Nos reunimos en el granero de la granja de Cassie. Allí, su padre y ella se encargan de curar a los animales no humanos que están enfermos o heridos. La llaman la Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje. Es un oscuro edificio de madera y de grandes dimensiones en cuyo interior se distinguen filas de jaulas donde alojan a los animales enfermos.
Tobías se había acomodado sobre uno de los travesaños del techo, desde donde vigilaba el exterior a través de una especie de ventana, por si se acercaba alguien.
Los demás estaban a nivel del suelo. Cassie empujaba montones de paja sucia con un tenedor muy alargado de tres dientes.
El príncipe Jake de tanto en tanto quitaba algo del medio para que no le estorbara a Cassie.
Marco y Rachel hacían el vago. Así es como los humanos llaman al hecho de sentarse y no moverse durante un rato.
Algún día, cuando ya sea demasiado viejo para ser un guerrero, escribiré un libro sobre los humanos, sus extrañas costumbres y su tecnología del habla. Por ejemplo, ¿sabíais que los humanos inventaron los libros antes que los ordenadores y que por eso creen que estos últimos son mucho mejores que los primeros? Se olvidan de un pequeño detalle: un ordenador tarda treinta segundos en cargar una página, mientras que el acceso a la página de un libro es inmediato.
Me atrevería a calificar a los humanos como una raza extravagante, retrógrada y sin importancia, de no ser por dos cosas. Una, son las criaturas que, después de todo, han elevado el sentido del gusto a las cotas más altas. Puede que tecnológicamente se encuentren a años luz de nosotros, pero han creado las palomitas con mantequilla, las tabletas de Snickers, el chile y las colillas, aunque se enfadan cuando les hablas de comer colillas.
No hay que olvidar, además, que los humanos, por encima de todos sus defectos, han inventado los bollos de canela. Algún día, después de la guerra, se organizarán peregrinaciones de andalitas a la Tierra con el único propósito de pasar un día entero comiendo bollos de canela, transformados en humanos.
Os recomiendo el que lleva una capa de azúcar glasé por encima. Merece la pena.
—Ax, ¿estás escuchando? —preguntó Marco.
<Sí, claro>, contesté al tiempo que salía del ensimismamiento en que me había sumido.
—Verás, es que es la segunda vez que te lo digo y tú sigues mirando a las musarañas.
<Dímelo una tercera vez, por favor. Estaré atento, te lo prometo.>
—¿No crees que Visser Tres, al transformarse en pájaro andalita, ha querido decirnos algo? Se piensa que somos andalitas, ¿verdad? ¿No es demasiada coincidencia que vaya detrás de un «andalita» y se convierta en un animal procedente del planeta andalita? Yo creo que ha tratado de decirnos algo.
Ésa es la segunda razón para mostrar respeto por los humanos. Se adaptan a cualquier situación a una velocidad increíble. Hace tan sólo unos meses, Marco no creía que hubiera vida en otros planetas pero, una vez convencido, ha absorbido la visión de un mundo enteramente nuevo para él. Desde entonces, se encuentra en el medio de una guerra, usando una tecnología que no entiende y, a pesar de todo eso, es capaz de acertar con intuiciones que a mí se me escapan.
<Sí —añadí lentamente—, pero ¿por qué? ¿Y qué es lo que quiso decirnos?>
—Te está tocando la moral —continuó Marco encogiéndose de hombros—. Es como si te dijera: «Eh, tú sigue ahí en la Tierra que yo, mientras tanto, entro y salgo de tu casa, visito a tus colegas y pruebo las galletas de tu madre».
<Mi madre no hace galletas —señalé—. El sentido del gusto es desconocido entre…>
—Visser te está tirando de la correa —agregó Rachel.
—Está jugando contigo —corroboró Cassie.
<Quiere fastidiarte>, añadió Tobías.
—Intenta confundirte con… Olvídalo, no importa —declaró el príncipe Jake—. El problema es saber ¿cómo adquirió la forma de ese pájaro? Y ¿por qué la utilizó para atacarte?
—Me parece que estáis desviando el tema central —observó Cassie—, es decir, qué vamos a hacer con el tal Hewlett Aldershot Tercero.
Marco levantó la mano.
—Obligarle a que se cambie el nombre —contestó.
—Esta vez Visser Tres cuenta con un buen plan —señaló el príncipe Jake—. Adquiere a nuestro amigo el señor Hewlett Aldershot Tercero, entra en las oficinas del servicio secreto, pincha el ordenador y se cuela en conferencias secretas para enterarse de todo aquello que sólo el servicio secreto sabe.
<¿Qué es lo que saben?>, pregunté.
—Muchas cosas —respondió Marco.
