La nave Ascalin avanzó a máxima potencia hacia el planeta Leera. Por alguna razón, el capitán me había hecho llamar al puente. Parecía que deseaba tenerme cerca.
Tal vez le preocupara que pasara tanto tiempo con los humanos. No lo sé. Lo único que os puedo asegurar es que a un aristh no le permiten, por regla general, estar en el puente.
En comparación con otros puentes de mando, aquél era pequeño. No disponía de espacios abiertos como el de la nave cúpula, pero sí estaba cubierto de hierba firme y contaba con sensores y ordenadores de la tecnología más avanzada, que bordeaban la sala en círculo bajo la atenta mirada de media docena de guerreros.
Para mí era un honor estar allí pero, sobre todo, resultaba emocionante. Entonces, ¿por qué no podía apartar de la cabeza la imagen de mis amigos humanos en aquella raquítica sala de enfermería? En el centro de la sala resplandecía una gran pantalla holográfica donde se apreciaba el planeta y las naves de alrededor, rojas las de los yeerks y azules, y muchas menos, las nuestras.
Si me concentraba, podía ver uno de los monitores telepáticos nuevos, que transmite datos a tu cerebro directamente. Como diría Marco, tecnología «punta total».
Después de darle muchas vueltas, llegué a la conclusión de que no tenía motivos para sentirme culpable. Cuando estaba en la Tierra, me había unido a los humanos, lo cuál había sido razonable. Pero en aquellos momentos había vuelto con mi gente, y mi sitio estaba con ellos. Solicité al monitor telepático la visualización de un mapa detallado de la situación en el planeta.
El planeta Leera estaba cubierto de agua en un noventa y dos por ciento; el ocho por ciento de tierra estaba repartido en unas pocas islas desperdigadas y un continente. Ni los yeerks ni nosotros nos desenvolvemos con facilidad por debajo del agua, en donde los leerans han construidos sus ciudades, por regla general, a unos sesenta o setenta kilómetros del continente o de alguna de las islas. Aquel que consiga hacerse con el control del continente, habrá logrado dominar el planeta entero.
<¿Qué opinas de la situación táctica, aristh Aximili?>, me preguntó el oficial de operaciones en un tono amable que me llamó la atención.
<Bueno, no soy un experto en…>
<Eso ya lo sabía —replicó con brusquedad—. Sólo quiero una evaluación.>
<Sí, señor. Los yeerks dominan el espacio orbitario por encima del planeta. Diría que las condiciones les son favorables. Sin embargo, intuyo que no quieren que la guerra tenga lugar aquí arriba porque, aunque salgan ganando, puede que tengan muchas bajas y desperfectos y que no cuenten con fuerzas para invadir y reprimir el ataque de los leerans.>
<Comprendo. Si los yeerks temen a los leerans de allá abajo, ¿de qué sirve que nosotros nos unamos a los leerans?>
No sabía qué contestar. El oficial de operaciones tenía toda la razón. Debí de haber sonado como un idiota. El oficial giró una de las antenas oculares hacia mí.
<Porque, como ya sabes, aristh Aximili, los yeerks opinan que especies diferentes son incapaces de organizarse a la hora de luchar. Nosotros tenemos una forma de hacer las cosas y los leerans la suya. Los yeerks están unidos bajo un único jefe; nosotros y los leerans no.>
Me percaté de que el capitán nos observaba a los dos pensativo, con gesto contrariado.
<Ahí tienes una lección, aristh —continuó el oficial de operaciones—. Los andalitas somos más fuertes si luchamos solos.>
<Sí, señor.> Comprendí lo que me quería decir. Se refería a los humanos, y según como estaban las cosas, debería haber guardado silencio.
<Sin embargo, con todos mis respetos, fuimos mis amigos humanos y yo quienes impedimos que los yeerks crearan unas tropas de choque submarinas para atacar Leera. Si los yeerks contaran con esas tropas, la situación sería muy diferente.>
Aunque el oficial de operaciones parecía furioso, no me arrepentí de haber dicho lo que pensaba, a pesar de que sabía que su respuesta iba a …
<¡Rayos dragón! —exclamó uno de los guerreros en el extremo norte del continente y… ratos shredder. La batalla ha comenzado.>
Poco después, en el centro de la sala apareció la imagen holográfica de una cabeza andalita.
<Comandante en fuerzas, el príncipe Galuit-Enilon-Esgarrouth —anunció el oficial de operaciones—. ¡Atención!>
Saludé como buen militar, sólo que fui el único porque todos los demás estaban demasiado concentrados en su trabajo.
