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—Resulta —explicó Marco— que iba yo por la zona de los restaurantes, pensando en mis cosas, cuando se me antoja comprarme unos tacos. Al ir hacia el mostrador me llama la atención un grupo de paramédicos y curiosos alrededor de la zona de la tienda de bollos de canela.

Marco es uno de mis amigos humanos. Es más bajo que los otros niños de su edad. Tiene el pelo y los ojos oscuros y le encanta hacer bromas, es decir, humor, algo mucho más común entre humanos que entre andalitas.

Estoy convencido de que el humor les ayuda a superar la vergüenza de poseer sólo dos ridículas piernas, que les hace tan inestables.

—Os juro que fue como una revelación, el caso es que en aquel momento intuí que tenía que ver con Ax-man. Me acerqué a la multitud y le pregunté a alguien qué ocurría. La chica me contestó que…

—¿La chica? —interrumpió Rachel—. A ver si lo adivino. ¿Era la típica chica guapa que jamás se pararía a hablar contigo, de no ser una emergencia médica como aquélla? ¿No me digas que pensaste que sería la ocasión perfecta para ligar?

—Elemental, querido Watson —contestó Marco.

Rachel es una chica. Es rubia y de ojos azules. Es alta para su edad.

—Como iba diciendo, la chica me explicó que un chico se había vuelto loco y se había zampado una bandeja entera de bollos de canela. Y la pregunta es: ¿a quién conocemos que sea capaz de hacer una cosa así?

Marco, Rachel, el príncipe Jake, Cassie y Tobías me miraron y estiraron la boca para dibujar una línea horizontal que formó una sonrisa, excepto Tobías que es un nothlit, una persona atrapada en el cuerpo de un animal, en su caso, de un ratonero de cola roja. Al no tener labios no puede sonreír.

<No conocía los detalles del estómago humano —repliqué a la defensiva—. Parece que hay un límite en la cantidad de comida que puedes ingerir y, como yo lo sobrepasé, me dolía horrores el estómago. Además, me encontraba mareado.>

—El subidón de azucar del siglo —comentó Cassie.

Cassie es casi tan alta como Marco. Tiene el pelo y los ojos oscuros y le interesan los animales. Para los humanos, los «animales» son todos los demás excepto ellos.

Había recuperado mi cuerpo de andalita. Nos encontrábamos en el bosque que limita con la granja de Cassie. Ése es mi hogar y también el de Tobías, que se alimenta de ratones. Casi siempre sale a cazar por la mañana mientras que yo lo hago por las noches. Salgo del bosque y correteo por los prados para absorber la hierba a través de mis pezuñas, como toda criatura sensata.

Aquel día nos habíamos reunido para recibir la visita de un aliado extraño: Erek, el chee.

Los chee son una raza de androides creados por una raza extinta conocida por el nombre de pemalitas. Los chee y los últimos pemalitas llegaron a la Tierra hace miles de años huyendo de la destrucción de su planeta. Los pemalitas no sobrevivieron pero sí lo hicieron sus androides civilizados, pacíficos y de una fuerza asombrosa.

El príncipe Jake consultó su reloj. Los humanos siempre andan perdidos en el tiempo. O es más tarde o es más temprano de lo que pensaban, el caso es que jamás he conocido a un humano que diga que es exactamente la hora que pensaba que era.

—Iba a decir que Erek llega tarde pero supongo que todavía es un poco pronto —comentó Jake.

¿Qué os había dicho?

<Ya viene —anunció Tobías—. Es silencioso si se lo propone pero desde aquí arriba no se me escapa.>

Los ratoneros poseen un oído y una vista extraordinarios, aunque sólo pueden mirar en una dirección al mismo tiempo, como los humanos.

Erek se acercó y llegó puntual. Por fuera tiene la apariencia de un chico normal; sin embargo se trata sólo de una ilusión holográfica avanzada. Por debajo del holograma hay un androide gris y blanco, parecido a un perro terrestre, sólo que tiene dos patas.

Los chee están programados para no hacer uso de la violencia, pero Erek eliminó de su programa dicho mandato para enfrentarse al enemigo en una batalla encarnizada. Gracias a ello nos salvó la vida. Después determinó suspender para siempre su capacidad para la violencia.

A pesar de no poder luchar, los chee han conseguido infiltrarse en la organización yeerk en la Tierra y, por eso, de vez en cuando, Erek nos proporciona información importante.

—Hola a todos —saludó Erek.

—Hola, Erek —saludó Marco—. ¿Qué hay?

—No mucho —replicó Erek encogiéndose de hombros como haría un chico de su edad—. Hay algo raro, algo que no encaja; al menos eso pensamos nosotros.

El príncipe Jake asintió y miró a Tobías.

—¿Hay moros en la costa?

Tobías saltó de la rama en la que estaba, batió las alas y se elevó hasta perderse de vista.

—Lo siento —le dijo el príncipe Jake a Erek—. Tenemos que tomar precauciones.

—¿Acaso crees que he venido solo? —añadió Erek con una sonrisa divertida—. Tengo a tres de los míos escondidos vigilando mis espaldas. Jamás los encontrará, ni siquiera con su visión.

—Vaya, ¿quieres apostar? —preguntó el príncipe Jake.

Tobías regresó enseguida y se posó en la misma rama.

<No hay moros en la costa> informó al tiempo que se retocaba las plumas con el pico.

—¿No has visto nada de nada? —preguntó desilusionado el príncipe Jake.

<Bueno, eh visto a dos chee. Uno con el holograma de árbol y otro haciéndose pasar por una piedra. Nada de lo que preocuparse.>

Los humanos y Erek se echaron a reír.

<Conozco este bosque palmo a palmo —aclaró Tobías con aires de suficiencia—. ¿Acaso crees que puedes aparcar un viejo sauce en cualquier sitio sin que se note? ¡Canta que da gusto!>

—Recuérdame que no vuelva a desconfiar, hermano ratonero —añadió Erek al tiempo que hacía una especie de reverencia con el cuerpo. Acto seguido, adoptó un semblante serio y nos habló del asunto que le había traído hasta allí.

—Uno de los peces gordos del servicio secreto, Hewlett Andershot Tercero, está en el hospital en coma. Lo atropelló un coche al cruzar una calle. No sabemos por qué está en cuidados intensivos, pero sabemos que nadie se ha enterado de que está en el hospital.

—¿Ni siquiera su familia? —preguntó Cassie.

—Nadie, ni su familia, ni su jefe, Jane Carnegie. Nadie. El hospital está prácticamente tomado por los yeerks, la mitad del personal son controladores humanos. Su nombre no aparece en las listas de los ordenadores del hospital y ¿sabéis quién conducía el coche que lo arrolló? Nada más y nada menos que nuestro querido amigo, el señor Chapman.

El príncipe Jake asintió. Es el líder de los animorphs y, por eso, lo considero mi príncipe. Como aristh que soy, necesito que alguien sea mi príncipe.

—Vaya, vaya —comentó el príncipe Jake—. Será mejor que echemos un vistazo.