Noté que mis piernas menguaban y se robustecían al mismo tiempo. El pecho y los hombros comenzaron a hincharse y a aumentar de tamaño. Mi cara se proyectó hacia delante.
«No te transformes. Si dejas de ser animorph, no utilices el poder».
La voz de Jake resonó en mi mente con una claridad que me sobresaltó.
«No lo haré», le había contestado.
«Pero te verás tentada —añadió—, y si lo haces corres el riesgo de que te descubran. Esos riesgos son aceptables si todavía estás dispuesta a ayudarnos, pero si no, no lo utilices».
«He dicho que no lo haré y cumpliré mi palabra, Jake».
Detuve la transformación cuando era todavía mitad lobo, mitad niña, pero mi oído ya era lo bastante agudo como para superar el humano.
¡Un ruido! Alguien o algo se acercaba apartando matorrales y arrastrando un pie al tiempo que sofocaba un grito de dolor.
¡Karen! Me estaba espiando.
Intenté recuperar mi cuerpo todo lo rápido que podía mientras me acercaba a la cueva, golpeando los matorrales con la muleta.
No tenía elección. No podía usar el poder de la metamorfosis. Se lo había prometido a Jake y, además, habían estado a punto de pillarme.
Me topé con una especie de abertura triangular en un grupo de piedras caídas que formaba la entrada de una cueva. Inspeccioné el suelo pero no había señal de huellas por ninguna parte. Comprobé que no hubiera restos de pelaje enganchado en las zarzas, pero entonces empezó a llover a mares.
Me acerqué a la abertura y olisqueé el aire. El olfato humano comparado con el del lobo o el de un perro resulta patético, aunque intuía que si allí dentro había un animal, lo sabría.
Me acerqué con sigilo…
—¡Aaaahhhhhh!
Di tal respingo hacia atrás que me caí al suelo. ¿Había gritado yo? No, estaba confundida. ¡Karen!
—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Socorro!
¡Una trampa!
¿Y si estaba en peligro de verdad? Me abrí paso entre las zarzas y en dos zancadas me planté, jadeante, arañada y llena de barro, delante de Karen a tiempo para ver al leopardo precipitarse desde lo alto de una piedra sobre la indefensa niña.
¡SSIIIUUUMMMM! Un haz de rayos dragón brilló en la oscuridad.
—¡Grrrroooowwww! —rugió el leopardo asustado por el resplandor, que tan sólo le rozó el lomo. El animal rodó por el suelo, pero enseguida recuperó el equilibrio y se preparó para atacar de nuevo.
Karen iba a disparar de nuevo cuando se torció el tobillo herido y cayó al suelo de bruces. La pistola de rayos dragón se le escapó de las manos, golpeó ruidosamente unas piedras y se hundió en el barro, a un palmo del animal.
El tiempo se detuvo un momento. Karen estaba aterrorizada y el leopardo, inseguro, observaba la situación, calculando y aguardando el momento indicado.
¿Me daría tiempo a transformarme? ¿Serviría de algo o, al contrario, le animaría a atacar?
—Karen —dije en voz baja—, gatea hacia aquí.
—Pero… esa cosa…
—Karen, escúchame. Gatea hacia aquí.
La pobre estaba temblando de miedo. Levantó con dificultad la cara sepultada en el barro, sin poder apartar la mirada del leopardo. Sus ojos verdes resaltaban en su rostro cubierto de barro.
El leopardo la observaba con la intensidad de un depredador. Acto seguido, me miró a mí. Estaba confundido: debía de ser la primera vez que se encontraba en semejante situación.
Casi podía ver la mente astuta detrás de aquella mirada fría y amarilla: la presa más pequeña había utilizado un arma, pero la había perdido. Aun así, el cazador debía ir con cuidado, porque la víctima podía hacerle daño. Y además había otra criatura cuyo olor estaba cambiando.
<Karen —le dije—, sigue gateando. No te precipites, pero no te pases. Despacio, no hagas movimientos bruscos ni eches a correr.>
Como Karen estaba tan pendiente del leopardo, no sé si se percató de que me había comunicado con ella por telepatía.
—¡Uuufff! —exclamó Karen al resbalársele un brazo en el barro y caer hacia un lado.
El leopardo divisó su garganta blanca y no lo pensó más.
Saltó, pero le corté el paso, el grueso pelaje de alrededor de mi cuello erizado por completo.
El felino, al ver mis dientes, se olvidó de la garganta de Karen.
«No, no —pensó el leopardo—. No voy a enfrentarme contra otro depredador. Ya tendré tiempo de acabar con la indefensa presa más tarde».
El leopardo se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad exhibiendo un desprecio infinito.
Karen alzó la cara y me miró.
—Así que, después de todo, eres una chica-lobo —añadió temblorosa.