Estaba tan exhausta que no iría al colegio al día siguiente. No me importaba. Fui a casa, me metí en la cama con ropa y todo, y me quedé frita.
Por la mañana, tempranísimo, oí unas voces en el piso de abajo. Unas voces sombrías y apagadas. Nada de risas. Pero no me importó. Volví a quedarme dormida.
Entonces Jordan vino a mi habitación y se puso a sacudirme hasta que me volví, con el pelo pegado a la cara y los ojos medio cerrados y legañosos.
—Más vale que tengas una buena razón para despertarme, o te arrepentirás de haber nacido —le espeté.
—Es Saddler.
Tardé un buen rato en entender lo que me decía.
—¿Eh?
—Creo que no está muy bien. Piensan que se va a morir.
Saddler. Mi primo. El primo de Jake. Sí, ya, ahora me acordaba. Había tenido un accidente. Lo habían ingresado en el hospital de niños.
—Vaya por Dios —logré mascullar.
—¿No se te ocurre decir otra cosa? ¿Vaya por Dios?
Era evidente que no podría dormir más. Me incorporé en la cama e intenté espabilarme un poco para pensar en algo más apropiado que decir, pero era como si tuviera la cabeza llena de algodón.
—¡Lo más seguro es que se muera! —repitió Jordan.
Por fin comencé a darme cuenta de lo que Jordan quería.
Se sentía mal, tenía miedo. Quería que yo la tranquilizara.
Le hice un gesto con la mano para que se acercara y reprimí un bostezo.
—Siéntate —dije, dando unas palmaditas en la cama—. Mira, es una cosa horrible, espantosa. Es verdad, Saddler no es más que un niño. Para sus padres va a ser un golpe terrible. Sé cómo te sientes.
—Es que es tan injusto… Quiero decir que… No sé, Saddler iba tan tranquilo en su bici y ahora, de pronto, está a punto de morirse.
Yo asentí con la cabeza.
—Sí, la vida es muy dura.
Jordan puso los ojos en blanco. Mi hermana sabe reconocer un tópico estúpido.
—Lo siento —dije—. Mira, a veces pasan cosas malas. Eso no significa que te vayan a pasar a ti. No significa que nos vayan a pasar a nadie de la familia.
—Sí, pero es que es todo tan extraño. Y yo me siento fatal, porque me alegré de que no me hubiera tocado a mí, ¿sabes? Fue como decir: «¡Uf! ¡Eso ha caído cerca!». Pero no está bien pensar eso. Debería estar triste. Y lo estoy. Pero es que además de estar triste, también me alegro de que no fuera yo. Y luego pensé: «No voy a volver a montar en bicicleta nunca más». ¿Sabes? El hombre que le atropelló dice que Saddler salió a la carretera sin mirar. Así que yo pienso que a Saddler le atropellaron por ir sin cuidado, por tonto. Pero tampoco está bien pensar eso.
—No está bien, es verdad —dije yo—, pero creo que es normal. Como no quieres pensar que podría pasarte a ti, tienes que inventarte excusas, para convencerte de que a ti nunca te va a pasar. Y por eso mismo acabas echándole la culpa a la víctima. Incluso te llegas a enfadar con ella. Le echas la culpa de todo. Es como si le dijeras: «¿Cómo te atreves a hacerme esto? ¿Cómo te atreves a sufrir un accidente para que yo me sienta mal?».
Jordan asintió.
—Pero eso tampoco está bien.
Yo me encogí de hombros.
—No, probablemente no. Pero es la naturaleza humana. A nadie nos gusta pensar que podría tocarnos a nosotros, o a nuestra hermana, o a nuestros padres. Tenemos que hacer lo que sea para no sentirnos así. Tenemos que alzar un muro entre nosotros y el miedo. Tenemos que distanciarnos, tenemos que convencernos de que estamos a salvo. Las cosas malas sólo le pasan a la gente que no tiene cuidado, o la gente mala.
Jordan parecía sentirse mejor. Incluso sonrió.
—Mamá dice que hoy podemos quedarnos en casa y no ir al colegio. Por si…
Yo hice una mueca.
—No es una razón alegre para faltar al colegio.
—Ya. Bueno, a lo mejor Saddler se pone bien.
—Sí, es como en la serie de Urgencias. Los médicos están todo el rato preocupados y luego el paciente siempre sobrevive.
Cuando Jordan se marchó yo me levanté, todavía medio cegada por las legañas, y fui al cuarto de baño a lavarme la cara con agua fría.
<Vaya, vaya, no sabía que eras tan sabia.>
Me incorporé de un brinco y me volví. Miré como loca a mi alrededor… ¡Nada! No había nada en la bañera, nada en el suelo, nada en el techo.
Os aseguro que me espabilé de golpe.
—¿Qué quieres, David?
<Sólo quería oír tu profunda sabiduría, Rachel. ¿Qué pasa? ¿Te pone nerviosa tenerme cerca?>
Yo seguí buscando por la habitación. En el armarito de las medicinas… ¡Nada! De pronto me dio un escalofrío y un asco tremendo. Me di cuenta de que David podía estar en cualquier parte… ¡Podía estar encima de mí!
—¿Voy a buscar un spray para las pulgas? —pregunté al baño desierto, intentando hacerme la dura, como si no tuviera miedo.
<Tienes que poner una pared entre tú y tu miedo, Rachel —se burló él—. Tienes que apartarte de él, convencerte de que estás a salvo, Rachel. Tienes que decirte que las cosas malas sólo le pasan a la gente que no va con cuidado o a la gente mala.>
—¿Qué crees que estás haciendo, David?
<Te estoy enviando un mensaje, Rachel. Sé dónde vives. Ese es mi mensaje. ¿Quieres amenazarme? Muy bien, pero yo sé donde vives.>
Tuve que dominar el miedo que competía con la rabia de mi mente. No podía permitir que David supiera que me tenía en su poder.
—Mi familia no tiene nada que ver con esto.
<Eso lo dirás tú.>
—Tus padres son controladores. No es lo mismo.
<¿Y tú estás del todo segura de que tus padres y tus hermanas no son controladores?>
Tragué saliva, intentando conservar la calma. Eso era fundamental. Tenía que conservar la calma. Si estallaba, David sabría que tenía poder sobre mí.
—Sí, sería muy propio de ti atacar a niñas indefensas, cerdo asqueroso. Y tú decías que nunca harías daño a una persona. Pero yo siempre supe que era mentira. Un cobarde como tú no tiene palabra.
Era una estratagema patética. ¿Se la tragaría David? ¿Qué opinión tenía de sí mismo?
<¿Quieres reglas, Rachel? Pues yo te las voy a dar: dame la caja azul y desapareceré. Me iré a otra ciudad. Me llevaré lo que necesite. ¡Tengo poderes! ¡Pero quiero esa caja!>
—¿Para qué, idiota? ¿Quieres hacer más animorphs? ¿Para qué? ¿Para que te hagan lo que tú intentas hacernos a nosotros?
Supongo que aquello le hizo pensar.
<No te acerques a mi familia, Rachel. Yo me apartaré de la tuya. Esto es entre tú y yo. Ése es el trato. Tú y yo.>
—Acepto el desafío —dije.
<Estupendo. Anda, y ahora disfruta de tu ducha.>
Después de aquello guardó silencio. Tal vez se hubiera marchado. Pero por primera vez decidí saltarme la ducha.