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Me llamo Cassie.

Soy un animorph, nombre que nos inventamos nosotros, o mejor dicho, que se inventó Marco. A mí eso de jugar con las palabras no se me da muy bien.

Ojalá tuviera el don con las palabras que tiene Marco, porque lo que os voy a contar es una historia muy extraña y muy bonita a la vez, y me gustaría contarla bien. Haré todo lo que pueda y, si más adelante veo que soy incapaz de continuar, me relevará Jake.

Primero os pondré en antecedentes. No somos las únicas criaturas del universo. Los humanos sólo somos una de las miles de razas pensantes. Desde que soy un animorph, he conocido a unas siete u ocho especies: andalitas, yeerks, hork-bajir, taxxonitas, leerans, gedds, chees y ellimistas, si estos últimos pueden considerarse como una especie.

Los yeerks se propagan como un virus. Son parásitos, como la tenia, sólo que además son inteligentes. Entran en los cuerpos de cualquier criatura y se alojan en el cerebro, desde donde toman el dominio absoluto del ser, que pierde por completo el control de sus acciones y de su intimidad porque el yeerk puede acceder a todos sus recuerdos como el que mira una cinta de vídeo.

A un humano infectado lo llamamos controlador. A casi todos los hork-bajir los han convertido en controladores. Lo mismo ha sucedido con los taxxonitas y los gedds.

El objetivo de los yeerks en estos momentos es la raza humana. Ya han ocupado muchos cuerpos humanos y se propagan como una enfermedad imparable y dañina, como el cáncer, en silencio, sin que nadie se entere.

Los yeerks representan el mal personificado. Yo siempre los llamo así. Son una especie maldita.

Los andalitas están en guerra frontal contra los yeerks. Fue un valiente príncipe andalita quien rompió sus propias leyes para concedernos el poder de la metamorfosis, nuestra única arma para enfrentarnos al enemigo invasor.

Eso era lo que yo pensaba: los yeerks representan el mal, y el poder de la metamorfosis era todo lo que teníamos para enfrentarnos a ellos.

Supongo que debería alegrarme de poder combatir el mal y, sobre todo, estar contenta de poder contar con la facultad de la metamorfosis.

<¡Cassie! ¡Cuidado por detrás!>

Era de noche y yo me había transformado en lobo. Me di la vuelta con una rapidez superior a la de cualquier ser humano y de un brinco esquivé por los pelos el zarpazo de aquella enorme cuchilla de hork-bajir. Un centímetro más a la izquierda y me hubiera abierto en canal.

Al apoyar todo el peso de la mole de su cuerpo sobre un pie, aquel monstruo perdió el equilibrio. Los músculos le temblaban del esfuerzo y los tendones estaban estirados al máximo.

Me abalancé sobre él y le clavé los dientes en aquellos tendones y músculos en tensión. Apreté con toda la fuerza de la que un lobo es capaz al tiempo que retorcía la cabeza con la intención de destrozarle, de hacerle trizas.

—¡Grrrrrrooooowwww! ¡Grrrrrrooooowwww! —rugía, y sin dejar de retorcer la cabeza y agitar los hombros, le desgarraba la piel a tirones.

El hork-bajir aullaba de dolor.

Intentó atacarme, pero se había desequilibrado hacia el otro lado y perdía apoyo, empujado por sus propios aspavientos.

Su impacto contra el suelo sonó claro y lleno de detalles para mi increíble oído de lobo. Mi olfato registró las hormonas de pánico, el equivalente en los hork-bajir a la adrenalina humana que inunda el sistema en una situación extrema.

Oía el pulso acelerado de los corazones de aquella bestia y el bombeo de las enormes arterias de su cuello.

La batalla era encarnizada. Jake, nuestro líder oficial, se había convertido en tigre; Rachel en elefante, Marco en lobo, como yo; Tobías mantenía su cuerpo natural de ratonero de cola roja. Se lanzaba en picado desde lo alto del cielo directo a los ojos. Ax, el andalita, chasqueaba su cola mortal como si se tratara de un látigo.

Habíamos ido allí por una simple misión de reconocimiento. La Alianza, una organización que sirve de tapadera para reclutar controladores, ofrecía una fiesta de honor a los «nuevos miembros», niños y niñas convencidos de que se habían apuntado a una especie de organización de scouts, pero que pronto serían obligados, lo quisieran o no, a servir de portadores a un yeerk y pasarían así a ser esclavos.

