Me llamo Aximili-Esgarrouth-Isthill.
No sé si mis compatriotas andalitas recordarán ese nombre, aunque intuyo que una parte de la historia que os voy a contar quedará registrada en la revista científica. El accidente ocurrido ha significado una reinterpretación de la ciencia de la extrusión de masa en el espacio cero durante la metamorfosis.
Dudo, sin embargo, que se mencione mi verdadero nombre o que se cuente toda la verdad. Supongo que es mejor así. Veréis, se han descubierto traidores entre nosotros; en otras palabras, hay andalitas que trabajan para los yeerks.
Yo soy el único andalita con vida que ha presenciado el incidente Ascalin. Sólo mis amigos humanos, el príncipe Jake, Cassie, Tobías, Rachel, Marco y yo conocemos lo que realmente sucedió a bordo de aquella nave en el planeta Leera, devastado por la guerra, aunque nunca lo entenderé.
A cualquier andalita honrado la sola idea de concebir a uno de su especie como traidor le da dolor de estómago. Pero fue tal y como os lo voy a contar. El incidente Ascalin sucedió porque uno de los nuestros nos traicionó.
Aximili-Esgarrouth-Istill, hermano de Elfangor-Sirinial-Shamtul, jura por su hermano que todo lo que va a contar aquí es la pura verdad.
Soy el único andalita sobre la faz del planeta Tierra. No os molestéis en buscar información en una base de datos porque no encontraréis nada. Perdimos una nave cúpula cuando navegábamos en órbita sobre este planeta. Los yeerks nos atacaron y abatieron la nave. Mi hermano Elfangor murió en la batalla, pero antes de perecer, quebrantó la ley al concederles el poder de la metamorfosis andalita a cinco niños humanos.
Los yeerks intentan hacerse con el control de este planeta a través de los métodos habituales: a través del conducto del oído de los seres humanos introducen sus cuerpos de gusano en el cerebro de las personas para esclavizarlas como han hecho con los hork-bajir y los gedds, y como esperan algún día hacerlo con nosotros.
En estos momentos vivo entre humanos, en particular con el grupo de niños al que mi hermano proporcionó el poder de la metamorfosis. Se hacen llamar animorphs, y son los únicos que ofrecen alguna resistencia a la fuerza invasora yeerk, que yo sepa.
Aunque vivo con humanos y los respeto, mis corazones están con los andalitas. No me importa lo que se diga de mí respecto a lo que ocurrió en Leera, yo sé que siempre he sido y seré fiel a mis compatriotas, a pesar de que hay veces en las que no tengo muy claro a dónde pertenezco, si a mi propio pueblo, a mi raza o especie, a mi familia, a mis amigos o a mis aliados.
Mis amigos humanos me llaman «Ax»; insisten en acortarme el nombre. Os explico: los humanos se comunican produciendo sonidos con la boca. Si no me equivoco, casi todos los andalitas conocen el concepto de «boca». Bien, pues aunque mi nombre completo resulta fácil de pronunciar a través de la telepatía andalita, es un tanto largo y complejo para los primitivos sonidos emitidos por la boca de un humano.
Como soy el único andalita sobre la faz de la Tierra, he adquirido una forma humana gracias a la tecnología andalita de las transformaciones. Por eso hay veces que me convierto durante dos horas en humano y me comporto como si fuera uno de ellos. Debo reconocer que se me da bastante bien. He aprendido sus costumbres y hábitos a la perfección y actúo con toda naturalidad.
Gracias a ello, puedo entrar en cualquier sitio por muy humano que sea. De este modo, por ejemplo, puedo ir al centro comercial, que es un lugar lleno de tiendas que venden, sobre todo, piel y pezuñas artificiales, conocidos técnicamente como «ropa» y «zapatos».
En el centro comercial también se encuentran unos sitios increíbles para comer. Aparte de usar sus bocas para emitir sonidos, los humanos las usan para comer. Se meten un poco de comida en la boca y con los dientes la trituran y la mezclan con saliva. En este proceso entra en juego un sentido al que llaman «gusto», que resulta ser una experiencia inolvidable por su intensidad.
Aquel día vestía piel y calzaba pezuñas artificiales de humano. Me acerqué al mostrador de mi restaurante favorito.
—¡Hola! —saludé emitiendo sonidos con mi boca humana—. Estoy dispuesto a trabajar por dinero-ero-ero.
