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Aquella noche recorrí a galope tendido los campos más alejados del rancho de Cassie. Necesitaba aclarar mis sentimientos.

Era una noche húmeda, aunque no llovía demasiado según los estándares de la Tierra. La hierba estaba mojada y jugosa; docenas de gusanos eran succionados por mis pezuñas al salir al exterior los días de lluvia. Más proteínas en mi dieta, que era lo último que necesitaba en aquel momento porque cuantas más proteínas absorbes, más despierto te encuentras.

Las nubes ocultaban la luna y las estrellas, lo cual siempre me entristece, porque me gusta ver la estrella de mi hogar por la noche. Se ha convertido en una especie de ceremonia, en algo personal que necesito hacer para recordarme que allá arriba está mi lugar, que sigue allí aunque yo no esté, que allí vive gente que es como yo. Pero, ¿y si, cuando llegue allí, me siento fuera de lugar? ¿Hasta qué punto me habrán influido los humanos? ¿Habré permanecido con ellos demasiado tiempo?

Divisé las luces de la casa de Cassie. Recuerdo la vez que me transformé en el príncipe Jake y fui a cenar a casa de los padres de Cassie. A Jake lo habían atrapado los yeerks y yo adquirí su ADN para sustituirle.

Me gusta recordarlo, me refiero a la cena con Cassie, no al hecho de transformarme en Jake. A veces cuando estoy solo en el bosque y echo de menos mi casa, me doy cuenta de que también pienso en aquella noche.

Avivé el paso, quería sentir el impacto de las gotas de lluvia en el rostro y en el pecho. Se me había quitado el hambre. Pensaba que si corría muy deprisa, las gotas me golpearían en la cara y en el pecho, y no sobre el lomo.

Avisté una valla de madera y, a pesar de ser demasiado alta, me dirigí a galope tendido hacia ella, levanté las patas delanteras y de un brinco la superé, aunque la rocé con una de las pezuñas.

Me quedé casi sin aliento, así que decidí relajarme y volver al trote hacia el bosque.

«Podía haberlo machacado —me decía a mí mismo—. Podía haber forzado la lucha. Podía haberlo atacado antes de que se largara».

Sin embargo, otra parte de mí respondía:

«No, hubieras perdido. Es mucho más alto y corpulento y, además, cuenta con más experiencia. El cuerpo andalita de Visser Tres pertenecía a un gran guerrero y por eso dispone de toda su destreza y experiencia».

«Le has dejado escapar delante de tus narices».

Sí, pero al menos no he huido.

«Ya, pero lo estabas deseando. Estabas aterrorizado».

Sólo un loco es capaz de no asustarse ante Visser Tres. Yo le planté cara, y él ¿qué hizo? Huyó.

Cuando me detuve, comprobé que estaba debajo de un pino muy alto que da a la pradera de Tobías.

<Ey, Ax-man ¿qué tal?> , saludó desde alguna parte oscura del árbol.

<¿Estás despierto?>

<Pues sí. Tengo la pequeña manía de despertarme cuando los centauros extraterrestres de color azul y cola de escorpión aporrean el bosque como si fueran una manada de elefantes heridos. Ya ves, me da por ahí.>

Cuando se despierta, Tobías suele ser un poco antipático; es una característica humana que no ha perdido.

<Perdona por haberte despertado. ¿Cómo es que los elefantes están heridos?>

Tobías dejó escapar un suspiro. Revoloteó hasta una rama más baja y después se posó sobre un tronco caído.

<Te estás comiendo la cabeza, ¿verdad?>

<¿Qué?>

<¿Qué si te estás comiendo la cabeza? ¿Qué si estás dándole vueltas y vueltas a las cosas y preguntándote una y otra vez lo mismo?>

<¿Cómo lo has adivinado?>

<Escucha, Ax, la primera vez que vi a Visser Tres… sabes muy bien cuándo… Lloré, ¿sabes? Tenía mucho miedo.>

<Era un extraterrestre, alguien por completo ajeno a ti.>

<Elfangor era un extraterrestre, un ser por completo desconocido para mí. Sin embargo, no tuve miedo. Con Visser Tres me asusté, y no por su aspecto, sino por lo que me transmitía. No sé, era como una mancha negra. Que casi se podía oler, una sensación para la que no encuentro una palabra adecuada. Supe enseguida que había que destruir a aquella cosa que tenía delante de mí. Aquella criatura era el mal personificado, lo presentía. En aquel momento comprendí que, de alguna manera, aquel ser malvado me iba a afectar y cambiar para siempre, y me eché a llorar.>

<Pero yo no era la primera vez que lo veía —añadí sin mover un solo músculo—. No debería haberme asustado.>

<¿Y qué ibas a hacer?>

<Podría haber forzado la lucha.>

<¿Y si hubieras perdido?>

<¿Y si hubiera ganado? Habría sido un golpe terrible para los yeerks y habría vengado a mi hermano. Mi pueblo estaría contento.>

<Escucha, Ax, tú le plantaste cara. Fue él quien retrocedió, no tú.>

<Le teníamos rodeado; éramos varios contra él solo. Seguramente pensó que también erais guerreros andalitas. Se retiró con honor.>

<Honor —repitió Tobías con sorna—. Es un asesino a sangre fría, un invasor de una tierra que no es suya. Exactamente igual que un gángster. Los asesinos no tienen honor.>

<Será mejor que me vaya y te deje dormir.>

<Ah, vale, ya veo que no quieres seguir hablando del tema —miró a su alrededor con los ojos entornados. Por la noche los ratoneros ven tanto como los humanos—. De todas formas, con esta lluvia no hay quien duerma.>

<Tobías, la forma de pájaro que adoptó Visser Tres es un Kafit y procede de mi planeta.>

<¿Qué es lo que estás pensando? ¿Qué Visser Tres ha estado en tu planeta?>

<Sí, me preocupa que la abominación haya pisado terreno andalita.>

Noté que Tobías se ponía tenso. Creo que empezó a comprender.

<A veces, los animales se sacan del país de origen ¿no? Si no, fíjate en la Tierra: puedes encontrar un león africano en un zoo de América, Europa o donde sea. Puede ser que alguien por completo ajeno a este asunto haya sacado a esa especie de pájaros de tu planeta y que alguien los haya robado, para acabar finalmente en manos de Visser Tres.>

<Sí, puede ser>, contesté.

Sin embargo, estaba casi convencido de que Visser Tres o alguno de sus secuaces había estado en mi planeta.

Fuera como fuese, lo cierto era que los yeerks habían alcanzado el único sitio seguro de la galaxia: mi casa.