Como avanzábamos despacio, debido a la cojera de Karen, me entretuve examinando los alrededores.
—¡Mira! ¡Un ciervo! —exclamé al tiempo que me ponía en cuclillas. Karen se acomodó en un tronco, contenta de tomarse un descanso.
—Es un cervatillo con su madre —añadí—. Fíjate en lo pendiente que está la madre. Nos está oliendo.
—Bambi —murmuró Karen en voz baja.
—Sí —corroboré—, me encanta esa película.
—A esta humana… A mi portador también le gusta. Cuando era pequeña era su vídeo preferido. ¿Por qué siempre lo hacéis todo tan sentimental? Es un animal, ¿no?
—Para ser sincera —repliqué encogiéndome de hombros—, últimamente me he sentido así.
Al incorporarme, los ciervos se asustaron.
—Creía que te gustaban los animales —comentó Karen.
—Sí, me gustaban… bueno, y me siguen gustando. Sólo que últimamente… No sé que me pasa. Llevo unos días un poco perdida. Cosas normales como el colegio, mi familia o incluso los animales que cuido me han empezado a aburrir soberanamente.
—Claro —asintió Karen.
—¿Por qué «claro»? —pregunté.
—Mírate, mira lo que eres y piensa en todas la experiencias por las que has pasado. Tienes la posibilidad de luchar, de matar. Tienes poder y puedes utilizarlo. ¿Cómo no iba a resultar más interesante que la rutina de todos los días?
Negué con la cabeza y le di un mordisco a una de las setas.
—No es eso. Lo que quiero decir… No sé qué me pasa.
—Pues que antes de tener el poder de la metamorfosis, sólo eras una niña normal y corriente —se rió Karen.
—Supongo que sí —dije.
—Y cuando te estás transformando o estás en plena batalla, ¿a que te sientes llena de vida? ¿Cómo puedes comparar eso con tu vida?
—¿Así es como te sientes cuando estás luchando? —pregunté—. Desde luego, a mí no me pasa. Yo odio las batallas, y es eso lo que me confunde. ¿Cómo puedo ir por ahí haciendo lo que hago y seguir pensando que la vida es sagrada, que todas las criaturas tienen el derecho a vivir? A veces soy un depredador, otras una presa… estoy hecha un lío.
Durante un rato Karen permaneció en silencio y al cabo de un rato, como quién no quiere la cosa, declaró:
—Entre nosotros también hay gente que piensa como tú.
—¿Gente que piensa como yo?
—Sí, yeerks que se oponen a la guerra y que están convencidos de que no está bien ocupar el cuerpo de portadores involuntarios.
Me quedé tan sorprendida que me detuve.
—¿Cómo? ¿Qué hay yeerks que se oponen a todo esto?
—No sé por qué te sorprende tanto. No todos somos iguales —adoptó un gesto de resentimiento—. ¿No ves? Os creéis a pies juntillas todo lo que os dicen los andalitas sobre nosotros. Según ellos, no somos más que unos gusanos malvados que no merecen estar en libertad. Sólo somos parásitos. ¿No es eso lo que dicen?
—Pero gracias a los andalitas habéis conseguido volar por el espacio —declaré—. ¿No se llamaba Seerow el andalita que ayudó a tu pueblo?
—Vaya, veo que sabes mucho —comentó Karen con gesto de asombro—. No sois todos humanos en el grupo, ¿verdad? Debe de haber algún andalita con vosotros.
—Sin los andalitas no habríais podido salir de vuestro planeta, ¿no es verdad?
—Sí, de no haber sido por Seerow nunca lo hubiéramos conseguido. Es el único andalita bueno que ha existido.
—Vaya, así que al menos hay un andalita bueno —añadí esbozando una sonrisa.
—Y muchos yeerks buenos —agregó karen.
—Puede.
Volvimos a quedarnos en silencio durante un rato. Seguimos caminando. Salimos de la sombra de los árboles y llegamos a una pradera.
