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Visser Tres desapareció de nuestro vista.

<¿Nos estaba mirando? —preguntó Marco—. Sí, señor, nos estaba mirando.>

<Príncipe Jake —le dije empleando una telepatía que sólo mis amigos pudiesen oír—, ¿qué hacemos?>

<¿Qué ha pasado?>, me preguntó el príncipe Jake.

<Nos ha visto, eso es lo que ha pasado>, dijo Marco.

<Visser Tres ha desaparecido de golpe>, añadí.

<De acuerdo. Oídme, es posible que sospeche que no sois gaviotas reales —continuó el príncipe Jake—. Por lo tanto, comportaos de forma natural, haced que no le prestáis atención. Uno que se vaya volando, el otro que espere un momento y haga lo mismo. Como si fuerais…>

¡CRASH! Algo extraño que venía hacia nosotros había atravesado la ventana y roto el cristal en mil pedazos. El golpe alcanzó a Marco que cayó, aturdido y sin control, hacia el suelo. Al principio y a causa de la sorpresa no reaccioné, pero entonces vi lo que había atravesado la ventana. ¡Un ave Kafit! ¡Un Kafit de seis alas!

No podía ser otro que Visser Tres transformado.

<¡Imposible!>, grité confundido. El ave Kafit sólo habita en un lugar del universo: el planeta de los andalitas.

El Kafit se sacudió los restos del cristal y vino directamente hacia mí con su pico mortal, afilado como una navaja, apuntándome como un misil.

Me dejé caer desde la ventana con las alas plegadas. ¡Aquel pico fatal pasó casi rozándome! Entonces abrí las alas y las agité con todas mis fuerzas. ¡El Kafit iba a por mí! Sus seis alas le daban una velocidad tremenda.

<Ax, ¿qué es eso?>, gritó Cassie.

No tenía tiempo de responder. Mis amigos humanos no comprenderían. El Kafit se alimenta a base de ensartar criaturas que viven en los árboles. Es rápido, preciso y mortal con los bichos pequeños. Y, en ese momento, yo era uno de ellos.

<¡Todos a por ese pájaro! —rugió el príncipe Jake—. No podrá con todos. ¡Tobías! ¿Dónde estás?>

<Demasiado lejos>, respondió Tobías muy serio.

Me giré para localizar al Kafit. ¡Qué torpe! Mi cabeza actuó como un timón y me hizo girar, lo que me situó justo en la trayectoria de aquel monstruo de seis alas!

Aleteé como un poseso, pero fue inútil. El pico del Kafit me sesgó la parte interior del ala.

<¡Aaaaahhhhh!>, chillé.

Me di la vuelta y, presa del pánico, descendí a unos seis metros del suelo sin dejar un momento de agitar las alas. Sabía que el Kafit era más rápido, pero debía comprobar si también era más ágil.

<¿Cómo?, ¿cómo?, ¿cómo?>, era la pregunta que no dejaba de hacerme.

¿Cómo podía ser que Visser Tres hubiese adquirido el ADN de un ave Kafit? ¿Acaso la abominación había llegado a pisar la hierba del planeta de los andalitas?

Sobrevolaba una calle principal llena de lo que los humanos conocen con el nombre de restaurantes de comida rápida. Visser estaba a sólo unos centímetros y me atraparía en tres… dos… Abrí las alas, frené de repente, torcí la cola, ladeé la cabeza y salí disparado hacia el lado. El ave Kafit pasó de largo.

Aunque aquel bicho era más rápido, podía esquivarlo con mis giros, si contaba con el factor sorpresa. ¿Cuántas veces más podría engañarlo?

<Bonita maniobra, andalita —dijo Visser. Sus mensajes telepáticos resonaron de repente en mi cabeza—. ¿Por qué no lo intentas de nuevo?>

Me puso tan furioso que estuve a punto de responderle, pero me contuve. Visser Tres no estaba seguro de que yo fuera un andalita transformado y me intentaba provocar. Tal vez si me mantuviera en silencio, se convencería de que no era más que una inocente gaviota que estaba apoyada en la repisa de la ventana. Vi al príncipe Jake y los otros apresurándose para atraparnos.

