No parecía tan difícil. Se trataba sólo de llegar hasta las fuerzas andalitas y, sin embargo, era muy peligroso porque los guerreros estarían armados hasta los dientes, nerviosos y furiosos.
<El dispositivo automático de defensa disparará contra el objetivo o persona que se acerque demasiado por el aire —advertí—. No respetará nada. Los sensores detectarán y dispararán contra todo aquello que vuele a unos cuantos metros del suelo.>
—El terreno es demasiado abrupto. Será difícil avanzar —consideró Cassie—. Además está anocheciendo. Podríamos convertirnos en pájaros más pequeños, en gaviota, por ejemplo. ¡No! ¡Ya lo tengo! ¡En murciélagos! No son tan rápidos pero son ágiles y con la ecolocación podemos volar cerca del suelo incluso en la oscuridad.
—¡Vamos allá! —exclamó Marco con una alegría desmedida que no venía al caso.
—Está bien, escuchad con atención: nos transformamos y volamos a ras de suelo —indicó Jake—. Una vez dentro de las líneas andalitas, intentamos buscar al famoso príncipe Galuit —volvió la cabeza hacia mí—. Pase lo que pase, no vamos a intervenir en esta batalla hasta que primero encontremos a Galuit. ¿Entendido?
<Sí, príncipe Jake.>
El príncipe Jake me contempló con un semblante serio.
—No me llames príncipe —añadió esbozando una sonrisa.
<Sí, príncipe Jake.>
Como ya me había convertido en muchos animales voladores como el mosquito, el murciélago y otros, la metamorfosis no me resultaría violenta. Además, el murciélago tiene pelo, lo cual encuentro confortante, a pesar de ser marrón oscuro, muy diferente al mío azul.
Sin embargo, estos bichos son inútiles cuando están en el suelo. Sus patas son achaparradas y torpes, y sus brazos o patas delanteras, no estoy seguro, se encuentran unidos a unas alas de cuero, que les impide correr, algo muy extraño para un andalita.
Me hice una imagen mental del extraño animal procedente del planeta Tierra, a miles de kilómetros de distancia de allí. Empecé a encoger. La sensación era como de caída, como si me precipitara hacia el interior de una de las tantas burbujas que componían la roca volcánica por debajo de mí.
Mis patas delanteras desaparecieron y me quedé prácticamente postrado de bruces contra la roca. La afilada hoja de mi cola se arrugó como una hoja al quemarse, y enseguida se extendió al resto de la cola.
En esos momentos me vino a la mente la imagen del oficial de operaciones después de que el capitán le hubiese sesgado la cola de un tajo. Al principio pensé que Harelin era como la mayoría de los oficiales más mayores, con muchos prejuicios y arrogante, y, sin embargo, resultó ser el verdadero andalita. Había muerto como un héroe.
Mis patas traseras empezaron a menguar al mismo tiempo y de forma simétrica. Cuando eran bastante pequeñas, unas uñas diminutas sustituyeron mis pezuñas.
Mis brazos se desplazaron hacia atrás y giraron unos cuantos grados. Mis dedos se estiraron respecto al resto del brazo, que disminuía de tamaño. Me empezó a salir la piel en pliegues sueltos, de color gris primero y después negro. Me colgaba de los brazos como si llevara ropa humana muy holgada.
La ropa es un tejido plegable que utilizan los humanos para cubrirse el cuerpo, a veces como protección para el frío, pero sobre todo porque, según creo, los humanos consideran inaceptable su cuerpo. Es comprensible, pero se equivocan de partes. No hay nada más feo que la nariz humana.
La piel suelta empezó a ajustarse hasta convertirse en alas. Mis orejas aumentaron de tamaño y, por supuesto, como la mayoría de las criaturas terrestres, me creció la boca.
Veía bastante bien, no tanto como un ave rapaz pero casi igual que un humano. Sin embargo, la cualidad más notable de los murciélagos es que cuentan con la facultad de disparar una serie de sonidos ultrasónicos que rebotan en los objetos sólidos y conforman una imagen de los mismos que llega de vuelta al murciélago.
El sol de Leera se estaba poniendo con rapidez. Los ojos del animal hacían esfuerzos por ver, aunque contaba con una imagen perfectamente clara de las rocas de mi alrededor.
<Muy bien, vamos a buscar al andalita>, dijo Marco.
Agité las alas y levanté el vuelo junto con mis amigos humanos, una vez más. Me sentí como en casa. A pesar de la ira del príncipe Jake, del desprecio de Marco y del recelo declarado de Rachel, me sentía parte del grupo.
Por alguna razón, en aquellos instantes, con las imágenes frescas de la muerte a bordo del Ascalin, me veía lejos de todo aquello, como si perteneciera a otro cuerpo, me veía saboreando los deliciosos bollos de canela.
Añoraba la Tierra.
El capitán Samilin se había vendido a los yeerks. ¿Estaría yo haciendo lo mismo con los humanos?