<Ah.>
—No se trata sólo de lo que averigüe, sino de las personas con las que podrá entablar contactos para conseguir acceso a donde sea —añadió Rachel—. Querrá saber si se filtra algún tipo de información sobre las actividades de los yeerks y…
—¡Hala! —Marco se puso en pie de un brinco. Siempre pienso que las dos piernas enclenques de los humanos van a ceder y que el patinazo va a ser de padre y señor mío.
—¿Qué pasa? —preguntó Jake con calma.
—Rachel tiene razón. Debido al puesto que ocupa, H. A. Tercero puede dirigirse a cualquiera, ¿verdad? Puede hablar con su jefe, el presidente del país, ¿no? Imaginaos que llega a la oficina y dice: «¡Jefe, unos gusanos parasitarios del espacio exterior están invadiendo la Tierra!» ¿Qué pasaría? Lo encerrarían en el manicomio sin mediar palabra. Ahora imaginaos que llega a la oficina y dice: «¡Unos gusanos parasitarios del espacio exterior están invadiendo la Tierra! Y ¿sabe una cosa? Puedo convertirme en rinoceronte». Y entonces lo hace y… ¡ta chan! Se acabó el secreto, y los yeerks estarían en peligro.
—A no ser que el jefe sea un controlador —matizó Rachel.
—Si fuera así, ¿por qué Visser iba a preocuparse tanto de H. A. Tercero? —señaló Cassie al tiempo que se giraba para mirar a Marco—. ¿En qué estás pensando? ¿No estarás insinuando que nos transformemos en el señor Aldershot?
—Pues sí.
—No podemos hacer eso —sentenció Cassie—. Creí que había quedado claro que no vamos a convertirnos en humanos.
<Yo me convertí en el príncipe Jake>, recordé. La idea de Marco era genial,. Hay veces en las que mis amigos no están del todo dispuestos a actuar, si ello significa matar a yeerks. A mí me pasa lo mismo.
<Y Cassie se transformó en Rachel aquella vez>, añadió Tobías.
—Para empezar, Ax, tú no eres humano, así que quizá por eso no te importe tanto transformarte en humano. En cuanto a lo de Jake, sabes a la perfección que, si éste no hubiera caído en manos de yeerks, te habría dado permiso, como hizo Rachel conmigo —aclaró Cassie.
—Usted perdone mi atrevimiento —replicó Marco con un deje cargado de sarcasmo—, pero me temo que nuestro hombre H. A. Tercero no está en condiciones de dar permisos de ningún tipo. Es un vegetal, una zanahoria, un repollo, un tomate.
—Vaya, siempre había creído que el tomate era una fruta —interrumpió Rachel para provocarlo.
—Se llama «estado vegetativo persistente», Marco; desde luego, lo tuyo sí que es tener tacto —intervino Cassie—. Primero, no sabemos si el señor Aldershot está tan mal. ¿Y si sencillamente está en coma? Y segundo, no tenemos derecho a robar su ADN.
—El hombre es una col de bruselas —insistió Marco.
—De cualquier forma, no podemos entrar ahí dentro —añadió el príncipe Jake—. Visser Tres estará alerta y, además para adquirir el ADN del señor Aldershot debemos adoptar nuestras formas humanas y, con Visser Tres de guardia, me parece un poco difícil, ¿no creéis?
Todos parecían alicaídos. El príncipe Jake tenía razón.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Cassie de repente.
—¿Qué? —preguntó Marco.
—Estoy totalmente en contra de esto —explicó dejando escapar un suspiro—, pero…
—Pero, ¿qué?
—Ax —dijo mirándome fijamente—, ¿es posible adquirir el ADN a partir de la sangre?
<Sí, supongo que sí.>
—¿Sangre? —Rachel hizo una mueca—. ¿Vamos a absorber la sangre de ese tipo? No contéis conmigo, queridos. Hepatitis, VIH… ni hablar.
<Las enfermedades no se contagian en el proceso de adquisición —aclaré con rapidez—. Sólo se absorbe el ADN, que está aislado, y queda encapsulado en el flujo de sangre de cada uno a una temperatura muy baja, y por lo tanto, es muy estable. Veréis, la esfera de la molécula naltron…>
—Creo que se me ha dormido el cerebro —interrumpió Marco—. En resumidas cuentas, no hay problemas de contagio. Muy bien, Cassie, ¿cómo extraemos la sangre?
Mi amiga lo explicó y, casi al mismo tiempo, uno tras otro exclamamos «¡Qué asco!». Es una expresión que siempre dicen muy alto y repiten varias veces seguidas.
Si hay una cosa que he aprendido en todo este tiempo que llevo aquí es a creer a los humanos cuando dicen que algo les da asco.