No fui consciente de lo que me estaba ocurriendo durante mucho tiempo. Me había convertido en un gusano en hibernación cuyo limitado cerebro ni siquiera funcionaba.
Me sentía como si estuviera muerta, sólo me llegaban unos sueños lejanos que, en realidad, eran fragmentos sin ninguna consistencia.
Veía imágenes vagas de gente y lugares, sobre todo de mis padres, pero no comprendía su significado.
Aunque notaba que estaba cambiando no sabía en qué me iba a convertir. Ni siquiera era consciente de mi existencia.
Me hallaba dentro de una envoltura dura que colgaba de una hoja, a punto de someterme a una metamorfosis natural, a todo un milagro de la naturaleza.
Poco a poco empecé a recobrar la conciencia. Me revolví y entonces me desperté. El saco de piel seca y dura empezó a resquebrajarse como un huevo. En el momento en el que se abrió me invadió una sensación nueva y extraña. Aquello era lo primero que sentía en mucho tiempo.
¡Aire!
De repente me pareció que todo se aceleraba. Sentía que empujaba y me retorcía para intentar salir a toda prisa.
Empujé con fuerza y de repente…
¡Luz! ¡Podía ver!
Como si de una explosión de conocimiento se tratara, recobré la memoria. Supe que era Cassie y además había recobrado la visión.
¡Qué colores! Parecía que un artista se hubiera vuelto loco rociándolo todo de colores brillantes, luminosos.
«Ojos compuestos», me dije y, acto seguido, me eché a reír porque todavía recordaba el término. ¡Había recuperado mi yo! Sin embargo, sabía que no era humana.
Ojos compuestos, antenas que brotaban para captar todos los aromas deliciosos del mundo.
Empujé con más fuerza y, de forma gradual, fui emergiendo de la crisálida.
Lo último en salir fueron las alas, al principio lacias y húmedas, pero enseguida las estiré para que se secaran y cobraran consistencia.
Las alas estaban compuestas por millones de escamas diminutas, casi como la piel de un reptil, sólo que aquéllas relucían con infinidad de colores.
Era divertido ver los colores como los ve una mariposa. Para mis ojos compuestos y de visión fracturada, yo era una combinación de color ultravioleta y rojo deslumbrante, aunque imagino que para el ojo humano la percepción sería por completo diferente.
Por boca tenía una alargada trompa enrollada que desplegaría para beber el néctar del corazón de una flor; mi vida consistiría en volar de flor en flor en busca del delicioso manjar. De paso, transportaría granos de polen.
Poseía ojos, y alas. Al menos no pasaría el resto de mis días como un gusano.
¿Había engañado a Aftran, el yeerk? ¿Acaso Karen sabía que las orugas se convierten en mariposas? Tal vez no, y por eso Aftran tampoco.
Estaba contenta, hasta que, despierta y consciente como estaba, me invadieron de golpe todos mis recuerdos humanos.
¿Cuánto tiempo llevaría en este cuerpo? ¿Habrían sufrido mucho mis padres? Y mis amigos, ¿sabrían lo que me había pasado?
Ejercité las alas para comprobar si estaban secas. Me había convertido en una mariposa, y sabía que mi vida entre flores sería muy breve.
Quería llorar pero los instintos del insecto me decían que había mucho por hacer: flores cargadas de polen confiaban en que las liberara de su peso.