21

La oruga se quedó inmóvil como la mayoría de los animales cuando los adquieres.

—Hazlo ahora —dijo Karen.

Quería negarme, decirle que lo olvidara. Podía transformarme en lobo y acabar con ella. Salvaría así a mis amigos y yo saldría del lío en el que me había metido.

Sin embargo, Karen estaba por medio y además me vería obligada a utilizar una vez más la violencia y la fuerza bruta para acabar con la niña.

Contemplé de nuevo los alrededores y todo lo que iba a perder para siempre. Empecé a concentrarme como había hecho cientos de veces.

Los cambios comenzaron a suceder despacio. Por regla general, suelo ir deprisa cuando me transformo. Incluso Ax lo reconoce. Pero aquella vez quería aprovechar hasta el último segundo de mi vida como humana.

Mis piernas comenzaron a encoger. Sentía como si me cayese al vacío. De repente, alcancé la altura de Karen, y poco después su rostro me superó.

El suelo parecía acercarse a toda velocidad hacia mí, la pinaza del suelo aumentaba de tamaño para convertirse en ramas, briznas de hierba que semejaban arbolillos recién nacidos. El tobillo hinchado de Karen parecía tan enorme como una secuoya.

Mis brazos también disminuían de tamaño. Parecían consumirse, retorciéndose y rizándose como un trozo de papel arrojado cerca de un fuego. Los dedos se enrollaron y desaparecieron.

Mi cuerpo crecía a lo ancho. El tronco era enorme comparado con los brazos y piernas. La cabeza cada vez era más pequeña. Se me juntaron los ojos, lo que provocó una distorsión de mi campo de visión.

De repente, por todo mi cuerpo, despuntaron las diminutas y afiladas púas que caracterizan el cuerpo de las orugas.

Por la parte frontal, comenzaron a brotar grupos de patas minúsculas y afiladas. Era repugnante. ¡Parecía un taxxonita! En el pecho me crecieron tres pares y en el estómago cuatro pares más. Mis dos piernas humanas se fundieron en una y me encontré de repente con el cuerpo de un gusano.

Quería llorar. La metamorfosis siempre resulta una experiencia aterradora, y más cuando te transformas en un criatura por primera vez. Pero convertirse en un bicho espantoso y saber que te vas a pasar el resto de tu vida con esa forma es un suicidio.

En ese momento sentí como si alguien me ciñera el cuerpo de arriba abajo con varios cinturones. Miré hacia abajo y contemplé cómo la piel verde amarillenta del animal se dividía en doce segmentos. Me recordó a uno de esos juguetes para bebés cuyo objetivo consiste en construir una torre encajando anillos de plástico.

Perdí el equilibrio y me precipité hacia delante. Las hojas de los pinos alargadas como postes de teléfono se acercaban hacia mí a toda velocidad. Un escarabajo que pasó a mi lado me pareció tan grande como un perro. Divisé una pincelada de color procedente de las flores de alrededor y de los ojos verdes de Karen. Entonces, perdí la visión por completo y un suave poff me anunció que había llegado al suelo.

La caída me pareció una eternidad, aunque en realidad no fueran más que unos diez centímetros.

Mis filas de patas captaban cualquier vibración por mínima que fuese. Notaba los movimientos de la boca. En aquel momento supe que la mente simple y básica de la oruga empezaba a emerger y a transmitir una sensación de urgencia. ¿Estaría hambrienta? No, era otra cosa, algo que debía hacer.

Podría enfrentarme a la mente de la oruga, podría resistirme, pero ¿de qué me serviría?

«¡Recupera tu cuerpo! ¡No sigas! —me decía—. ¡No lo hagas!»

Para entonces, era demasiado tarde. Si empezaba a recuperar mi forma humana, Karen se daría cuenta de que había roto el trato y podría acabar conmigo antes de que a mí me diese tiempo a completar la transformación.

Lloré en silencio, supliqué, rogué, chillé, pero nadie me contestó.

Me había quedado sola, más de lo que jamás ha estado un ser humano.

Me abandoné a la voluntad de la oruga, que empezó a escalar el tallo de una flor que no veía.