Me quedé paralizado, como si me hubieran clavado al suelo. ¡Aquello no podía ser verdad! ¿El capitán de una nave andalita traidor?
¿Y si fuera un controlador?
Nadie se movió. El ordenador guió la nave hasta hacerla descender y avanzar unos metros a poca distancia del suelo rocoso. En tan sólo unos segundos tocaríamos tierra.
El oficial Harelin perdía sangre a borbotones por la cola sesgada, pero yo sabía que antes prefería morir a vivir sin ella.
¡Los humanos! Me acordé de golpe, como si hubiera recibido el fogonazo de una pistola dragón. Mis amigos seguían en la enfermería, sólo que el capitán conocía su secreto y, en cuestión de segundos, todo el imperio yeerk lo sabría. Las noticias volarían hasta Visser Tres y jamás podrían regresar a su casa.
La Tierra, igual que Leera, caería en poco tiempo en manos de los yeerks.
<¡Príncipe Jake! ¡Tobías! ¡Cassie! ¡Marco! ¡Rachel! —exclamé por telepatía—. Si alguno me oye, ¡huid! ¡El capitán es un…!>
<El capitán es una sabandija>, completó la voz de Marco alto y fuerte.
<¿Qué? ¿Dónde estáis?>
<Oh, cielos, Ax, ¿no creerías que nos íbamos a quedar cruzados de brazos como buenos chicos? —añadió Rachel—. Lo siento.>
<Ax, estamos en el puente —informó el príncipe Jake—. Hemos visto lo que ha pasado. Bueno, ver es un decir porque con esta forma que tenemos…>
<Príncipe Jake, ¡hay que detener al capitán Samilin ahora mismo!>
<No podemos —añadió Cassie—. No nos daría tiempo a transformarnos, pero da la casualidad de que estoy sobre el capitán y, desde luego, puedo distraerlo.>
El Ascalin casi estaba tocando tierra. A través de la ventana frontal aparecieron filas y filas de hork-bajir armados hasta los dientes alrededor de la zona de aterrizaje.
<Adelante, Cassie —ordené—. Distráelo. Yo me encargaré del resto. ¡Disponemos de segundos!>
Me quedé mirando fijamente hasta distinguir una pulga diminuta que iba aumentando de tamaño sobre el lomo del capitán adoptando unas formas extrañas que se retorcían.
<¿Qué demonios…?>, gritó el capitán sorprendido.
¡FAAPP! Chasqueé la cola y, como si se tratara de un látigo, apunté hacia el cuello de Samilin.
Aquella bestia reaccionó a tiempo, retrocedió y evitó el golpe. Conseguí rozarle en la parte superior de la pata delantera derecha. De repente, por toda la sala, moscas y cucarachas, que nadie había notado antes, empezaron a crecer.
El capitán desenfundó el arma y, cuando estaba a punto de dispararme, volví a atacar.
¡FAAPP! La pistola shredder salió volando de sus manos y cruzó al sala.
El capitán y yo nos enfrentamos, cola con cola. Nos miramos fijamente, temblando con la energía que despedíamos y concentrados en la situación, aguardando la señal que dispararía el golpe de cola mortal.
En aquel instante me vino un flash de la escena con Visser Tres. Aquélla era la segunda vez que me enfrentaba cara a cara con el enemigo, y no estaba dispuesto a dejarlo escapar.
¡SSIIIUUMMM! ¡El oficial de operaciones Harelin había disparado tras apoderarse del arma que se le había caído a Samilin! El capitán vibró, y con un gesto de horror en el rostro, desapareció.
<¡Ordenador! —gritó el oficial—. ¡Emergencia! ¡Activación de controles manuales!>
¡BAM! ¡Demasiado tarde! La nave había tocado tierra. El impacto fue tan fuerte que perdí el equilibrio. Mis amigos, que ya habían recuperado sus cuerpos humanos, rodaron por el suelo. Sólo el oficial de operaciones logró permanecer en pie.
