27

En el suelo de cemento de aquel edificio, que jamás se terminaría de construir, había un sumidero. La tapa estaba levantada. Yo guié a David hasta allí. Medía unos quince centímetros de diámetro. Bastante grande, para una rata.

<¿Por ahí?>, preguntó David, nervioso.

<Por ahí.>

<Tú primero>, ordenó.

Me asomé al borde, parpadeé ciegamente en la oscuridad y respiré hondo. Por lo menos era mejor que aquella vez que tuve que transformarme en topo y escarbar un túnel en el suelo. Aunque no mucho mejor.

Por fin me metí en el sumidero. Aterricé de golpe, quince centímetros más abajo, sobre un montón de hojas podridas y suciedad. Ya lo esperaba. Había inspeccionado la ruta con Cassie anteriormente.

Avancé deprisa unos cuantos centímetros por una tubería horizontal. David hizo un gratificante ruido al caer de cabeza.

<¡Aaaah!>

<Cuidado con los primeros pasos>, dije.

<¡No veo nada!>

<Será porque estamos en una tubería bajo tierra.>

<No me provoques, Rachel>, me advirtió David con tono ominoso.

<La primera pieza está en esta tubería.> Seguí avanzando, totalmente a ciegas, con David a mi espalda.

<Más vale que no sea una trampa. Como intentes algún truco, no saldrás de aquí. Y tus amigos se pasarán el resto de sus vidas huyendo de los insecticidas.>

<¿Qué vas a hacer con la caja azul?>, pregunté.

<¿A ti qué te importa?>

<Es sólo curiosidad>, expliqué con tono sumiso.

<Necesito gente que me ayude. Una pandilla.>

<¿Y no tienes miedo de darle poderes a alguien y que luego te haga… bueno, lo que tú nos has hecho a nosotros?>

David se echó a reír.

<¿Te crees que no lo he pensado? Vosotros cometisteis un gran error: dar conmigo. Soy más listo que cualquiera de vosotros. Por eso habéis perdido. Yo tendré más cuidado. Sólo escogeré a chicos estúpidos, que no sepan hacer otra cosa que obedecer mis órdenes.>

Yo puse en blanco mis ojillos de rata. David era cada vez más vanidoso.

<Aquí está la primera pieza>, dije.

<¿Dónde?>

<Si subes aquí la tocarás.>

<¿Y cómo salimos de aquí con la pieza?>

<Por donde hemos entrado. Hay una tubería lateral que podemos usar para dar media vuelta.>

<Muy bien. Tú lleva la pieza.>

Tomé la pieza con mis afilados dientecillos y comencé a retroceder, tropezando de vez en cuando con la nariz de David. Le estaba bien merecido.

Por fin encontramos la tubería lateral y logramos dar media vuelta torpemente.

<¿Dónde está la siguiente pieza?>

<Al final de la tubería lateral. Pero primero tendríamos que sacar ésta.>

<¿Por qué? ¿Por qué no reunimos todas las piezas y luego las empujamos hasta la tubería de salida?>

<Pues… supongo que no lo habíamos pensado>, dije.

<Claro que no —replicó con tono condescendiente—. Pero es evidente, ¿no te parece?>

<Sí, supongo que sí.>

<Ve tú delante.>

Empecé a recorrer la segunda tubería. Tenía el corazón desbocado. Me latía con tanta fuerza que tenía miedo de que David lo oyera y empezara a sospechar.

Pero no. Había tenido cuidado de hinchar su vanidad y de interpretar mi papel de chica abatida y humillada. David tenía la guardia baja. Había matado a Tobías. Tenía a mis amigos atrapados. ¿Qué tenía que temer?

<¿Está todo listo?>, pregunté por telepatía privada.

<Todo está listo —contestó Cassie con voz atormentada—. Que Dios me perdone por lo que voy a hacer.>