<Las acciones han comenzado en el continente —anunció con calma la cabeza holográfica—. El enemigo cuenta con un potente despliegue de fuerzas. Vamos a aplicar el plan siete cuatro. A nuestros aliados leeran: que en este día os sonría vuestro Todopoderoso Cha-Ma-Mib. A los guerreros andalitas: el pueblo espera que todos los guerreros cumplan con su deber.>
El Ascalin redujo la velocidad al entrar en la espesa y húmeda atmósfera de Leera.
<Señor, ¿qué puesto de batalla debo ocupar?>, pregunté al oficial de operaciones.
<¿El valiente aristh que ha hecho esto posible? —dijo esgrimiendo la sonrisa de un guerrero a punto de entrar en batalla—. Será mejor que no te separes de mí.>
El capitán y él intercambiaron una mirada y una sonrisa. No sabía cómo tomármelo, si sentirme avergonzado u orgulloso. Por encima de todo, estaba asustado.
Nos íbamos acercando progresivamente al continente. Parecía una jungla exuberante y verde como los bosques y selvas de la Tierra, pero con amplias hileras de reluciente vegetación dorada. El extremo norte del continente parecía más árido, probablemente fuera más frío. Divisamos el valle donde tenía lugar la batalla.
<Visualización —ordenó el capitán—. Óptimo aumento.>
El holograma que antes mostraba el espacio exterior se convirtió en una imagen real del valle, donde se veía a la perfección las fuerzas yeerks, formadas en su mayoría por hork-bajir con una reserva de taxxonitas y unos cuantos gedds, ocultos en las tierras altas de la parte oeste del valle. Habían levantado unos enormes campos de fuerza en la retaguardia para obligarnos a nosotros y a los leerans a atacar por delante.
Nuestros cazas bombarderos terrestres se lanzaban al ataque sorteando las formaciones rocosas y los árboles que encontraban a su paso. Un ejército de leerans, casi sin protección, avanzaba a pie entre las rocas para enfrentarse cara a cara con los yeerks.
<¿Comprendes ahora por qué los yeerks han elegido luchar aquí? —me preguntó el capitán Samilin—. Como ha dicho el oficial de operaciones, no funciona cuando dos especies diferentes luchan en el mismo bando. ¿Lo ves? No hacemos más que perder el tiempo intentando proteger a los leerans y, como consecuencia, nuestras fuerzas se debilitan.>
<Con el Ascalin, las cosas cambiarán>, aseguró el oficial de operaciones.
<Atención, modalidad aterrizaje —anunció un guerrero. De repente…—. ¡Capitán! ¡Fallo en el sistema-guía de toma de tierra!>
El capitán no movió un solo músculo de la cara.
<¿Qué?>, rugió el oficial de cara al guerrero que había hablado.
<Señor, los controles están bloqueados. ¡No puedo acceder! Intento de anulación. ¡Negativo, señor! ¡No puedo hacer nada!>
El oficial de operaciones se acercó de un salto hasta la consola, activó campos y resonadores al tiempo que se concentraba para comunicarse telepáticamente con el sistema.
<¡Capitán! —exclamó volviéndose horrorizado hacia el capitán—. Vamos a aterrizar detrás de las líneas yeerks. ¡No tenemos ninguna esperanza!>
El capitán avanzó con calma hacia el oficial y entonces…¡FAAPP! Chasqueó la cola rápido como un rayo y le cortó de cuajo la cola al oficial, que cayó al suelo retorciéndose.
Todos los guerreros allí presentes se quedaron paralizados ante semejante reacción.
El capitán sacó su pistola shredder y disparó.
¡SSIIIIUUMMM! ¡SSIIIIUUMMM!
Los guerreros caían inconstantes uno detrás de otro. La sala hervía con el calor de los rayos, y la electricidad estática chisporroteaba y danzaba en llamaradas azules que no hacían distinción entre cuerpos y máquinas. El malherido y horrorizado oficial de operaciones, Harelin, no había muerto, pero había quedado inutilizado para siempre, consciente de que había dejado de representar un peligro, lo cual supone la muerte para un andalita.
<Ah, mi buen aristh —dijo el capitán apuntándome con la pistola shredder y quitándole el arma al oficial—. No padezcas, no voy a hacerte daño. Visser Cuatro se enfadaría mucho si hiriese a las criaturas que tantos problemas le han estado causando en la Tierra. Visser Tres y Visser Cuatro son muy buenos amigos, así que no te preocupes. Todo terminará muy pronto; enseguida estaréis en el imperio yeerk.>