En el suelo de cemento de aquel edificio, que jamás se terminaría de construir, había un sumidero. La tapa estaba levantada. Yo guié a David hasta allí. Medía unos quince centímetros de diámetro. Bastante grande, para una rata.
<¿Por ahí?>, preguntó David, nervioso.
<Por ahí.>
<Tú primero>, ordenó.
Me asomé al borde, parpadeé ciegamente en la oscuridad y respiré hondo. Por lo menos era mejor que aquella vez que tuve que transformarme en topo y escarbar un túnel en el suelo. Aunque no mucho mejor.
Por fin me metí en el sumidero. Aterricé de golpe, quince centímetros más abajo, sobre un montón de hojas podridas y suciedad. Ya lo esperaba. Había inspeccionado la ruta con Cassie anteriormente.
Avancé deprisa unos cuantos centímetros por una tubería horizontal. David hizo un gratificante ruido al caer de cabeza.
<¡Aaaah!>
<Cuidado con los primeros pasos>, dije.
<¡No veo nada!>
<Será porque estamos en una tubería bajo tierra.>
<No me provoques, Rachel>, me advirtió David con tono ominoso.
<La primera pieza está en esta tubería.> Seguí avanzando, totalmente a ciegas, con David a mi espalda.
<Más vale que no sea una trampa. Como intentes algún truco, no saldrás de aquí. Y tus amigos se pasarán el resto de sus vidas huyendo de los insecticidas.>
<¿Qué vas a hacer con la caja azul?>, pregunté.
<¿A ti qué te importa?>
<Es sólo curiosidad>, expliqué con tono sumiso.
<Necesito gente que me ayude. Una pandilla.>
<¿Y no tienes miedo de darle poderes a alguien y que luego te haga… bueno, lo que tú nos has hecho a nosotros?>
David se echó a reír.
<¿Te crees que no lo he pensado? Vosotros cometisteis un gran error: dar conmigo. Soy más listo que cualquiera de vosotros. Por eso habéis perdido. Yo tendré más cuidado. Sólo escogeré a chicos estúpidos, que no sepan hacer otra cosa que obedecer mis órdenes.>
Yo puse en blanco mis ojillos de rata. David era cada vez más vanidoso.
<Aquí está la primera pieza>, dije.
<¿Dónde?>
<Si subes aquí la tocarás.>
<¿Y cómo salimos de aquí con la pieza?>
<Por donde hemos entrado. Hay una tubería lateral que podemos usar para dar media vuelta.>
<Muy bien. Tú lleva la pieza.>
Tomé la pieza con mis afilados dientecillos y comencé a retroceder, tropezando de vez en cuando con la nariz de David. Le estaba bien merecido.
Por fin encontramos la tubería lateral y logramos dar media vuelta torpemente.
<¿Dónde está la siguiente pieza?>
<Al final de la tubería lateral. Pero primero tendríamos que sacar ésta.>
<¿Por qué? ¿Por qué no reunimos todas las piezas y luego las empujamos hasta la tubería de salida?>
<Pues… supongo que no lo habíamos pensado>, dije.
<Claro que no —replicó con tono condescendiente—. Pero es evidente, ¿no te parece?>
<Sí, supongo que sí.>
<Ve tú delante.>
Empecé a recorrer la segunda tubería. Tenía el corazón desbocado. Me latía con tanta fuerza que tenía miedo de que David lo oyera y empezara a sospechar.
Pero no. Había tenido cuidado de hinchar su vanidad y de interpretar mi papel de chica abatida y humillada. David tenía la guardia baja. Había matado a Tobías. Tenía a mis amigos atrapados. ¿Qué tenía que temer?
<¿Está todo listo?>, pregunté por telepatía privada.
<Todo está listo —contestó Cassie con voz atormentada—. Que Dios me perdone por lo que voy a hacer.>