Se produjo un pequeño estallido que provocó un cambio de estado brutal. Había viajado de golpe al gran vacío blanco del espacio cero.
<¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido? ¿El espacio cero?>, exclamé en medio de la confusión. Había recuperado mi cuerpo de andalita.
Pataleé por instinto, aunque allí no había nada contra lo que patalear, sólo vacío.
No percibía un ápice de movimiento, ni siquiera una ligera brisa, pero notaba que la falta de oxígeno empezaba a aturdir mi cerebro; comenzaba a perder la visión y mis miembros se iban quedando entumecidos.
¡No podía ser verdad! ¡Estaba en el espacio cero!
Giré las antenas oculares para inspeccionar los alrededores. Podía ver mi cuerpo por dentro y por fuera. Era como una especie de rompecabezas de dimensión n que se retorcía para que pudiese ver su interior.
De pronto, descubrí a cuatro humanos dispuestos de la misma manera que yo, es decir, en raras secciones cruzadas. Divisé la cara el príncipe Jake pero también su corazón palpitante, el tejido de los músculos de sus piernas y el interior de su cerebro. A los otros les ocurría lo mismo.
Todos se retorcían desesperados.
Allí estaba también Tobías en forma de pájaro, y casi inmóvil.
<¡Príncipe Jake! ¡Tobías!>, exclamé pero, evidentemente, no podían responder porque en el espacio cero no hay aire para transportar los sonidos. En aquel lugar no hay nada, ni átomos ni moléculas como en el espacio convencional. No hay estrellas ni planetas. No hay nada.
A lo lejos y de casualidad alcancé a ver una sombra plateada y elegante. ¡Una nave espacial! Igual que con los cuerpos, podía ver el interior y el exterior de la nave al mismo tiempo, y divisé a unos individuos atareados que, a pesar de mi cerebro entumecido y de aquella visión confusa de pesadilla, distinguí a la perfección.
¡Andalitas! ¡Era una nave andalita!
La luz de las toberas diseñadas para el espacio cero brillaba con intensidad y parecía encaminarse hacia nosotros.
Entonces lo comprendí todo. Como cualquier andalita sabe, cuando te conviertes en un animal mucho más pequeño que tu propio cuerpo, la masa sobrante viaja hasta el espacio cero y permanece allí como un fajo de materia sin orden ni concierto.
Al menos en teoría, porque en la práctica comprobé que allí todo estaba ordenado.
Al estar fuera del espacio normal de tres dimensiones, podía ver el interior de las cosas y de las personas, pero los cuerpos seguían pareciendo humanos o andalitas; todo estaba en su sitio.
Recuerdo cuando se lo expliqué a mis amigos humanos y uno de ellos me preguntó ¿qué pasaría si una nave chocara contra esas burbujas de materia? Yo me eché a reír. Después de todo, las probabilidades eran mínimas.
Lo cierto era que en aquellos momentos todo apuntaba a que teníamos todas las de perder. La nave andalita se había acercado tanto que nos había atraído a su campo magnético y su cegadora estela nos arrastraba por el espacio cero.
<¡Andalita! —alcancé a decir a duras penas—. ¡Nave andalita! ¡Nave andalita! Estamos atrapados en la estela de la nave y no estamos muriendo. ¡Ayuda! ¡Nave andalita! ¡Ayuda!>
La energía que empleé en gritar agotó todas mis fuerzas. No había aire y podía ver literalmente cómo se desmoronaban mis pulmones y cómo aumentaban las palpitaciones de mis corazones en un intento por mantenerme con vida, hasta que el ritmo cardíaco comenzó a debilitarse progresivamente.
<¡Ayuda! ¡Nave andalita! —grité—. ¡Ayuda!>
Me resulta imposible describir en esas palabras el dolor que sentí al ver a mis compatriotas tan cerca, los primeros que veía en mucho tiempo.
Ellos, en cambio, no podían verme. En el interior conservan el espacio convencional de tres dimensiones. Los andalitas que viajaban en la nave sólo veían la parte superior de la nave y las cubiertas.
Entonces, como si me estuviera observando a mí mismo desde fuera, fui testigo de los últimos bombeos de mi corazón. Vi el chorro de sangre entrar lentamente en mi cerebro y detenerse.
Sabía que iba a morir, iba a morir con mis compatriotas al lado.
De repente, perdí la conciencia. Todo se oscureció a mi alrededor.
Cuando me desperté, me contemplé y comprobé que era de una sola pieza y que estaba tumbado de lado sobre una mesa con una forma que se ajustaba a la perfección para sujetar mi cola y mis patas.
<¿Qué?> , exclamé.
<No me interesan los qué —dijo una voz andalita—. Quiero porqués, cómo y sobre todo quién.>
Giré las antenas oculares y allí, a mi lado, descubrí las figuras de tres guerreros andalitas.