Habían organizado una comida nocturna en el parque, donde relucía una gran hoguera. La gente comía perritos calientes, ensalada de col y algún que otro pedazo de pastel de carne. Los adultos bebían cerveza y los niños Coca-Cola. El cielo de la noche estaba tachonado de estrellas.

Habíamos adoptado diversas formas y nos habíamos aproximado a la reunión. Identificamos a una docena de personas que no sabíamos que eran controladores, como el pinchadiscos de uno de esos programas de la mañana que no hay quien escuche, un policía, un reportero de noticias y un profesor sustituto al que tuve durante dos meses en las tutorías mientras mi profesora estaba de baja por maternidad.

Una misión sencilla, sin aparente peligro, de no haber sido porque todo salió mal.

Hacia uno de los lados de la «fiesta», lejos del barullo de la gente ingenua que había acudido sólo para divertirse, la reunión de los jefes empezó a adquirir un cariz un tanto extraño. Una de las controladoras humanas había cometido un error, al parecer bastante grave, y un puñado de hork-bajir la arrastraba hacia un caza-insecto cercano.

La llevaban ante Visser Tres, líder de la invasión yeerk en la Tierra. La pobre sabía muy bien lo que aquello significaba. Si tenía suerte, su muerte sería rápida. Empezó a gritar.

—¡Yo no he sido! ¡Yo no he sido! ¡Tenéis que decirle a Visser que soy inocente!

Fue entonces cuando decidimos involucrarnos. Pensamos que si salvábamos a la mujer, el yeerk de su cabeza cooperaría con nosotros.

Además sólo vimos a dos hork-bajir y a una manada de controladores humanos, ninguno de los cuales llevaba armas.

Nos transformamos en animales de batalla y entonces, por sorpresa, aparecieron cinco hork-bajir.

Nos enfrentamos a ellos. No era la primera vez, y la suerte estaba de nuestra parte.

—¡Aaaaaaarrrggghhhh! —gritó el hork-bajir fruto del dolor y presa del pánico.

Su pierna no tenía muy buen aspecto. La solté y, de un brinco, me acerqué hasta su cabeza. Intentó darme un zarpazo pero apenas le quedaban fuerzas, y su visión por la noche no era tan buena como la mía. Me fijé en su garganta al descubierto, sin protección.

<Vale, han tenido su merecido. ¡Vámonos! ¡Larguémonos de aquí!>, gritó Jake.

Demasiado tarde para el hork-bajir, demasiado tarde para frenar los instintos del lobo.

Poco después nos largamos. Nos detuvimos un instante a contemplar el campo de batalla. Hacia el otro lado, la gente reía y cantaba. Nadie había visto ni oído nada de aquella oscura y sangrienta batalla.

Sólo un puñado de controladores humanos cerca del campo de batalla nos contemplaba con odio. Intercambiamos una mirada y, acto seguido, desaparecimos en la oscuridad de la noche.

<Muy bien, salgamos de aquí de una vez>, dijo Jake apesadumbrado. Siempre se deprime después de un enfrentamiento de ese calibre.

<Siete contra seis y ¡no han podido con nosotros!>, exclamó Rachel, radiante de alegría. Por lo general, después de una lucha siempre está contenta, casi frenética me atrevería a decir.

Tobías avanzaba silencioso, como es típico de él después de una pelea.

<Estaba mordiéndole el brazo a uno de los hork-bajir y ¿sabéis en qué pensaba? En mostaza, pensaba en lo bueno que estaría con mostaza.> Marco siempre busca la broma fácil después de una batalla, bueno, en realidad siempre está de broma. Sólo que las que suelta después de una pelea resultan un poco forzadas.

Ax se limpiaba la cola en la hierba mientras avanzaba.

<Es la última vez que lo hago>, dije.

<Ya, no ha sido una pelea muy inteligente, pero ¡ey! Hemos ganado>, comentó Rachel.

<Se acabó. Nunca más —insistí—. Lo dejo. Abandono esta estúpida guerra, y los animorphs.>

Me di la vuelta y me alejé. Sentía las miradas de mis compañeros clavadas en mi espalda.

Tal vez si no me hubiera sentido tan vacía, tan débil y tan enferma por dentro, habría notado que había alguien más que no me quitaba la vista de encima. Pero, en aquellos momentos, lo único que pensaba era que se había acabado, que no quería volver a pasar miedo y que me negaba a continuar hiriendo a otras criaturas.

Se acabó. Aquella sería mi última misión como animorph.