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—No has ido a clase hoy —observó Jake.

Mis amigos me habían rodeado o, al menos, así era como me sentía. Habían venido al granero, donde nos reuníamos muy a menudo, sólo que aquella vez era muy diferente.

Estaban todos menos Ax.

Jake, de brazos cruzados, trataba de parecer tranquilo y relajado, pero no convencía a nadie. Desde que nos convertimos en animorphs, Jake había cambiado. Antes era un chico normal y corriente, guapo, aunque no de esos por el que todas las chicas suspiran. Siempre se ha mostrado como un chico maduro y honrado, alguien en quien puedes confiar y al que jamás se te ocurriría sugerirle hacer algo fuera de la ley.

Aunque destilaba ese aspecto de adulto, Jake siempre había conservado una parte de niño. Eso era lo que había cambiado. Nos habíamos enfrentado a demasiados peligros y, lo que es peor aún, nos habíamos visto forzados a tomar muchas decisiones de vida o muerte.

Todo eso se nota en el rostro, en los ojos. Y en Jake se veía porque había crecido y porque su rostro parecía más envejecido.

—No me encontraba bien esta mañana —repliqué—, así que decidí quedarme en casa.

—Tal vez ayer comiste algo que te sentó mal —sugirió Marco con una sonrisa de satisfacción por su ocurrencia.

Rachel agarró una de las toallas que había sobre una de las jaulas y se la arrojó a Marco.

—Cómo te pasas, Marco —a continuación, se volvió para mirarme—. Escucha, Cassie. Todos hemos pasado por esto, así que tómate unos días libres para descansar, te relajas, ves la tele, comes unas galletas y después te reincorporas.

Rachel no había cambiado, al menos a primera vista. Rachel es una de esas personas capaz de enfrentarse a un huracán, seguido de una avalancha de barro y de una inundación, y salir limpia y seca sin despeinarse.

Sigue siendo la chica rubia, alta y perfecta, pero por dentro también ha cambiado. Siempre ha sido atrevida, pero ahora es una imprudente. Siempre ha sido bastante agresiva, pero ahora hay veces en las que me asusta.

La guerra contra los yeerks ha sido como un regalo para Rachel. Ha encontrado su lugar en el universo. De no haber sido por la guerra, dudo que la bella Rachel hubiese tenido la oportunidad de desarrollar sus habilidades de guerrera, tal y como estaba predestinada. Desde que nos convertimos en animorphs, mi amiga se ha realizado.

—Sé lo que estáis pensando —dije—: que la batalla de anoche me afectó, pero no es eso.

Abrí una jaula y saqué a un ganso cuya ala había sido machacada por un gato montés. Le corté el vendaje.

<Entonces, ¿qué te ocurre?>, preguntó Tobías.

De todos nosotros, Tobías era el que más había cambiado. El cuerpo de mi amigo es ahora el de un ratonero de cola roja. Al principio estaba atrapado en esa forma, sin posibilidad de escapar ni de transformarse, hasta que el Ellimista le devolvió el poder de la metamorfosis y ahora puede recuperar su cuerpo de niño, aunque sólo sea durante dos horas, porque si sobrepasa este tiempo se volverá a quedar atrapado para siempre y esta vez no habrá Ellimista que lo salve.

Tobías podría recuperar su forma de humano, pero entonces perdería la facultad de la metamorfosis y con ello la posibilidad de participar en la guerra. No sé por qué ha elegido quedarse como ave rapaz. Supongo que quiere seguir luchando. Eso o que, tal vez, es más feliz así que como humano.

Lo observé acomodado en el travesaño de madera del techo inclinado del granero.

—Supongo que no soy como tú, Tobías. Supongo que no estoy dispuesta a hacer los sacrificios que tú has hecho.

—¿Qué sacrificios? —preguntó Rachel agotando su paciencia—. ¡Podemos salvar el planeta! ¿Cómo puedes hablar de sacrificios? Hay miles, tal vez millones de personas esclavizadas por los yeerks. ¿Quién va salvarlos si no lo hacemos nosotros?

—No lo sé —contesté mientras le quitaba la venda al ganso y le limpiaba las heridas.

—Esto es absurdo —soltó Marco con brusquedad—. Cuando todo esto empezó, era yo quien me negaba a colaborar y entonces todos me acusasteis de ser un cobarde y un egoísta.

