<Soy el aristh Aximili-Esgarrouth-Isthill>, me presenté.
<¿El hermano pequeño de Elfangor?>, inquirió uno de los andalitas.
<Sí, el mismo.> Dejé escapar un leve suspiro. Sé que suena ridículo pero, a pesar de lo mucho que quería y admiraba a Elfangor, siempre me molesta que me recuerden como el «hermano pequeño de Elfangor».
Por la forma de moverse y la manera de mirar, directa y firme, no cabía la menor duda de que aquellos tres andalitas eran guerreros. Sólo se notaba una pequeña relajación en las patas traseras.
Además en el cinturón de cada uno de ellos se distinguía un arma militar shredder y células de energía de repuesto.
<Yo soy Samilin-Corrath-Gahar, capitán de la nave —se presentó el más mayor de los tres—. Mi oficial de operaciones, Hareli-Frodlin-Sirinial, y el médico de la nave, el doctor Coaldwin-Ashul-Tahaylik. Dime, por yaolin, ¿qué estás haciendo flotando sin rumbo en el espacio cero con cinco alienígenas?>
<¿Están a salvo los aliados?>
<Sí —respondió el doctor Coaldwin—. Se encuentran bastante bien, a pesar de su extraña fisiología. Cuatro de ellos son claramente bípedos y carecen de cola. Caminan erguidos sobre dos piernas y consiguen mantener el equilibrio sin compensar el peso con una cola. Fascinante, me atrevo a decir. El quinto alienígena está diseñado para volar y…>
<Gracias, doctor Coaldwin —interrumpió el capitán Samilin—, pero queremos saber qué estaba haciendo un aristh en el espacio cero en compañía de estos seres tan… fascinantes.>
Aunque temblaba como un flan, me puse en pie. No soportaba permanecer tumbado más tiempo.
<Capitán, me encontraba transformado en un ser muy pequeño cuando oí un pequeño estallido y entonces me desperté en el espacio cero.>
<¿Qué? ¿Estás diciendo que eres la materia sobrante de un animal de poco volumen? ¡Es imposible! —exclamó el doctor, sus ojos iluminados por la emoción—. O sea, no es imposible, sólo que es la primera vez que ocurre. Esto aniquilaría todas las teorías existentes sobre la sustitución de la masa en las transformaciones. Se convertiría en el avance científico de…>
<Sin duda, sin duda —volvió a interrumpir el capitán visiblemente irritado—, pero, aparte de ser fascinante científicamente, se me ocurre otra pregunta. Sabemos cómo has llegado hasta aquí, aristh Aximili, pero dime, ¿y los demás? ¿Cómo es posible que esos alienígenas hayan llegado hasta aquí si los únicos que poseen el poder de la metamorfosis somos los andalitas?>
Aquélla era una pregunta directa de un oficial superior, de uno de los grandes, del dueño y señor de una nave, a un aristh, un personaje prescindible.
A pesar del tono acusador que había empleado el capitán, a mí me entraron ganas de reír de puro alivio que sentía en aquel momento. Primero porque mis amigos estaban bien y luego porque había regresado a casa, estaba entre los míos, que eran como yo, hablaban igual que yo y se movían como yo. Quería reír y llorar al mismo tiempo.
<¡Responde a la pregunta del capitán!>, bramó el oficial de operaciones. Era su primera intervención. Como número dos, los oficiales de operaciones se encargan de que se cumpla a raja tabla la disciplina en la nave.
<Lo siento, señor —me disculpé—. Es sólo que hacía mucho tiempo que no veía a un compatriota… y había llegado a pensar que tal vez nunca…, que quizá tuviera que pasar el resto de mis días en la Tierra.>
La fiera expresión del oficial de operaciones se suavizó, aunque no demasiado.
<Cuéntanos qué pasó, aristh>, añadió el capitán con amabilidad al tiempo que afirmaba con la cabeza.
<Sí, capitán. Fui abandonado en la Tierra y llevo en ella cero como siete años estándar andalitas. Creo ser el único superviviente de una batalla entre la nave cúpula en donde yo prestaba mis servicios y una nave nodriza que, en colaboración con una nave-espada oculta perteneciente a Visser Tres, nos machacó.>
Al oír el nombre de Visser, el oficial de operaciones hizo un gesto de desagrado.
