<Va a ser difícil —advirtió Jake—. Tened todos mucho cuidado.>
<Jake, ¿por qué no lo hacemos de uno en uno? —sugirió Cassie—. Yo me transformaré primero, y así podré ayudar a los otros.>
<De acuerdo —convino Jake—. Cassie se transformará la primera. Es la más rápida.>
Sí, parecía lógico. Cassie era la que mejor dominaba las metamorfosis. Jake recurría esta vez a ese talento especial de Cassie. Como había recurrido otras veces a Marco por su naturaleza suspicaz, o a Ax por sus conocimientos de las cosas extraterrestres, o a Tobías por sus ojos y oídos de ave de presa.
Como había recurrido a mí. ¿Por qué? ¿Por mi carácter temerario? ¿Por algo oscuro que habitaba en mi interior?
Cassie comenzó a transformarse. Yo sólo la vi una vez, durante el segundo que duró un rayo.
Estaba convertida en un amasijo de plumas mojadas y piel, con una cara fantasmagórica, como una máscara de Halloween.
La oí gritar sorprendida, y cuando cayó otro rayo sólo vi una mano humana por encima del agua.
<¡Cassie! —exclamé—. ¡Cassie!>
¡No me contestaba! Se estaba ahogando. Había sido una tontería dejar que se transformara ella primero. Se le daban muy bien las metamorfosis, pero yo nadaba mejor que ella. Empecé a transformarme a toda velocidad.
<¡Se está ahogando, Jake!>, grité.
<No hagas ninguna tontería, Rachel. Ya saldrá a flote.>
Yo me callé, pero seguí creciendo. Cada vez pesaba más, cada vez flotaba menos. Al cabo de un momento me había convertido en un bulto de unos veinte kilos con un puñado de plumas. Empecé a hundirme, claro, pero me dio tiempo de tomar una bocanada de aire antes de que una ola me cubriera de agua.
Esperaba salir a la superficie enseguida, pero la ola me había hundido.
¡Y no tenía manos para nadar! Mis pies eran enormes garras de pájaro.
¡Pánico!
«¡No, no! —me dije, enfadada con mi momentáneo terror—. Sigue transformándote. Es la única manera».
Pero los pulmones me ardían. Mis pequeños pulmones de gaviota se habían convertido en pulmones humanos, y no tenía ni un ápice de aire en todo el cuerpo.
Intenté dirigirme hacia arriba. ¿Pero era aquello «arriba»? No podía estar segura. Todo era negro a mi alrededor, como si me hubiera caído a un barril de tinta. ¿Dónde era «arriba»?
Por fin empecé a nadar, dando patadas con pies humanos y brazadas con manos humanas. Pero no sentía la gravedad. No sabía si nadaba hacia arriba o me hundía cada vez más.
Hasta que de pronto algo me golpeó. No vi lo que era, pero noté la piel como de goma.
<Cálmate, Rachel —dijo Cassie—. Vas en la otra dirección.>
Me puso debajo su morro de delfín y me empujó hacia arriba, hacia arriba (¿tanto me había hundido?), hasta que mi cabeza emergió de repente a la superficie del agua negra, bajo la lluvia.
Respiré aire, tragué agua, volví a hundirme cuando me golpeó otra ola, volví a salir a la superficie…
Hasta que me di cuenta de que cabalgaba a lomos del delfín. Me incliné y me agarré al lomo de Cassie.
—Gracias —logré resollar.
<Tómate un momento. Cuando estés lista te mantendré por encima del agua hasta que seas bastante delfín.>
Diez minutos más tarde, todos nos habíamos transformado en delfines.
Cassie me ayudó a mí primero, luego entre ella y yo ayudamos a Jake. Los demás se transformaron rápidametne a continuación.
Tobías fue el último. Tenía que atravesar por la fase de ratonero, así que entre todos lo sostuvimos por encima del agua.
<Un tiempecito estupendo para la ocasión —gruñó Marco—. ¿Qué es esto, un huracán? Como si no bastara con intentar nadar siendo medio ave medio persona, para encima tener que hacerlo en medio de un tifón.>
<Es el agua —replicó Tobías con tono ominoso—. El agua siempre trae problemas. Cuando estás en el aire por lo menos ves qué está pasando.>
<De todas formas parece que mis preocupaciones se han evaporado —dijo Ax—. Me siento de lo más tranquilo. Feliz, incluso.>
<Es el cerebro del delfín>, explicó Marco.
Era verdad. Es muy difícil tener preocupaciones cuando eres un delfín. Un delfín en el mar es como un niño en una tienda de caramelos. Como Cassie en una reserva natural. O como yo en las rebajas.
<Bueno, todos estamos vivos, así que sigamos adelante. Seguramente ya se nos ha hecho tarde>, dijo Jake.
<Vamos aproximadamente diez minutos retrasados, según el plan previsto>, apuntó Ax.
<Vamos allá>, dije yo.
Empezamos a nadar. Éramos un feliz grupo de delfines, saltando en el agua. Nadamos entre las olas, que eran como grandes muros. A veces nos encontrábamos casi en el aire.
¿Tormenta? ¿Qué tormenta? ¿Olas? ¡Las olas eran divertidísimas! ¿Oscuridad? ¿Y qué? Teníamos nuestros ultrasonidos para orientarnos. ¿Viento? Era estupendo. Te ayudaba a avanzar en los saltos. ¿Truenos? No eran más que ruido.
En cuanto a los rayos… Bueno, si estás nadando debajo del agua y te pones de lado para mirar con un ojo hacia la superficie, los rayos son como enormes bombillas. Toda la superficie del agua se ilumina con un brillante color plateado y parece una bandeja de plata abollada.
Un ojo mirando la luz, otro mirando la oscuridad. Para el cerebro del delfín no era ningún problema. El cerebro de delfín no tiene la emoción del miedo. Tal vez otras criaturas conozcan el miedo, pero el cerebro del delfín no está programado para eso.
A menos, claro, que vea de pronto unas manchas negras y blancas, porque puede tratarse de una ballena asesina, y entonces el instinto de supervivencia del delfín se despierta.
Pero las olas, los rayos, el aullido del viento, el agua negra, nada de eso tenía ninguna importancia.
Nadamos junto a la costa hasta que al saltar en el aire, vimos las conocidas luces de la urbanización Marriot. Entonces mi cerebro humano me dominó del todo, con sus propios miedos.
Porque todavía teníamos que transformarnos otra vez en el agua. Y esta vez en plena rompiente.