Os explicaré, el dinero es un concepto abstracto de los humanos. Si tú le das dinero a alguien en esta sociedad, a cambio, obtienes algún objeto útil.
—¿Qué es lo que deseas, hijo? —me preguntó el hombre.
—Exijo dinero para poder cambiarlo por esos deliciosos bollos de canela —expliqué.
El hombre pestañeó varias veces.
—¿Quieres pedir algo o no? —repitió el hombre.
Mala suerte, había ido a topar con un tipo que no destacaba por su inteligencia.
—Deseo trabajar para que me pagues y así poder adquirir unos deliciosos bollos de canela-nela.
—Voy a buscar a la encargada.
—Bollos-s-s-s —repetí. Me encantaba ese sonido porque me hacía cosquillas en la boca. Los humanos tienen algunos sonidos muy divertidos.
Cuando apareció la encargada, le expliqué la situación.
—No puedo darte trabajo porque eres menor —contestó— pero supongo que si tienes hambre puedes limpiar esas mesas. Cuando acabes te daré algo de comer.
No me pareció mala idea.
—Pobre chico —comentó la encargada a otro humano cuando yo me alejaba—. No parece que esté muy bien de la cabeza, pero hay que ver lo guapo que es.
Enseguida comprendí lo que quería decir con aquello de limpiar las mesas. Aquella ala del centro comercial estaba sembrada de restaurantes y, en el medio, habían agrupado una gran cantidad de mesas que ¡estaban llenas de comida!
En la primera mesa encontré una especie de triángulos grasientos bastante salados y crujientes cubiertos de una segregación de color amarillo chillón. Me los comí y no estaban nada mal.
En la siguiente mesa descubrí unos líquidos. Uno estaba caliente y el otro frío. Además de los líquidos había un papel arrugado en el que se distinguía un producto rojizo semilíquido, que también probé. Estaba bueno, pero tampoco era nada del otro mundo.
Y entonces divisé lo que tanto ansiaba: dos enormes y relucientes bollos de canela humeantes al lado de dos humanos.
¡Oh, no! ¡Se los iban a comer!
Me acerqué todo lo deprisa que mis torpes piernas humanas me permitieron.
—¡Estoy recogiendo las mesas! —exclamé.
—¡Pero si ni siquiera hemos empezado a comer! —protestó uno de ellos.
—Mejor —le repliqué aliviado al tiempo que les arrebataba de un tirón los bollos.
—¡Ey! ¡Espera un momento! ¿De qué vas?
Me metí uno en la boca. ¡Umm! ¡Qué delicia! ¿Cómo explicárselo a un andalita que jamás ha experimentado el sentido del gusto? Era una explosión de sensaciones, un placer más allá de cualquiera placer imaginable. ¡Aquel jugo dulce y calentito del bollo de canela me transportaba a otra dimensión!
—Pero ¿qué haces? —gritó la encargada al tiempo que se acercaba a toda velocidad hacia mí.
—Limpar as mezas —contesté mezclando los sonidos. Resulta imposible hablar con la boca llena. Uno de los innumerables defectos de diseño de los humanos.
—Le pido disculpas —les dijo la encargada a los humanos que habían estado a punto de comerse mis bollos de canela—. Les traeré otro par. Y tú —me amenazó con uno de sus dedos— haz el favor de seguirme.
Me empujó con tal brusquedad que se me cayó un trozo del bollo de la boca. Me condujo hasta el restaurante y me obligó a sentarme en una silla, lo que significa doblar las piernas por las rodillas colocando sobre una plataforma elevada las almohadillas regordetas que se encuentran en la parte superior de las piernas; de ese modo se relaja el peso del cuerpo. Si no se ve es difícil hacerse una idea.
—Escucha, hijo, si estás tan desesperado por la comida, allí hay una bandeja entera de bollos un poco duros que te puedes comer. ¡Pobre criatura!
Me señaló una pila cuadrada de bollos. ¡Debía de haber una docena en total!
—¿Para mí? —pregunté sin poder contener la emoción.
—Sí, todo tuyo.
Permitidme que haga un pequeño inciso en este punto. A veces el idioma humano es ambiguo. «Todo tuyo» me había dicho. Y eso ¿qué significaba?: ¿Qué tomara uno?, ¿que me podía comer la bandeja entera?
En fin, no sería culpa mía si había una confusión.