—Pues soy una cobarde y una egoísta —añadí encogiéndome de hombros.

Marco se me echó prácticamente encima. Tenía los ojos desorbitados.

—¿Qué demonios te ocurre, Cassie? Te pasas la mitad del tiempo dándonos la lata con que todo esto es demasiado violento, con frasecitas del tipo «¿Hemos hecho lo correcto?» o «¿Deberíamos hacer esto o lo otro?». Resulta que eres doña Moral y, cuando lo pasas mal una noche, tiras la toalla.

—No va por ahí —me defendí. Sentía una enorme presión en el corazón, como si algo estuviera empujando, como si algo estuviese a punto de estallar.

—Entonces ¿qué? ¿Quieres pasar más tiempo con tus animales? ¿Es eso?

—La Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje se va a cerrar —añadí—. No hay dinero.

Supongo que aquello confundió a Marco, porque enmudeció.

—Así que, no, creo que no me voy a dedicar a cuidar de mis animales —agregué con tono sarcástico.

—Cassie, sólo queremos que nos lo expliques —declaró Jake cansado—. Queremos entenderte.

—Tiene miedo —pinchó Marco.

—Marco, cierra el pico —ordenó Rachel—. No es por el miedo.

—Sí que tengo miedo —confirmé.

—Eso no es verdad —negó Rachel agitando la mano como si yo fuera una mosca pesada—. Eres tan valiente como cualquiera de nosotros. Sólo porque tengas dudas morales y te sientas mal por muchas cosas que hacemos no significa que seas una cobarde.

—Acabé con ese hork-bajir —añadí.

—Es la guerra —replicó Rachel. Su mirada se hizo de hielo y pareció atravesarme—. Ellos empezaron. Es normal que te sientas mal, pero…

—No —continué—: no me importó. Oí a Jake, sabía que podíamos irnos y, sin embargo, acabé con aquel hork-bajir.

No estaba segura de que hubiera sido así, pero tenía que decirlo para que me entendieran.

Nadie dijo una palabra durante un rato. Empecé a ponerle el nuevo vendaje al animal.

—Así que eso es lo que te preocupa —comentó Rachel encogiéndose de hombros.

—No, me preocupa que no sintiera absolutamente nada. Nada, Rachel. En ese momento, lo único que pensaba era que estaba cumpliendo con mi deber, ¿sabes? Encima me entero de que se va a cerrar la clínica. Cuando me lo dijo mi padre, no sentí… nada. Llevo así mucho tiempo. Después de cada batalla y de cada misión, cada día que pasa todo me importa menos.

Miré a Rachel, que desvió la mirada. Me volví para mirar a Jake, quien hizo el esfuerzo de dibujar la sombra de una sonrisa y asintió. Él me entendía porque también le estaba pasando a él, pero también apartó la mirada.

—¡No soporto quedarme indiferente ante una acción violenta! —exclamé con un gesto de impotencia—. No puedo ignorar así como así a los seres vivos. Yo no soy así.

—Muy bien —replicó Marco soltando una risotada—. Quédate ahí con tu ética y tus buenos sentimientos. Nosotros seguiremos jugándonos la vida para intentar salvar el mundo. Tú quédate ahí sentada pensando que estás haciendo lo correcto.

Después de decir aquello, se largó. Oí un aleteo y comprobé que Tobías también se había marchado.

Jamás había visto aquella expresión de dolor en Rachel.

—Rachel, no significa que no podamos ser…

—No, Cassie —dijo interrumpiéndome—: acabas de decir que por ti todo el mundo puede morirse, siempre y cuando tú no tengas que convertirte en alguien como yo —salió del granero como alma que lleva el diablo.

Debería haber dicho algo, pero mi amiga tenía toda la razón. No quería convertirme en ella.

Me quedé a solas con Jake, que no levantaba la vista del suelo.

—No te transformes —me dijo—. Si dejas de ser animorph, no utilices el poder.

—No lo haré.

—Pero te verás tentada —añadió—, y si lo haces corres el riesgo de que te descubran. Esos riesgos son aceptables si todavía estás dispuesta a ayudarnos, pero si no, no lo utilices.

—He dicho que no lo haré y cumpliré mi palabra, Jake.

Jake se marchó y me dejó sola con los animales. Todavía tenía que terminar de ponerle la venda al ganso, y suministrar medicamentos a otros. A algunos les tocaba comer.

Como si aquello me importara.