<¡Ordenador, despegue de emergencia!>
<No se puede proceder —respondió la voz del sistema— debido a un fallo de motor grave.>
<Humanos, ¡transformaos de nuevo! —ordenó Harelin girándose hacia nosotros—. La única forma de escapar de aquí es volviéndose invisible. ¡Tú también, aristh!>
<¡No pienso huir!>
<Es una orden, aristh Aximili-Esgarrouth-Isthill. Escaparás con los humanos y os presentaréis ante el comandante para contarle lo sucedido.>
<Pero…>
<¿Acaso no sabes lo que es una orden?>, gritó el oficial.
<Sí, señor.>
<Transformaos en un ser diminuto; os lanzaré por la salida de emergencia. Alejaos de la nave todo lo que podáis. No tenéis mucho tiempo. ¿Me habéis entendido?>
Adiviné sus intenciones. Harelin no tenía elección. No podía entregarse a los yeerks y no estaba dispuesto a que capturasen a los andalitas a bordo de la nave. No había forma de escapar de aquella trampa.
<Príncipe Jake, debemos transformarnos en algo pequeño. Um… ¡moscas! Sí, nos convertiremos en moscas y volaremos hacia el techo. Por allí hay una trampilla de salida.>
Rachel me miraba con desdén; después dirigió la vista hacia el príncipe Jake.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.
—Lo que nos ha dicho —contestó el príncipe Jake—. ¡Vamos!
Me concentré en el insecto. Esperaba ver la cara de horror o de asombro del oficial al contemplar los cambios de aquel bicho espantoso. Incluso en la Tierra está considerada como una criatura horrible.
Sin embargo, el oficial no prestó ninguna atención. Había perdido tanta sangre que se tambaleaba y al mismo tiempo intentaba lanzar un mensaje a toda la nave.
<A todos los guerreros y tripulación del Ascalin. El capitán ha muerto. Estamos rodeados. No hay forma de escapar. Debemos infligir todo el daño que podamos a los yeerks. Dentro de tres minutos empezaré a disparar todas las armas de la nave y el efecto retroactivo del shredder hará saltar la nave en pedazos.>
Se detuvo unos segundos para digerirlo.
<Llevad a cabo el ritual de la muerte, amigos míos. Gracias por vuestro servicio en esta nave. Vais a morir sirviendo a vuestro pueblo, en defensa de la libertad.>
Comencé a disminuir de tamaño. El suelo parecía crecer con rapidez. Me salieron patas y antenas de insecto pero, como seguía siendo un andalita, no podía evitar oír al resto de mis compañeros recitar el ritual de la muerte, así que me uní a ellos.
<Soy el sirviente de mi pueblo —recité. De haber tenido cabeza, la hubiera inclinado—. Obedezco a mi príncipe.>
Sabía que, por toda la nave, mis compañeros levantaban la cabeza.
<Sirvo al honor —pronuncié y oí el eco de fuertes voces—. Mi vida no me pertenece cuando mi pueblo la necesita. Pongo mi vida al servicio de mi pueblo, de mi Príncipe y del honor.>
Estiré las aptas de mosca y activé las alas hasta acercarme a la trampilla de salida. Nunca me había sentido peor en toda mi vida. Mientras muchos compañeros iban a morir, yo permanecería con vida.
<¿Aristh?>, alcanzó a decir a duras penas el oficial de operaciones.
<¿Sí?>
<Tal vez estaba equivocado. Quizá razas diferentes unidas posean más fuerza. Ve con los humanos y demuestra que estaba equivocado.>
La trampilla se abrió de golpe antes de que pudiera responder y una ráfaga de aire me lanzó al atardecer del planeta Leera.
<Jake…, príncipe Jake —dije—, debemos alejarnos todo cuanto podamos.>
Nos dejamos arrastrar por el aire. Cuando el Ascalin explotó ya estábamos lo bastante lejos del fogonazo. Habíamos conseguido escapar y alejarnos para siempre de los gemidos de cientos de héroes moribundos.