<Antes de que empezara la batalla, la cúpula, en donde me refugié obligado, fue separada… Repito que no fue por gusto propio —me sentí como un perfecto estúpido ofreciendo explicaciones a mi comportamiento, pero lo que no quería era que me calificaran de cobarde—. En fin, la cúpula se salió de órbita y fue a parar a uno de los océanos de la Tierra. Permanecí bajo el agua durante varias semanas hasta que los humanos me rescataron.>
<¿Los mismos que están en la enfermería?>, preguntó el doctor.
<Sí.>
<¿Utilizaron algún aparato submarino humano?>, preguntó el oficial de operaciones.
<No, se transformaron en animales acuáticos y me rescataron.>
<Se transformaron —repitió el capitán sin mover un solo músculo de la cara, en la que tan sólo apareció una ligera contracción alrededor de los ojos que denotaba sospecha—. ¿Y dónde exactamente han adquirido la facultad de transformarse?>
Me había metido en un buen lío. Hace algún tiempo conseguí entablar contacto con la comandancia andalita, que me instó a que me declarara culpable del hecho de haber concedido a los humanos el poder de las transformaciones, con el fin de mantener impoluta la reputación del héroe de Elfangor, ya que lo que mi hermano había hecho era un crimen de primer grado.
¿Qué podía hacer? ¿Mentir al capitán? Al fin y al cabo, yo había recibido órdenes desde posiciones más altas.
<Se lo di yo, señor.>
<Ya veo —replicó el capitán sin apartar la vista de mí—. No sabes mentir, aristh Aximili.>
Me dio un vuelco el corazón.
<¿Señor?>
<Jovencito —habló el oficial de operaciones soltando un suspiro—, si tú le diste el poder a los humanos, ¿cómo es posible que ya estuvieran transformados la primera vez que los viste? Obviamente, antes de que te descubrieran a ti, ya poseían la capacidad de mutar.>
¿Qué podía decir? Había metido la pata hasta el fondo y carecía de una buena explicación. Me había convertido en mosquito a miles de millones de kilómetros de distancia y en aquellos momentos había quedado como un perfecto idiota y mentiroso.
No contesté; me limité a permanecer firme.
<Gracias, doctor —añadió el capitán invitándole a que se fuera—. Supongo que querrás ir a ver cómo están tus «humanos», y usted tal vez pueda analizar el problema del espacio cero que el joven Aximili ha descubierto.>
En cuanto el médico se retiró, el capitán se acercó hasta donde yo estaba.
<Aristh Aximili, me gustaría saber por qué me estás ocultando la verdad.>
<Yo nunca mentiría a no ser por…>
<¿A no ser qué, aristh insignificante? —bramó el oficial de operaciones—. ¡Estás hablando con el capitán de la nave!>
<Lo sé>, asentí.
El oficial de operaciones comenzó a gritarme de nuevo pero el capitán lo detuvo alzando una mano.
<Aristh, ¿has conseguido ponerte en contacto con la comandancia del planeta andalita durante tu estancia en la Tierra?>
<Sí, mi capitán>, contesté respirando de alivio. Me dio la sensación de que el capitán Samilin lo comprendió.
<¿Recibiste órdenes de ellos?>
<Sí, mi capitán.>
Me miró como si fuera a continuar con el interrogatorio, pero no lo hizo. Se limitó a observarme durante un buen rato y entonces, con una voz mucho más suave, añadió:
<¿Qué le ocurrió a Elfangor?>
<Visser Tres lo mató. En la superficie de la Tierra.>
El capitán hizo un gesto afirmativo con la cabeza y el oficial de operaciones se quedó horrorizado.
<¿El príncipe Elfangor es el responsable de esto? —preguntó el oficial de operaciones entre asombrado y horrorizado—. ¿El príncipe Elfangor quebrantó la Ley de la Bondad de Seerow?>
<No quiero que esa especulación salga de esta sala —exclamó cortante el capitán—. Fue el aristh Aximili quien les concedió el poder de la metamorfosis. Lo que voy a decir a continuación quiero que quede entre nosotros. Estuve bajo las órdenes del príncipe Elfangor, yo era su oficial de operaciones, y puedo asegurar que siempre que Elfangor tomaba una decisión, contaba con una razón de peso —me clavó la mirada y dijo—: Elfangor era mi amigo y mi príncipe, y acepto que él quebrantase la ley, pero también estoy seguro de que hizo lo correcto.>