19

Dejamos atrás la pinaza que cubría el suelo del bosque y nos elevamos por encima de las copas de los árboles en busca de la brillante luz del sol.

Los ojos del águila pescadora escrutaron el horizonte, compuesto a lo lejos por las montañas, el mar a menos de dos kilómetros de distancia, granjas, carreteras, gasolineras y supermercados a menos de cinco kilómetros.

Pronto acabaría todo. Imaginaba que el yeerk aterrizaría en una gasolinera, recuperaría el cuerpo humano y llamaría por teléfono a sus superiores.

Atraparían a Jake enseguida; probablemente lo hiciese su propio hermano. A Rachel la secuestrarían de camino al centro comercial. Y después caerían los demás uno por uno. Los arrastrarían a la fuerza hasta el tenebroso estanque yeerk, unos en medio de súplicas, gemidos y gritos, y otros en silencio para mantener la poca dignidad que les quedara.

Unas vez allí, los dormirían para impedir que se transformasen y, acto seguido, sumergirían sus cabezas en las aguas plomizas del estanque, arrebatándoles así su libertad y con ella la que, tal vez, sea la última esperanza del planeta Tierra.

Todo por mi culpa.

Había sido una estúpida, una cobarde. Me había negado a utilizar la violencia en una situación como aquélla, cegada por… ¿qué?: ¿un deseo?, ¿un instinto?, ¿una esperanza patética?

<¡Si pudiera ser así! —soñaba el yeerk—. Remontar los cielos en soledad, y poseer estos ojos que lo ven todo, hasta la brizna de hierba más pequeña.>

Esperaba que Aftran se dirigiese hacia la civilización. Sin embargo, seguía describiendo círculos en el aire, como si no supiese adónde ir.

Entonces, debajo de nosotras, abriéndose paso por entre los árboles y siguiendo el curso del río, divisamos una docena de hombres con uniforme de policía. A la izquierda, a varios kilómetros de distancia, los ojos del águila localizaron a Karen, agazapada sobre una roca.

<Un equipo de rescate —pensé—. Claro, nos estarán buscando a las dos desaparecidas. Seguro que se ha organizado un despliegue enorme para encontrarnos.>

<Sí, supongo que sí —corroboró Aftran—, pero me temo que la expedición está compuesta por controladores. A algunos los conozco personalmente, y sé que no te buscan a ti, sino a mí. Saben que he ocupado el cuerpo de Karen. Cuando la encuentren, averiguarán que has pasado a ser mi portador y preguntarán por qué.>

No sabía la razón, pero notaba cierta inquietud en Aftran. ¿Estaría asustada?

Movió la cabeza del ave rapaz y recorrió nerviosa la línea del horizonte con la vista. Entonces distinguí unas aves en la lejanía y, a pesar de la gran distancia que nos separaba de ellas, reconocí a la enorme águila de cabeza blanca y, automáticamente, imaginé que las demás eran un halcón peregrino, un aguilucho, un águila pescadora y un ratonero de cola roja.

Intenté ocultar la información, pero nada más pensarlo, también lo supo ella.

<¡Ajá! ¿Así que ahí vienen tus amigos? ¿Vendrán a rescatarte o a matarte?>

<Vendrán para acabar contigo —le dije al yeerk—. Me retendrán hasta que mueras por falta de rayos kandrona.>

<Vaya, así que sabes lo de los rayos kandrona —exclamó Aftran visiblemente sorprendida—. Ahora lo entiendo, no he acabado de abrir todos tus recuerdos.>

<Cuando tu gente encuentre a Karen —añadí— y averigüen que no es una controladora, la matarán, ¿verdad? No consentirán que Karen ande por ahí sabiendo lo que sabe. La matarán.>

<¿Y qué crees que tus amigos harán conmigo? —se defendió Aftran—. ¿Sabes lo que es morir de hambre por falta de rayos kandrona? ¿Acaso has experimentado esa tremenda agonía alguna vez?>

<Entonces, pongamos punto final a las muertes —exclamé—. Los animorphs llegarán aquí en cualquier momento. Ya me han localizado. Habrá una lucha. Puede que algunos controladores de allá abajo mueran y lo mismo les puede ocurrir a mis amigos. ¡Puede que tú mueras! ¿Y todo para qué? ¡Basta ya de muertes!>

<¿Es que crees que yeerks, humanos y andalitas pueden llegar a hacer las paces? —replicó tras soltar una carcajada—. No seas estúpida.>

<Yo no he dicho eso. Lo que quiero decir es que tú y yo podemos hacer las paces. Un yeerk y un humano.>

Aftran no respondió. Me llegaban ecos de su pensamiento; volver al estanque yeerk y perderse entre otros como él; abandonar el portador para siempre y perder la visión; no volver a ver nunca más el color azul, ni el verde ni el rojo. No volver a ver el sol.

¿Por qué? ¿Para liberar a una niña humana de ojos verdes?

<¿Tú sabes lo que me estás pidiendo?>, inquirió Aftran.

<Sí>, contesté.

<¿Qué harías tú en mi lugar?>

<No puedo responder a eso porque yo no estoy en tu piel>, respondí tras unos segundos de vacilación.

Aftran examinó de nuevo mi cerebro, pasó páginas de recuerdos, escuchando mis instintos y absorbiendo mis creencias.

<Serías capaz de sacrificar todo por salvar a Karen —declaró el yeerk—. Eso es lo que harías tú si estuvieras en mi situación.>

<Te repito que no estoy en tu situación.>

<Quizá lo estés —añadió con frialdad—, más de lo que tú te imaginas.>

Aftran dio un brusco giro en el fresco aire de la mañana y comenzó a batir las alas en dirección contraria, hacia donde habíamos dejado a Karen.

Fue entonces cuando en el interior de mi conciencia resonó un eco de pensamientos de Aftran y me invadió un terror capaz de helarle la sangre a cualquiera.