28

Atravesábamos la tubería, entre lodo, agua y porquerías. Entre insectos de todo tipo.

Recorrí aquel túnel negro y claustrofóbico, con David pegado a mi cola.

Estaba cerca. Muy cerca.

¡Aire fresco! ¡No! ¡No! David lo notaría, se daría cuenta… ¡Tenía que distraerle!

De pronto la tubería se abrió en lo que parecía una caverna. Debía de medir unos treinta centímetros de lado a lado, y era todo de acero, pero el olor del aire fresco era inconfundible para mi sensible olfato de rata.

De pronto oí horrorizada el ruido de un avión lejano. Era imposible que pudiéramos oír ese avión.

<¿Qué ha sido eso? —preguntó David—. ¿Qué es ese ruido?>

<Será agua en las tuberías>, contesté como si nada.

David entró en la cámara detrás de mí. Lo único que tenía que hacer yo era retroceder, bajar por la tubería antes que él. Pero si echaba a correr, David se daría cuenta al instante.

<Aquí huele diferente>, dijo.

<Es verdad.>

Ninguno de los dos podía ver al otro. Pero yo casi oía los engranajes de su mente.

¡De pronto se oyó el ruido de un movimiento!

¡David lo sabía! ¡Se dirigía a la salida!

Di un brinco para cortarle el paso. Los dos chocamos, pelaje contra pelaje. David se lanzó contra mí, arañándome la cara con las uñas y los dientes.

<¿Crees que me puedes engañar?>, chilló.

Caímos hacia atrás, los dos de cara, sangrando. La tubería estaba a mi derecha y a la izquierda de David. Los dos estábamos igual de cerca. Igual de lejos. Los dos cegados.

<Estad atentos —dije a Jake con aire sombrío—. Estad muy, muy atentos. Tenemos problemas.>

David me atacó, pero esta vez me deslicé por debajo de su morro y me incorporé de pronto, desequilibrándolo.

Luego me lancé de un brinco hacia la salida.

¡Pero algo me detuvo!

David me había mordido la cola y tiraba de mí. Yo no podía alcanzarlo, y si lo intentaba no haríamos más que girar en círculo, como un perro persiguiéndole el rabo. David lograría salir por la tubería y escapar por la alcantarilla.

<¿Qué, me tienes bien agarrada, eh David?>, dije.

<¡No escaparás!>

<¿Ah, no?>

Me volví hacia atrás, como David esperaba. Sólo que no le ataqué. En lugar de eso, y sin hacer caso del espantoso dolor, me mordí mi propia cola.

<¡Aaaaaah!>, grité, royendo el último trozo de carne.

<¡Nooooooo!>, chilló David, que cayó hacia atrás con un trozo de mi cola en la boca.

Salí disparada hacia la salida.

<¡AHORA! ¡AHORA! ¡AHORA!>, grité antes de llegar.

La puerta de acero se cerró del golpe. Si hubiera tenido cola, me la habría pillado.

David se estrelló contra la barrera.

<¡No! ¡NOOOOOO!>

De pronto se hizo la luz. Una linterna me apuntó a la cara. Parpadeé como un minero después de un día de sacar carbón.

<Oye, apunta a otro lado>, solté.

A la luz de las dos linternas se veía todo: el suelo abierto por encima de la tubería, para dejarla al descubierto; la tubería partida; la caja de acero fijada en un extremo…

Por no mencionar la tapa que había convertido la caja en una jaula. Una trampa.

La parte superior de la caja estaba abierta con una bisagra. Pero dentro había una fuerte jaula de alambre para mantener a David atrapado.

Allí estaba, convertido en rata.

David miró parpadeando los rostros que lo rodeaban: Jake, Cassie, Marco, Ax. Yo recuperé mi cuerpo rápidamente.

<¡No puede ser! —exclamó David—. ¿Cómo habéis salido de la botella?>

En ese momento Tobías bajó del cielo negro y se posó sobre la caja.