El paisaje era sobrecogedor. Con la lluvia, las flores habían estallado en una fiesta de colores, doradas, blancas y azules; sus pétalos encarados al sol relucían por el rocío de la mañana.
—¿Sabes cómo es nuestra vida? —preguntó Karen—. En el estanque, me refiero.
—No.
—Nacemos en grupos de cien o más. No salimos de huevos ni tampoco nacemos como los mamíferos. Los yeerks se enlazan, tres de ellos se convierten en uno, y éste se fragmenta en trozos más pequeños o larvas. Poco a poco, el cuerpo se desintegra y cada larva se convierte en gusano. A veces salen gemelos de una misma larva. Los yeerks padres mueren, claro —me miró para ver mi reacción—. ¿No te horroriza?
—Como he estudiado tantos tipos diferentes de animales, supongo que no es fácil que algo me asuste —repuse, aunque en realidad me parecía horroroso.
—En nuestro estado natural contamos con un excelente sentido del olfato y un buen sentido del tacto. Además podemos oír y nos comunicamos a través de un lenguaje de chillidos ultrasónicos, pero somos incapaces de ver. Estamos ciegos hasta que ocupamos un portador. Durante milenios hemos ido alojándonos en portadores cada vez más avanzados. Con el tiempo, los gedds se convirtieron en los portadores principales. Son criaturas lentas y torpes, pero tienen ojos. No puedes hacerte una idea de lo que se siente la primera vez que entras en el cerebro de un gedd y, tras hacerte con el control, empiezas a ver. ¡Colores! ¡Formas! Igual que si un ciego recuperara de golpe la vista, ¡un milagro!
Se detuvo de repente, se agachó y levantó un gusano que descansaba sobre una hoja.
—¿Ves esto? Así soy yo en estado natural. ¡Indefenso! ¡Débil! ¡Ciego! —se dio la vuelta y señaló a la pradera—. ¿Ves las flores, el sol y los pájaros? ¿Me odias por querer todo esto? ¿Me odias porque no quiero pasar el resto de mi vida ciego? ¿Me odias porque me niego a consumir el resto de mis días nadando eternamente en un mar de lodo mientras los humanos como tú disfrutáis de un mundo de belleza indescriptible?
Volvió a colocar con sumo cuidado al gusano en su hoja.
—La mayoría de los humanos ni siquiera sabe lo que tiene.
»Habitáis el planeta más bello de toda la galaxia. No hay ningún sitio tan vivo como éste. No existe ningún otro lugar donde haya tantos árboles, tantas flores y tantas criaturas fascinantes. Vivís en un palacio, en el paraíso. ¿Y me odias por desear vivir aquí también?
—No te odio.
—¿Qué otra opción me queda? —continuó sin prestar ninguna atención a mi réplica. Estaba hablando para sí—. ¿Volver a los estanques yeerk? ¿Regresar a mi planeta con las naves cúpula andalitas acechando en órbita hasta que uno de nosotros saque la cabeza del lodo y nos hagan volar en pedazos? ¿Dejar el universo en manos de los todopoderosos andalitas y de las especies que ellos elijan? —Karen me lanzó una mirada gélida—. Hay gente como yo que desearía que fuera de otra forma, que hubiese un punto medio entre convertirse en gusanos sometidos a los andalitas y ser…
—¿…los amos de la esclavitud? —sugerí.
Esperaba que me replicara con un grito, sin embargo acercó su rostro al mío y me clavó sus ojos verdes, tan grandes que casi podía ver a través de ellos y mirar a yeerk directamente.
—¿Tú qué harías, Cassie? —me preguntó en voz baja—. ¿Qué harías, si fueras uno de nosotros? ¿Te conformarías con vivir convertido en un gusano indefenso y ciego?
No supe qué contestar. Desvié la mirada y entonces lo vi.
—¡Aaaahhhh! —grité al ver aquella estela de color negro y ocre.
El leopardo avanzó en silencio y, cuando me quise dar cuenta, había abierto su enorme bocaza para atacar a Karen directamente en la garganta.