<¡Príncipe Jake! No me ayudéis. ¡Confirmaréis sus sospechas!>

<Deja de hacerte el héroe —contestó el príncipe Jake—. ¡Tobías!>

<Hago todo lo que puedo, pero el aire está muerto aquí arriba>, replicó Tobías.

Con el rabillo del ojo vi que el ratonero de cola roja hacía esfuerzos por ganar altura desde la que disponerse a un picado mortal, pero no estaba a mucho más de tres metros por encima de mí, estaba demasiado escorado como para ser de alguna ayuda. Me hallaba solo.

«Bien, mejor así», me dije con la intención de sonar más valiente de lo que realmente me sentía. Mi aleteo frenético me condujo hacia un enorme letrero dorado con la forma de dos arcos unidos.

<Veamos lo rápido que puede girar un ave Kafit.>

Me encaré hacia el hueco de uno de los arcos, lo atravesé y realicé un quiebro. Visser Tres pasó de largo, rápido como un rayo por la parte de fuera y giró para volver a mí. Entonces me di la vuelta y atravesé el segundo arco. Aunque el Kafit me iba a la zaga, su tremenda velocidad no le servía de gran cosa, y la envergadura de sus alas dificultaba el paso por entre los arcos. Visser Tres trazaba círculos a una velocidad extraordinaria, pero yo seguí entretejiéndome por entre los arcos.

<¡De perlas, Ax! —me gritó Tobías—. ¡Aguanta un poco que ya lo tengo a la vista!>

Por debajo de nosotros, los viandantes empezaron a congregarse para contemplar el extraño espectáculo.

«Eh, ese pájaro tiene demasiadas alas», vociferó uno de ellos.

«Debe ser un pájaro mutante. Venga, ¡ánimo, gaviota!» ¡Zas! La punta de una de mis alas pegó en el borde de uno de los arcos y, al perder estabilidad, fue incapaz de realizar el siguiente giro.

<¡Aaaaahhh!> ¡Su afilado pico me había cortado unos centímetros de la punta del ala! Me precipité sobre el negro tejado de uno de los restaurantes, y tras varias vueltas de campana y pequeños saltos conseguí llegar a un estrecho hueco que se formaba entre dos grandes y ruidosos refrigeradores de aire.

Visser Tres no se dio por vencido. Descendió y, tras hacerme una pasada a pocos centímetros de mi cabeza, intuí que él también había decidido aterrizar sobre el tejado. Empecé a transformarme tan rápido como me era posible. El tejado estaba rodeado por un muro bajo, por lo que los humanos que se habían apelotonado abajo no podían vernos. En cuanto recuperase mi cuerpo de andalita, me sentiría más seguro.

De mis talones empezaron a crecer pezuñas. Las plumas de mi cola empezaron a fundirse para conformar el principio de la cuchilla de mi cola de andalita. Pero, a medida que me transformaba, aumentaba de tamaño, y me faltaba espacio. Estaba atrapado entre aquellos refrigeradores de aire y sus ventiladores que me inundaban de olores grasientos.

No sin dificultad logré salir de allí, tambaleándome sobre mis piernas a medio formar cuando todavía era una combinación extraña de andalita y pájaro. Al alcanzar el centro del tejado, lo localicé en medio de la metamorfosis, mitad pájaro, mitad andalita, como yo.

<Ríndete, andalita —se mofó Visser—, y a lo mejor hasta te dejo vivir.>

<Veamos lo bueno que eres cola contra cola>, le reté intentando sonar más convincente de lo que en realidad me sentía.

Su cola se irguió. Y la mía también.

El escenario de muerte estaba preparado: dos andalitas se iban a enfrentar en un combate mortal.

Le miré a los ojos y vi en ellos el mal, pero también algo más que hizo brincar mis corazones: el miedo. Visser Tres estaba asustado.