24

David había elegido el lugar para nuestro encuentro, un sitio público donde ninguno de nosotros pudiera transformarse: un bar atestado de gente.

Estaba anocheciendo, y los carteles de neón brillaban. Casi todos los coches tenían los faros encendidos. El tiempo había empeorado otra vez. No era la tormenta de la otra noche, pero el cielo estaba cubierto de nubarrones que habían oscurecido la tarde antes de lo normal.

En la cafetería todo eran luces deslumbrantes, asientos de plástico y chicos devorando comida mexicana.

La condición era que todos teníamos que estar visibles. Pero no nos pusimos todos juntos como si fuéramos una pandilla. Marco estaba con Cassie, Ax conmigo. Jake se había quedado en la barra, como si no supiera qué pedir.

Se suponía que el hecho de estar en un sitio público y bien iluminado era para nuestra tranquilidad, para que no pensáramos que podía ser una trampa.

Pero os voy a decir una cosa: si Visser Tres supiera con seguridad que podía atrapar a los «bandidos andalitas», como él nos llamaba, no le importaría atacar en un sitio público. No necesitaría a los hork-bajir. Podría enviar a controladores humanos a barrer el lugar con metralletas.

Saldría en la prensa, es verdad, pero a nadie le extrañaría demasiado. Supongo que eso dice mucho de la raza humana, con o sin alienígenas.

En fin, el caso es que yo estaba allí sentada, viendo a Ax comer.

Al principio, yo también tenía hambre, pero la verdad es que se me había pasado viendo a Ax devorar tacos, burritos, nachos, judías refritas, montones de salsa picante y las bolsas en las que venía la comida.

—¿Es picante, no? Este sabor… ¿Se llama picantente, no?

—Picante, sí.

—Picante. ¿Y no tengo que rascarme?

—Mira, déjalo.

En cuanto dije esas palabras me arrepentí. Ax soltó al instante el paquete de judías refritas que tenía en la mano y que aterrizó boca abajo en la mesa.

Yo no tenía energía ni para poner los ojos en blanco. Simplemente me volví de nuevo hacia las puertas para seguir vigilando.

Hasta que por fin llegó. Saddler. David.

Caminaba dándose aires como si fuera el dueño del mundo y de todo lo que hay en él. Yo me moría de ganas de borrar aquella sonrisa de su cara. Pero no estaba en el guión. Mi papel consistía en parecer humilde, derrotada y humillada. Eso pensábamos que querría él. Así le tendríamos contento.

David sonrió a Jake, pasó de largo y se sentó delante de mí.

—Te puedes marchar —le dijo a Ax—. Ésta es zona de humanos.

Ax volvió la cabeza con gesto torpe para mirar a Jake. Jake asintió, de modo que Ax se levantó y Jake ocupó su puesto junto a David.

—Vaya, volvemos a encontrarnos, Rachel.

—Perdona, pero yo no estoy metida en esto —dije, levantándome.

David me agarró el brazo.

—¿Qué pasa, Rachel? ¿Es que no te caigo bien?

—Rachel no tiene nada que ver con esto, David. Fue Cassie quien escondió la caja. Ella te enseñará dónde está.

—No —replicó David—. Quiero que me guíe Rachel.

—Rachel no sabe el camino.

David se echó a reír.

Se reía exactamente como Saddler.

—Eso es mentira. Rachel sabe dónde es.

—No lo sé —dije con tono débil.

—¡No seas idiota, Rachel! —exclamó Jake furioso—. David sabe la verdad. ¡Debía de estar en el granero! —Jake parecía de pronto furioso con las judías que Ax había tirado. Les dio un manotazo y un par de gotas de mejunje marrón me cayeron en el brazo.

Jake no se disculpó. Se limitó a mirarme furiosamente.

David se inclinó sobre la mesa, decidido de pronto a ir al grano.

—Muy bien. Rachel me llevará hasta la caja. Y todos vosotros me seguiréis, a unos trescientos metros.

—¿Quieres que te sigamos? —preguntó Jake incrédulo.

—Por supuesto. ¿Cómo voy saber, si no, dónde estáis?

Jake parecía desconcertado.

—Rachel me llevará hasta la caja azul. Y vosotros estaréis allí, donde yo pueda veros, sin transformaros. Luego Rachel y yo entramos, recuperamos la caja y nos despedimos. Vosotros seguiréis combatiendo a los yeerks y yo me haré rico.

Jake asintió con la cabeza.

—¡No voy a ir sola con él! —protesté yo—. ¡No me fío de él! Podría…

—Rachel —dijo Jake, casi con asco—, ¿sabes una cosa? Siempre he pensado que en el fondo eras una cobarde. Haz lo que te digo. ¿Quieres seguir siendo una animorph? Pues obedece.

Yo asentí, sumisa y temerosa.

David escrutó mi rostro con los ojos de Saddler. ¿Sospecharía algo? ¿Nos habríamos pasado en nuestra actuación?

Entonces tendió la mano y me manchó la manga de la chaqueta con las judías. Luego se echó a reír.

Y yo hice una cosa que no hago casi nunca. Me eché a llorar.