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A medida que avanzaba, iba disparando ondas de ecolocación a tan sólo unos centímetros por encima de las piedras, las cuales me devolvían un paisaje que parecía dibujado a trazos, con unos contrastes de filos claros y oscuros, y superficies garabateadas por encima.

Me lancé por entre las piedras en una sucesión de movimientos rápidos y repentinos que me permitían sortear a izquierda y derecha aquellas piedras que se interponían en mi camino.

<¡Esto es de locos!>, gritó Marco.

Ésa es una expresión que, utilizada por Marco, puede significar varias cosas, «ridículo» o «divertido». Creo que en aquel momento significaba lo segundo, porque a pesar de ser una locura, resultaba emocionante.

Yuu-huu!>, exclamó Rachel y, acto seguido, soltó su característica risotada salvaje y peligrosa.

Enseguida se convirtió en una diversión arriesgada: jugábamos a quién era capaz de acercarse más a los filos recortados de las rocas sin destrozarse en el intento un ala o uno de los frágiles huesos del murciélago.

Aquel reto me hizo olvidar por un rato los pensamientos oscuros que ensombrecían mi mente.

Poco después, el oído sensible del animal, capaz de percibir los ecos de la ecolocación hipersónica, captó un sonido nuevo, una especie de zumbido que se iba haciendo más rotundo según nos acercábamos.

<Príncipe Jake, si no me equivoco, eso que oímos son los sensores andalitas>, informé.

<¿De verdad? —se extrañó Cassie—. Suena a música.>

Seguimos volando, rozándonos de vez en cuando con el saliente de alguna piedra. De repente…

<¡Cuidado! ¡Elevaos! ¡Arriba!>, gritó Cassie, que liberaba la incursión.

¡SSIIIIUUMMMM! Las explosiones de rayos dragón y shredders resultaban ensordecedoras. Las ráfagas cegaban los ojos de los murciélagos. Al menos, veinte hork-bajir se enfrentaban a un grupo de tres andalitas y dos leerans. La lucha era encarnizada y no tardaría mucho en acabar.

Aquello iba a ser una matanza, pero el príncipe Jake nos había ordenado que nos mantuviéramos al margen y no estaba dispuesto a decepcionarlo de nuevo.

Una falange de taxxonitas avanzó hacia los andalitas heridos para acabar de rematarlos.

<Jake, deberíamos hacer algo>, dijo Cassie para mi sorpresa.

<¿No os he dicho ya que no vamos a tomar parte en esto?>, preguntó Jake.

<Sí —contestó Tobías—, pero ¿qué es lo que en realidad vamos a hacer?>

El príncipe Jake vaciló y, acto seguido, dijo:

<Muy bien, vamos a echarles un cable. Aterrizad, adoptad vuestras formas naturales y transformaos de nuevo. ¡Rápido!>

De repente…

¡BUUUMM! Demasiado tarde. Antes de que pudiéramos aterrizar, la totalidad de la cuenca de piedra donde estaban los andalitas y los leerans estalló.

La onda expansiva me lanzó por los aire. Aterricé sobre mi espalda, medio inconsciente, sordo y con los ojos inundados de sangre. Oí el rumor del caza de ataque terrestre cuando pasó a mi lado y el clamor ronco de los hork-bajir celebrando la victoria.

A punto estuvo de pisarme una desmesurada zarpa de afiladas garras de hork-bajir que salió en estampida, ignorándome por completo; al fin y al cabo sólo era una diminuta criatura herida en el ala. Aquellos monstruos de cuchillas disparaban incesantes sus pistolas de rayos dragón al tiempo que lanzaban gritos de júbilo.

No se oía ninguna respuesta de shredders andalitas. Las fuerzas yeerk iban ganando terreno; habían conseguido romper el frente andalita.

<¡Príncipe Jake! —llamé—. ¡Tobías!>

<¡Levantad el vuelo! —ordenó el príncipe Jake—. ¡Arriba! ¡Si todavía os quedan fuerzas! ¡Levantad el vuelo!>

Hice acopio de fuerzas y conseguí elevarme. Un segundo después un batallón de taxxonitas barrió la zona.

Los taxxonitas son unos descomunales gusanos muy alargados. Se parecen a los ciempiés del planeta Tierra, sólo que mucho más grandes. En un estado de hambruna permanente y desquiciada, se comen todo lo que encuentran a su paso, ya esté vivo o muerto. Son capaces de comerse a sus propios hermanos, muertos o heridos.

Sorteé de milagro la boca abierta y mendigante de uno de ellos, y en ese instante capté con claridad a otro murciélago a sólo unos centímetros por encima de mí cuando, de golpe, lo perdí de vista. Había desaparecido.

<¿Dónde está Tobías?>, preguntó Rachel.

<¡Tobías! —grité—. ¡Se ha esfumado!>

<¿Qué quieres decir con que se ha esfumado?>, preguntó el príncipe Jake.

<Lo tenía encima cuando, de golpe, desapareció.>

Desde la altura a la que nos encontrábamos, unos seis metros del suelo aproximadamente, se apreciaba bien el campo de batalla. La línea de los hork-bajir nos había sobrepasado un buen trecho, y los taxxonitas arrastraban sus cuerpos por el oscuro paisaje.

Habían acabado con todos los andalitas de los alrededores y no pude evitar comparar la disposición estratégica de las fuerzas que mostraba el monitor del Ascalin con la situación real de aquel momento.

<Hemos perdido —susurré para mis adentros, inseguro de si mis compañeros lo habían oído—. Hemos perdido.>

Entonces, vi confirmados mis temores. Se activaron unos motores y una docena o más de naves andalitas despegó de la superficie del planeta Leera para ponerse a salvo.