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Hacía mucho tiempo que los andalitas no peleaban cola contra cola, excepto como parte del entrenamiento militar o bien como deporte.

En aquel lugar, entre ventiladores y olores a grasa y carne frita, Visser Tres y yo nos encontrábamos cara a cara. Aquello no era ningún deporte.

Dos gaviotas revolotearon a nuestro alrededor y se posaron, seguidas de otras dos. Con uno de mis ojos giratorios percibí la figura de depredador del ratonero sobrevolándonos.

<Transformémonos>, sugirió Rachel, dirigiendo su mensaje telepático de forma que yo lo pudiera oír. Ojalá haya recordado excluir a Visser Tres. Los humanos a veces olvidan que la telepatía puede orientarse a todo el mundo o bien a un grupo de personas en concreto.

<No podemos transformarnos —me dijo el príncipe Jake—. Primero tendríamos que pasar por nuestra forma humana. ¿Y si, después de todo, Visser decide largarse?>

<Si nos transformamos, no se irá>, auguró Rachel con amargura.

No le quitaba la vista de encima a Visser. Mi cola estaba lista para atacar a la más mínima provocación.

<Príncipe Jake, no podemos arriesgarnos. Si llega a descubrir que sois humanos, todo habrá terminado. Vengaré la muerte de mi hermano Elfangor yo solo.>

<No es el lugar apropiado —observó Cassie—. La gente ha visto un pájaro de seis alas y seguro que hay alguien de camino.>

Me costó oír sus palabras. Visser se movió hasta colocarse de lado al tiempo que yo arqueaba la cola hasta elevar al máximo la hoja afilada del extremo; así lograría bloquear su ataque.

<Ax, sería mejor que te retiraras —declaró el príncipe Jake—. ¿Crees que puedes salir de ésta ileso? Cassie tiene razón, éste no es un buen sitio para una lucha de este calibre.>

Había una parte de mí que lo deseaba con todas las fuerzas. Visser Tres, al ser más grande que yo, tiene la cola más larga, y, como es más alto, no le costaría mucho golpearme en la cabeza o en los ojos desde arriba. Las cartas estaban de su parte.

Sin embargo, había visto el miedo en sus ojos. Visser sabía que se encontraba entre la espada y la pared, que aquella batalla era a vida o muerte y que no contaba con todas las probabilidades.

Deseaba ver cómo le invadía el pánico cuando le presionara la garganta con la cuchilla de mi cola y le recordara «¡Esto es por mi hermano!»

De repente, algo se movió. Chasqueé la cola, pero fallé. Sólo conseguí sesgarle la espalda.

Todo había sucedido muy deprisa y al principio no entendí qué había ocurrido. Él se había movido, yo había atacado y, acto seguido, aquel monstruo superó de un brinco la pared y desapareció.

Corrí hasta el borde del tejado y asomé la cabeza.

—¡Os juro que he visto un caballo azul saltar del tejado! —exclamó una niña humana.

—¿Ah, si? ¿Y dónde ha aterrizado si se puede saber? ¡Tú estás loca! —replicó su amiga.

Desde la posición en la que me encontraba, veía a la perfección que había ido a parar a uno de esos contenedores cuadrados.

—En ese contenedor —insistió la niña.

Visser se había roto la pata izquierda trasera en la caída y se transformaba a marchas forzadas en humano. Me lanzó una mirada cargada de odio.

Hubiera deseado decir algo, amenazarlo de muerte, pero me quedé pasmado mirándolo intensamente.

Cuando apareció su boca humana, me dedicó una sonrisa prepotente.

<Venga, Ax —dijo el príncipe Jake—. No hay nada más que hacer aquí.>