<Ahora transformaos. En cuanto hayáis recuperado vuestro cuerpo, volved a cambiar>, ordenó David.
<¿En qué nos convertimos?>, preguntó Jake.
<En cucarachas.>
<¡Eso no estaba en el plan!, protestó Jake.
<Lo siento. ¿Os creéis que soy idiota? ¿Os creéis que me voy a convertir en rata mientras vosotros cuatro esperáis aquí para aplastarme como a un gusano? Ni hablar.>
<Muy bien. Pues no hay trato.>
<¿Ah, no? Entonces vas a perder a otra prima, Jake. Os vais a transformar todos en cucaracha y se acabó. Y si no hay trato, muerdo a Rachel ahora mismo.>
Yo sabía que Jake accedería. Lo sabía como persona. Pero el cerebro de la rata sólo sentía un peligro cada vez mayor. De pronto el cuerpo de la rata quedó paralizado de puro terror. No podía ni mover un músculo. Lo único que podía hacer era temblar.
<Quiero tu palabra>, dijo Jake sin convicción.
<Tienes mi palabra, Jake>, concedió David generoso.
Los otros tardaron diez minutos en recuperar sus cuerpos y transformarse de nuevo. Pronto había cuatro cucarachas correteando junto a los anillos de la serpiente.
Entonces David se transformó.
Yo sabía qué pasaría a continuación. Todos lo sabíamos. Aun así no era fácil representar nuestro papel.
<De momento todo va bien>, me susurró Jake.
<Sí. Esperemos que no se vuelva como un loco contra nosotros>, respondí.
<Cassie cree que hará lo que todos esperamos.>
De haber tenido labios, habría sonreído. Jake respetaba muchísimo la capacidad de Cassie para «leer» en las personas. Yo también. Aunque recordé que Cassie no había visto lo malvado que David podía llegar a ser.
<En cualquier caso, tenemos un plan alternativo si le da por pisotearnos a todos>, dije.
<No es que sea un gran plan —replicó Marco—. Es más bien un plan patético.>
David se hacía cada vez más grande, recuperando su forma humana. Por fin se agachó y recogió del suelo lo que parecía una botella vacía. Luego rebuscó un rato hasta que encontró el tapón.
<Allá vamos>, dije a los demás.
<¿Qué tiene en la mano?>
<Lo que habíamos planeado: una botella.>
<¿De cerveza o de algún refresco?>, quiso saber Cassie.
<Parece de Pepsi.>
<Bien>, dijo Marco.
<¿Tienen las cucarachas sentido del gusto?>, preguntó Ax.
David recogió a una de las cuatro cucarachas y la dejó caer en la botella.
<¡Eh! ¿Qué pasa?>, gritó Marco.
David se echó a reír.
—Te estoy metiendo en un lugar seguro.
<¿Qué haces?>, chilló Jake.
—No te preocupes. Mantendré mi palabra. No os voy a hacer daño. Sólo quiero asegurarme de que vosotros no me hacéis nada a mí. Ahora, si os quedáis quietos, terminaremos de una vez.
David metió a mis amigos, uno a uno, en la botella de Pepsi, y la cerró con el tapón de rosca.
—Muy bien, Rachel, vamos a por la caja azul —me dijo—. Ahora tus amigos no podrán estorbarnos.
Las cuatro cucarachas estaban en la botella. Si alguno de ellos intentaba transformarse, no haría más que aplastar a los otros y luego quedar él mismo aplastado dentro de la botella, convertido en un amasijo de carne.
David alzó la botella hasta sus ojos y se echó a reír.
—¡He hecho lo que no ha logrado Visser Tres con todo el imperio yeerk! ¡He atrapado a los animorphs! ¡Ja, ja, ja, ja!
<Todavía no tienes la caja azul>, le recordé.
—Pero la tendré, Rachel. Si quieres volver a ver a tus amigos vivos. Sí, tendré la caja azul.
<¡Nos quedaremos atrapados en forma de cucarachas! ¡Quedaremos atrapados para siempre!>, gritó Cassie.
David dejó la botella en el suelo.
—Dos horas, Rachel. Tienes dos horas, antes de que queden atrapados para siempre como cucarachas. Así que vamos a por la caja azul.