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JAKE

La situación resultaba de lo más extraño: un andalita, un elefante, un gorila, un ratonero y yo, que había recuperado mi forma humana, rodeábamos a Karen… o a Aftran, según se mire.

—¿Qué vais a hacer conmigo, Jake? —me preguntó Karen.

Me sorprendió que supiera mi nombre aunque, habiendo estado en el cerebro de Cassie, no era de extrañar. Creo que lo que realmente me impactó fue darme cuenta de que nada había cambiado y de que nuestras vidas seguían en manos de aquella controladora.

—No lo sé —admití.

<¡Claro que lo sabes! —añadió Rachel con frialdad—. Si Marco la ha salvado es para que yo me ocupe de ella. ¿No es así, Marco?>

Marco no respondió. Empezó a encoger, lo que indicaba que estaba recuperando su forma natural.

Rachel giró su cabezota para mirar a Ax.

<Tú estás conmigo, ¿verdad, Ax?>

—¡Qué pregunta! —exclamó Karen—. Puedo aceptar que haya humanos que sólo buscan la paz, pero en ningún caso me lo creo de los todopoderosos andalitas. ¡Venga, andalita! Descarga tu hoja mortal sobre mí.

Ax miró a Rachel con los ojos giratorios al tiempo que mantenía los ojos principales puestos en Karen.

<Obedeceré las órdenes del príncipe Jake.>

Entonces Karen, con una sombra de pánico en los ojos, me miró para conocer su suerte.

—¿Qué clase de trato hiciste con Cassie? —le pregunté.

—Yo me comprometía a hacer aquello que me había pedido, sólo si a cambio ella sufría mi misma suerte: perder la visión y pasar a vivir una existencia sin placer ni libertad —respondió Karen.

—¿Y qué es lo que te pidió?

—Hacer las paces entre nosotras —contestó Karen—, que abandonara a este portador y que nunca volviera a arrebatar la libertad a nadie.

—¿Lo ibas a hacer? —pregunté.

—Sí —asintió Karen.

<Y yo me lo creo>, añadió Rachel sarcástica.

—¿Por qué ibas a hacerlo? —respiré hondo—. ¿Por qué

—No todos somos como Visser Tres —explicó esbozando una pequeña sonrisa—. Hay muchos como yo que sólo somos yeerks insignificantes atrapados en esta guerra. Algunos como yo sólo queremos la paz, encontrar otra manera de hacerlo. Pero ¿cómo vamos a rendirnos, abandonarlo todo y dejar el universo en manos de… —con un movimiento brusco de cabeza, señaló hacia Ax— ellos, que jamás sentirán hacia nosotros otra cosa que no sea odio y desprecio? Cassie… Cassie no odiaba.

<Jake, ¡no la escuches! ¡Sólo quiere destruirnos y dirá todo lo que haga falta! —exclamó Rachel—. ¡Está mintiendo! ¡No puedes dejar que se vaya! No podemos fiarnos de ella.>

<Cassie lo hizo>, añadió Tobías.

<¡Esto es de locos! ¡Absurdo!>, gritó Rachel.

Tenía razón. Lo que Cassie había hecho era una locura, pero no podía descalificarla porque sus intenciones habían sido buenas. A pesar de lo idealista, ingenua e incluso estúpida que pudiera parecer la acción de mi amiga, ¿cómo iba yo a tirar por tierra todo su sacrificio?

Cassie había dado su vida de una forma absurda con la esperanza de conseguir la paz. Si optara por…, todo su esfuerzo habría sido inútil; si decidiese lo contrario, pondría en peligro nuestras vidas.

—Supongo que hay ocasiones en las que tienes que elegir entre una acción inteligente, sensata, implacable y otra por completo absurda y de locos —declaré sin percatarme de que hablaba en alto—. A veces resulta imposible tomar una postura y ser coherente. Cuando eso ocurre, debes elegir lo que creas más conveniente. Creo que la mayor parte del tiempo mis decisiones son sensatas e inteligentes, pero me niego a vivir en un mundo donde la gente no se arriesgue por lo absurdo, la esperanza o la locura.

Miré hacia Rachel, que se cernía sobre nosotros.

—Rachel, no voy a dar ninguna orden. Que cada uno decida por sí mismo.

Miré a Karen y después aparté la vista. Me dirigí hacia donde estaba la oruga, arranqué la planta donde estaba y me dirigí hacia el bosque.

Tobías se acercó minutos después, seguido de Ax y Marco.

Rachel tardó en aparecer y cuando lo hizo, ya había recuperado su forma humana.

La miramos inquisitivos.

—Cassie era mi mejor amiga —dijo apretando los dientes para reprimir las lágrimas— y no voy a ser yo quien la llame tonta. Déjame que la lleve —dijo al tiempo que estiraba las manos para que le pasara la crisálida mutante—. Me ocuparé de que no le pase nada.