y Rachel, y por encontrar una fórmula que protegiera a todos los demás.

Cassie se acordaba e Rachel y Tobías y lloraba por dentro. Se cuestionaba una y otra vez si habíamos hecho lo correcto al participar en tan cruenta batalla.

<Bien —habló Marco visiblemente incómodo—. Quiero que sepáis que todos los pensamientos que estáis leyendo en mi mente son inventados. No son reales.>

<Los míos tampoco>, se apresuró a añadir el príncipe Jake.

<Escuchad —intervino Cassie—, no os olvidéis que estamos transformados. Nos ha ocurrido muchas veces que la mente del animal nos ha dominado, pero por lo general hemos conseguido recuperar el control. Así que tal vez…>

<Tal vez, como se trata de una mutación, podamos «desconectar» la capacidad mental de estos bichos>, completó Marco secundando la idea al cien por cien.

Poco después, tras sentir que los demás «cerraban» sus mentes, desconecté la mía.

Nos acoplamos en las motos de agua y nos lanzamos a un viaje por el fondo de un mar lleno de vida. Sin embargo, me sentía más solo que nunca.

Supongo que a todas las especies les ocurre lo mismo: sólo se encuentran bien tal como son. Para los humanos y los andalitas, los secretos y las mentiras junto con el derecho a la intimidad son aspectos naturales.