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<Tengo una pregunta —anunció Marco—. Si ya hay un Hewlett Aldershot en la familia y un Hewlett Aldershot junior, ¿cómo es posible que alguien quiera tener en la familia a otro Hewlett Aldershot? ¡Con la de nombres que hay!>

Al día siguiente, Marco, Rachel y yo nos encontrábamos sobre el alféizar de la ventana de un edificio de tres plantas. Según mis amigos, las gaviotas son como las palomas. Pueden ir a todas partes sin levantar sospechas.

Seguro que tienen razón, pero ni sé lo que es una paloma ni tampoco me imagino cómo es un pájaro que levanta sospechas.

<Estoy seguro de que Chapman lo atropelló porque no podía soportar ese nombre.>

<¿Por qué me obligará Jake a ir contigo, Marco?>, protestó Rachel dejando escapar un suspiro.

<¿Qué pasa? ¿Acaso no puedo hablar? Alguien tendrá que sacar un tema, ¿no? Llevamos una hora y media en esta ventana como si fuéramos unos perfectos idiotas.>

<¿Sólo una hora y media? —se sorprendió Rachel—. Qué curioso, se me ha hecho eterno. Contigo los minutos parecen horas.>

<Muy graciosa.>

<Para ser exactos ha transcurrido una de vuestras horas y dieciocho minutos>, puntualicé.

<Una de nuestras horas —se burló Marco—. Sabes, ahora también son tuyas. Estás en la Tierra, quieras o no, así que ajusta tu reloj a la hora local.>

Cuando Marco se aburre, es insoportable.

Por la tarde regresamos a la misma ventana para cumplir con el segundo turno de vigilancia.

<Ésta no es para nada la idea que tenía de pasar el sábado, un día precioso con unas rebajas de categoría en Express y Old Navy —se quejó Rachel—. Me toca a mí ir a echar un vistazo. Ahora vuelvo.>

Levantó el vuelo y se alejó. Marco y yo sacudimos un poco las alas, movimos la cabeza y nos paseamos por el alféizar como haría una gaviota de verdad. Rachel se había ido por la misma razón; debíamos actuar con perfecta naturalidad.

<¿Qué hay de raro en el nombre Hewlett Alder… ¡Mira! —me interrumpí de golpe—. Ha entrado otra persona en la habitación y me resulta conocido.>

<¡Rachel! —llamó Marco por telepatía—. Busca a Jake, Cassie y Tobías. ¡Tenemos compañía!>

<¿Quién?>

<Visser Tres en forma de humano —contesté—. ¡La abominación!>

Como las gaviotas tienen los ojos en los laterales de la cabeza, moví la cabeza para mirar con uno de ellos. Sí, era él, Visser Tres, líder de la invasión yeerk en la Tierra.

Visser Tres ha sido el único yeerk que ha logrado alojarse en un cuerpo andalita y, por ello, disfruta del poder de la metamorfosis. Sólo él, de entre todos los yeerks del universo, posee la facultad de transformarse.

Enseguida empecé a notar la furia incontrolada que siento siempre que veo al asesino de mi hermano. Una vez estuve a punto de vengar su muerte, estuve muy cerca de destruirlo, pero fracasé.

La próxima vez no cometeré errores.

<¡Guau! Visser Tres transformado en humano —dijo Marco un tanto nervioso—. Aquí hay gato encerrado.>

Dos médicos humanos entraron en la habitación y hablaron con Visser. Parecían tratarle con respeto y miedo porque estaban temblando. No podía oírles a través del cristal, pero estaba claro que sabían quién y qué era Visser Tres.

No perdía detalle. Con el ojo izquierdo controlaba la calle; vi pasar a Tobías, un fogonazo de tonos marrones y una pizca de rojo. Y con el derecho observaba el interior de la sala.

Visser Tres recuperó su forma habitual de andalita. En su cabeza humana brotó el par de antenas oculares. La base de su espalda empezó a extenderse en lo que sería la larga, ágil y peligrosa cola de los andalitas. El pelo azul y tostado recubrió lo que había sido piel humana y enseguida se quedó a cuatro patas, con la cola erguida y preparado.

<Debe sentirse muy seguro en este lugar —me dije—, porque, si no, no se habría transformado.>

<Los médicos no están dando saltos de alegría precisamente>, observó Marco.

De hecho, los pobres temblaban. Algo no marchaba bien. De repente, Visser Tres puso la cuchilla de su cola en el cuello de uno de los médicos. Un solo movimiento y la cabeza del doctor rodaría por el suelo.

<¡He dado órdenes de que curen a ese humano! —bramó. Como volvía a ser un andalita, podíamos oír sus pensamientos telepáticos sin que él lo supiese—. ¿De que sirve que hayamos introducido a uno de los nuestros en su cráneo si no puede moverse?>

El médico contestó con todo el cuidado y respeto del mundo.

<Me importa un pimiento la base de su cerebro, ¡quiero que lo reparen! ¿Tienen la más mínima idea de lo útil que este humano sería para nosotros? Se trata del número dos en la organización que se encarga de la vigilancia del presidente. Tendríamos acceso a la mitad de los secretos del planeta. Por eso me las arreglé para que lo hirieran y lo trajeran aquí.>

El príncipe Jake y Cassie pasaron volando en forma de gaviota.

<¿Qué pasa?>, preguntó el príncipe Jake.

<Visser Tres, príncipe Jake.>

<Deja de llamarme «príncipe». Sí, ya oigo sus pensamientos, quería decir ¿qué ves?>

<El Visser se está encargando de aterrorizar a un par de médicos que son controladores humanos>, le aclaré.

En ese momento, Visser Tres retiró la cuchilla y el médico cayó de rodillas. Su compañero le miró compareciéndolo, pero no se movió para ayudarlo.

<No me dejan elección: si no puedo utilizar esta criatura como portador, tendré que adquirirlo y transformarme en él. No puedo pasar mucho tiempo con su forma ni podré vivir su vida pero, al menos, podré acercarme a su superior. ¡Le utilizaré!>

El médico que seguía de pie, habló. Sonreía y parecía animado y entusiasta. Visser giró la cola y lo golpeó con la cara plana de la cuchilla, enviándolo a la otra punta de la habitación.

<No me vengas ahora con eso de que «al final todo ha resultado perfecto» —graznó Visser Tres—. Todavía quiero que reparéis a este humano. Ésa es la única razón por la que no acabo con vosotros aquí mismo. Si en el plazo de tres días el humano no está bien, vosotros os pondréis muy, muy… muy malitos.>

Entonces uno de los ojos de las antenas se giró y me miró directamente. El otro ojo hizo lo mismo. Aquello pintaba fatal.