<Pero… tú estás…>

<¿Muerto? —dijo Tobías—. No. Mataste a un pobre ratonero que no se había metido con nadie. Yo rompí la botella de Pepsi. La botella que dejamos allí a propósito, para que la utilizaras.>

—Sabíamos que estabas en el granero escuchando todo lo que decíamos —explicó Marco—. ¿Que cómo lo sabíamos? Por Tobías. De modo que representamos aquella escena patética sólo para ti. Te hicimos creer que Rachel estaba derrotada. Sabíamos que eres tan retorcido que para ti sería un placer obligarla a obedecerte.

—¿Sabes lo que era la pieza de la caja azul que recuperamos? Una pieza de Lego —dije yo.

<Anticipamos todas tus acciones, cada uno de tus movimientos —añadió Ax—. Sabíamos cómo ibas a responder. De modo que pudimos manipularte.>

<Vale, vale —dijo David con una risa—. Muy bien, habéis ganado. Lo admito. Está bien, ahora me marcharé.>

Nadie dijo nada.

<Oíd, hablo en serio. Jake, esto es cosa tuya, ¿no?>

Me volví hacia Jake. Tenía una expresión sombría, como si quisiera estar muerto. Marco miraba hacia el infinito.

Cassie estaba llorando.

David no había preguntado quién había sido el cerebro de la operación. Quién había podido evaluar con tanta precisión sus emociones, su vanidad. Quién había anticipado que me elegiría a mí como guía.

Cassie, por supuesto. Cassie lo había ideado todo paso por paso, porque ni a Jake ni a mí se nos había ocurrido nada.

Para Cassie aquélla era la mejor solución. Por lo menos nadie tendría que morir.

Pero de todas formas sería el fin de David. Y de Saddler. Finalmente acabarían por encontrar el cuerpo del auténtico Saddler, y entonces sabrían que, por lo menos para ellos, no existían los milagros.

<No —susurró David, cuando comenzó a darse cuenta de la verdad—. No. No. No.>

Ninguno llevábamos reloj, claro, puesto que nos habíamos transformado. Pero Ax podía calcular el tiempo con mucha precisión.

Jake miró a Ax, que no mostraba ninguna emoción. Pero yo lo conocía bien y sabía que no estaba disfrutando precisamente.

<Lleva transformado trece minutos>, nos informó.

<No, no, no. ¡No me podéis hacer esto!>, gritó David.

—Has intentado matarnos —dijo Jake—. Nos has amenazado con entregarnos a Visser Tres. Por no mencionar lo que le has hecho a la familia de Saddler.

<¡No puedes juzgarme! ¡Tú no eres Dios!>

—David, llevamos mucho tiempo combatiendo a los yeerks. Toda una eternidad —suspiró Jake—. No vamos a dejar que nos venzas. Vamos a salvar a la raza humana si podemos. Eso es lo importante.

Jake miró a Cassie con gesto de impotencia. Se encogió de hombros e hizo una mueca, como si no pudiera soportar sus propias palabras.

—Te vamos a hacer lo que tú querías hacer con nosotros —dije yo—. Es la ley de la jungla: comer o ser comido —entonces me volví hacia los demás—. No tenemos por qué quedarnos todos aquí. Estamos llamando la atención, y no es seguro. Yo me encargo de esto.

<Yo me quedo, para llevar la cuenta del tiempo>, se ofreció Ax.

—Muy bien —asentí.

—No tienes que hacer esto, Rachel —dijo Jake—. Es cosa de todos. La decisión la tomamos entre todos.

—Sí, pero a mí no me importa quedarme, mientras que a vosotros os va a costar mucho soportarlo.

Jake no me creyó, por supuesto. Ni Cassie, ni Tobías. Marco tal vez sí. No lo sé.

Nadie hizo ademán de marcharse.

—¡Venga, fuera de aquí! —exclamé—. ¡Largo! Estáis llamando la atención. ¿Y si viene alguien? ¡Marchaos!

Jake asintió con la cabeza.

—Sí —fue lo único que dijo.

Jake es un buen líder. Sabe cuándo utilizarnos. Sabe cuándo protegernos.

Agarró a Cassie por el brazo y llamó a Tobías y Marco.

<¡No podéis hacerme esto! —gemía David—. ¡No podéis hacerme esto!>

<Quince minutos>, dijo Ax.

Yo cerré los ojos. Me habría gustado taparme las orejas para no oír nada. Pero lo que oía era telepatía. Y la telepatía no se puede acallar.