16

<Muy bien, y ahora ¿qué?>, preguntó Rachel.

No sabía qué responder, ni siquiera era capaz de pensar. No paraba de darle vueltas a todo aquel asunto. El capitán de una nave andalita convertido en traidor. Me resultaba imposible de creer, y cuanto más pensaba en ello más seguro estaba de que no podía haber sido un controlador.

El Ascalin llevaba semanas en el espacio. Para que un yeerk hubiera sobrevivido en el cerebro del capitán, habría necesitado absorber rayos kandrona y a bordo de la nave no había ningún generador portátil de rayos kandrona.

<Te he hecho una pregunta. Ahora ¿qué?>, repitió Rachel.

<No lo sé>, contesté.

<Genial, si no lo sabes tú, ¿quién lo va a saber? —inquirió—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Volar como si nada hasta encontrar un contenedor lleno de sabrosa fruta podrida? Venga ya, necesitamos un plan.>

<Yo… yo… no sé qué hacer.>

<Hay que encontrar la forma de regresar a casa —opinó Marco—. Gracias al buen capitán estamos metidos en un lío. Jamás pensé que los poderosos andalitas hiciesen cosas como ésas. Yo creía que sólo nosotros, los primitivos y embobados humanos, nos vendíamos a los malos.>

<¿Qué os parece si dejáis en paz a Ax?>, sugirió Tobías.

<Sí, claro, pobrecito Ax —se burló Rachel—. Nos deja en manos del gran capitán en menos que canta un gallo y resulta que el señor es un traidor. Vaya, ¡qué corte!>

<Rachel, no es justo que hables así>, replicó Cassie.

<¿Justo? ¿Justo? —gritó Marco—. De no haber sido porque pasamos olímpicamente de Ax y de su preciado capitán, ahora mismo Ax estaría muerto junto con…>

<¡Pues ojalá hubiera sido así! —exclamé—. Ojalá me hubiera quedado con ellos. Hubiera preferido morir.>

No era mi intención decir aquello, en realidad, no lo sentía así. Aunque me sentía fatal por todo lo que había ocurrido, quería seguir viviendo.

<Vale, ¡a callar! —ordenó el príncipe Jake—. Lo que ha sucedido en la nave ha sido terrible. Ha muerto mucha gente y todos estamos un poco alterados, así que vamos a tranquilizarnos.>

Aguardó unos segundos antes de continuar.

<Esto es lo que haremos: seguiremos volando hasta agotar las dos horas. Con este cuerpo casi no avanzamos por mucha brisa que haya, pero debemos alejarnos todo cuanto podamos.>

Volábamos en silencio, contemplando a través de los ojos compuestos de la mosca el extraño planeta que se extendía por debajo de nosotros, del que apenas nos llegaban ruidos, y los olores que percibíamos nos resultaban ajenos. Estábamos solos con nuestros pensamientos. Al cabo de un rato, casi deseé que empezaran los gritos y las acusaciones.

Resulta terrible ser consciente de que eres uno de los pocos que ha logrado salir con vida en medio de tantas muertes porque, no importa lo que hagas, siempre te vuelve la misma idea a la cabeza: me alegro de que no me hubiese tocado a mí.

Nos posamos entre un cúmulo de piedras para que no vieran cómo nos transformábamos. De lo que recordaba del monitor del Ascalin, nos encontrábamos en tierra de nadie entre las fuerzas yeerk y las andalitas. En cualquier momento podrían barrernos.

—Muy bien, ya estoy tranquila —anunció Rachel en cuanto recuperó su cuerpo humano—, pero sigo teniendo la misma pregunta, ¿ahora qué?

—¿Qué tal si Tobías va a echar un vistazo? —me consultó el príncipe Jake.

<No lo sé>, contesté.

El príncipe Jake me miró con ojos contraídos y ejerciendo una ligera presión en los labios. Si no me equivoco, aquella expresión indicaba «molestia».

—Tobías, ve a echar un vistazo rápido —ordenó el príncipe Jake. Tobías levantó el vuelo al tiempo que el príncipe Jake me miraba—. Y ahora, Ax, escúchame. Sé que te sientes fatal, por varias razones seguramente, pero eso no te deja fuera de juego.

<¿Qué juego?>

—Mira, los andalitas y los yeerks andan a tiros. Nosotros somos los únicos humanos en esta guerra y tal vez tú no seas un gran experto, pero sabes más que nosotros, así que espabila.

Tobías planeó en círculos y descendió enseguida con los ánimos por los suelos.

<Por allí se acercan a buen paso unos mil hork-bajir armados hasta los dientes. Cubriendo su retaguardia, una especie de escuadrón de platillos volantes a unos trescientos metros del suelo no dejan de disparar rayos dragón. Por detrás avanzan los taxxonitas. Por el otro lado, hay dos docenas de naves andalitas a poca altura del suelo, y un ejército de tierra de unos cien andalitas violentos. Puede que me equivoque, pero dudo que esta vez ganen los buenos.>

<Deberíamos intentar alcanzar a las fuerzas andalitas>, propuse.

—¿Para qué? ¿Para dar con otro andalita traidor? —soltó Rachel con brusquedad.

Antes de poder controlarme, chasqueé la cola y la amenacé con ella en la garganta.

—¿Qué pasa, Ax? —me preguntó clavándome sus ojos azules y fríos de humano—. La verdad ofende, ¿no? Nos dejaste tirados por tu querido capitán. ¿Qué pasa si nos topamos con más andalitas? ¿Nos vas a mandar que nos sentemos en un rincón y que seamos niños buenos mientras tú vas hacerle la pelota al andalita de turno?

Retiré la cola al instante, horrorizado ante mi reacción y poco a poco conseguí calmarme. Rachel tenía razón.

<Cometí un error confiando en el capitán Samilin y apartándoos de mi lado. Me habéis… me habéis cuidado y habéis sido mis amigos durante mucho tiempo. Todo lo que puedo decir es que nadie se imagina lo duro que resulta estar desconectado por completo de tu propia gente.>

<Yo sí>, matizó Tobías.

<Todo lo que puedo decir es que lo siento y que, a partir de ahora, Jake será mi príncipe hasta que él diga lo contrario —me giré hacia él—. Seguirás siendo mi príncipe hasta que digas lo contrario.>

Por una vez no dijo aquello de «no me llames príncipe».

—De acuerdo —replicó—. Sólo quiero saber una cosa: ¿hay alguien en el bando andalita del que podamos fiarnos con total seguridad?

Aquellas palabras me dolieron profundamente; acabaron por minar el poco orgullo que me quedaba.

<El comandante. De ser un espía yeerk, esta batalla se habría perdido hace tiempo.>

—Pues a mí me parece que está bastante perdida —replicó Marco sin contemplaciones.

<El comandante en fuerzas, el príncipe Galuit-Enilon-Esgarrouth, perdió su familia entera en una emboscada yeerk. Perdió a su mujer y a sus tres hijos. Prefirieron morir antes que ser capturados. Sus cuerpos sirvieron de alimento a los taxxonitas. Podemos confiar en él —dejé escapar un suspiro—. Por seguridad, será mejor no fiarnos de nadie más.>