Captamos con nuestros ultrasonidos un submarino a un kilómetro de la costa. Peligrosamente cerca. Y por supuesto, notábamos varias lanchas guardacostas patrullando por la zona y alumbrando el agua con sus focos. Claro que, para un delfín, evitarlas era un juego de niños.
Por fin desaparecieron detrás de una pequeña isleta a un kilómetro y medio de la costa. La isla, en realidad, no era más que un grupo de rocas con un par de árboles. Me asomé a la superficie para verla mejor. Entonces no supe por qué, pero aquel lugar desolado me puso nerviosa. Bueno, tan nerviosa como una se puede poner siendo un delfín.
Nadamos hacia la orilla. Noté, por mis ultrasonidos, que el fondo del mar iba subiendo.
Sólo había unos metros de profundidad, y hasta mi cerebro de delfín se inquietó un poco al notar las olas romper, casi estrellándonos contra arena, piedras y conchas rotas.
<¿Estamos ya bastante cerca?>, preguntó Marco.
<Tenemos que acercarnos todo lo que podamos —dijo Cassie—. Un poco más.>
Al cabo de un momento mi vientre gris arañaba la arena y mi cola era casi inútil.
<Muy bien, ahora —ordenó Cassie—. Cuando nos transformemos podremos defendernos bien en esta profundidad.>
Empecé a transformarme. La verdad es que no me apetecía nada. Las olas eran enormes, como para hacer surf, y se hacían cada vez más fuertes a medida que se acercaban a la orilla. Crecían y crecían hasta convertirse en montañas de agua más altas que una casa de dos pisos.
Intenté sincronizar mi metamorfosis, pero no hubo manera. Una ola me pilló a medio transformarme, y me estampó de bruces contra la arena. Y lo peor de todo es que no podíamos dejarnos arrastrar a la orilla. La playa estaba atestada de patrullas de seguridad, y los agentes llevaban gafas de visión nocturna que les permitían verlo todo como si estuviera iluminado por un enorme sol verde.
No podíamos dejar que nos vieran hasta que estuviéramos preparados. Por eso la rompiente era el lugar perfecto. Aunque por todo lo demás era un lugar fatal.
Por fin me transformé en persona, y me invadió una oleada de agotamiento, casi tan devastadora como las olas de verdad. Las metamorfosis cansan mucho. Realizar repetidas metamorfosis, cuando no has dormido en toda la noche, es para acabar con cualquiera.
Os aseguro que sólo tenía ganas de relajarme en el agua y quedarme dormida. Pero una ola me estrelló de cabeza contra el fondo.
Subí de nuevo a la superficie y me puse a transformarme otra vez.
Ahora las cosas comenzaron a mejorar. Me estaba convirtiendo en un elefante africano. Toneladas de elefante africano. Cuando sobrepasé mi primera tonelada, las olas ya no me molestaban tanto.
Me interné un poco más en el mar para ocultar mi creciente masa y evitar desde la orilla la silueta de una cabeza de elefante, que cualquiera habría reconocido.
Miré a la izquierda con un ojo y a la derecha con el otro. Los demás también se estaban haciendo enormes.
Jake había asumido su forma de rinoceronte. Marco había decidido adquirir el mismo animal. Cassie, Tobías, Ax y yo éramos elefantes.
Las formas de elefante y rinoceronte tienen muchas cosas en común. Son más rápidas de lo que parecen y hace falta algo más que una pistola para abatirlas. Y además, la gente que las ve venir tiene tendencia a salir corriendo.
Entre todos debíamos ser… No sé, unas quince toneladas de huesos, cuernos, colmillos y músculos.
<¿Listos?>, preguntó Jake.
<Listos>, contestó Marco.
<La nariz de este animal se mueve con bastante delicadeza>, observó Ax.
Yo veía bastante bien con mis ojos de elefante, A diferencia de Jake y Marco, que eran medio ciegos. Observé los bungalós cerca de la playa, tenuemente iluminados, y el edificio del hotel un poco más allá, más alto y con más luz.
Nuestro objetivo eran los bungalós. Allí se alojaban los líderes del mundo. El plan era muy simple: si no podíamos detener a los yeerks con sutileza, sencillamente destrozaríamos la urbanización. Entonces, con toda probabilidad, se cancelaría el gran banquete en el que Visser Tres esperaba atacar.
Como ya he dicho, no era un plan perfecto. ¿Pero sabéis una cosa? Con lo cansada y furiosa que yo estaba en aquel momento, con todas mis preocupaciones y mis dudas, la sencillez del plan me parecía genial.