7

De estar en mi situación, imagino que Marco se habría mostrado de lo más tranquilo, o que Rachel habría atacado sin más. Pero yo no soy como ellos.

Me quedé perpleja y se me cortó la respiración.

—No sé de qué me estás hablando —alcancé a decir a duras penas.

—Te seguí después de la batalla —explicó dibujando en sus labios una sonrisa triunfante—. Te separaste del resto del grupo para regresar sola a tu casa. Te vi avanzar a grandes zancadas de lobo, te perdí de vista unos minutos y después vi a una chica. Ni rastro del animal. Sólo estabas tú.

—¿Qué crees que soy? ¿Una mujer-lobo? —repliqué con aires de suficiencia probando de nuevo una risa que no convencería a nadie.

—No sé lo que eres —respondió Karen—. No estoy segura, por eso te he estado siguiendo. Verás, todo el mundo sabe que hay un grupo de guerreros andalitas en la Tierra, y creo que tiene mucho sentido el que se hagan pasar por humanos. Pero también se sabe que ningún andalita puede permanecer más de dos horas transformado. Y yo he comprobado que con esta forma humana tuya superas el límite de tiempo.

—Di lo que quieras —repliqué encogiéndome de hombros—. Yo creo que a ti el agua congelada te ha afectado seriamente el cerebro. ¿No crees que deberíamos pensar en buscar ayuda y dejarnos de tonterías?

—Sé que no eres un andalita atrapado en un cuerpo porque la otra noche te transformaste en lobo, con lo que sólo quedan dos posibilidades: o eres un andalita que, de alguna forma, ha averiguado cómo desafiar el límite de las dos horas, o…

—¿O qué? —la interrumpí con brusquedad.

—Lo que muchos venimos sospechando desde hace tiempo: hay humanos que pueden transformarse.

—¿No serás tú una de esas fanáticas de Expediente X? —le pregunté encogiéndome de hombros.

—Si fueras andalita —continuó Karen al tiempo que esbozaba una sonrisa—, ya habrías recuperado tu cuerpo y probablemente ya me habrías matado. Mi cuerpo de niña no puede hacer anda ante una cuchilla andalita.

—¡Vaya! Ahora resulta que tengo cuchillas.

—Si eres una humana capaz de transformarte, entonces podrías convertirte en algo salvaje y acabar conmigo.

—Espera un momento, a ver si lo entiendo. En este cuento de hadas tuyo, haga lo que haga acabaré destruyéndote, ¿no es así?

—Eso es lo que tú crees —contestó ladeando la cabeza en un gesto típico de los humanos—. Y hagas lo que hagas, no harás más que confirmar mis sospechas.

Me levanté. No es que yo sea muy alta como para intimidar a nadie, pero pensé que Karen podría ponerse un poco nerviosa. Sin embargo, seguía impasible, como si esperase a que yo hiciera algo.

—¡Venga! —dije estirando la mano para ayudarla a levantarse—. Señorita cabeza loca, hay que empezar a moverse. Nos queda un buen trecho por delante.

Capté una sombra de duda en aquellos ojos verdes. Haciendo caso omiso de mi mano, intentó incorporarse, pero su pierna izquierda cedió y perdió el equilibrio, cayéndose al suelo.

—Me duele horrores el tobillo. No puedo andar.

Me quedé mirándola y considerando las opciones que tenía.

En ese bosque habitaban osos y lobos. Los osos no representan un problema a no ser que los ataques primero, pero los lobos podrían ser un peligro si están hambrientos. No había nadie alrededor y el silencio se había instalado en aquel paraje. Yo había sido un lobo y conocía el inmenso poder de los sentidos de estos animales. Estaba casi segura de que al menos una manada de ellos había percibido nuestra presencia.

Si estaban lo bastante hambrientos, se acercarían a husmear aquel olor extraño, y al descubrir a una niña indefensa que no podía andar… Bueno, no es que los lobos sean devoradores de hombres por naturaleza, pero su instinto les lleva a acabar con los débiles y enfermos.

En cualquier caso, si no eran las alimañas del bosque, el frío de la noche y el hambre acabarían con su vida. Si me iba y abandonaba a aquella niña controladora, dudo que sobreviviera a la madre naturaleza.

Una cosa estaba clara: si Karen regresaba con sus compañeros controladores, ninguno de mis amigos estaría a salvo. Aquella niña sabía que yo era un animorph, o que lo había sido. No le costaría adivinar la identidad de mis amigos y llevarlos después ante los yeerks con el fin de convertirlos en controladores.

Bastaría con que atraparan a uno de nosotros, a mí, a Jake, Rachel o Marco, para que descubrieran todos nuestros secretos: que existe una colonia de Hork-bajir libres ocultos en algún lugar de las montañas, o que los chee, los androides pacíficos, nos pasan información de vez en cuando.

Si Karen salía de ésta con vida, apresarían a Jake, Rachel, Marco, Tobías y Ax y los convertirían en controladores o, lo que es peor, los matarían. Los chee serían aniquilaos y los hork-bajir libres apresados de nuevo.

Toda esperanza de alcanzar la libertad para los humanos se esfumaría… a no ser que acabara con Karen en aquel momento.

Me volví y me encaminé hacia un árbol seco caído. Agarré una rama muy larga y tiré de ella hasta que crujió y se partió. Era una rama maciza y fuerte, de casi un metro de longitud, gruesa y con un extremo bifurcado. La agarré con firmeza y regresé junto a Karen. Un golpe rápido y seco la dejaría en el sitio. Así de fácil. Cuando estuviera sin sentido podría atarla para inmovilizarla con los cordones de sus zapatos. La naturaleza se encargaría del resto.

Distinguí una sombra de preocupación en sus ojos.

—Aquí tienes —dije—. Te servirá como muleta. Espera aquí: buscaré algo más pequeño para entablillarte el pie.