7

Volaba a toda velocidad. Pero David batía el aire con sus enormes alas.

Era más rápido que yo.

Pero yo también tengo la forma de un águila. Sé qué pueden hacer las águilas y qué no pueden hacer. Lo sé como no puede saberlo ningún ser humano.

Sabía exactamente qué velocidad podía alcanzar David, sabía con qué precisión podía acelerar o frenar. Sabía lo que David veía, con la misma exactitud que si estuviera mirando a través de sus ojos.

Quería que David me viera. Pero no que me alcanzara, todavía no. No hasta que llegara el momento y el lugar que yo había escogido.

Volaba en silencio sobre los tejados, viraba en torno a los árboles, pasaba por oscuros patios detrás de las casas.

Sobrevolaba las cercas y descendía tras ellas, fuera de su vista, para cambiar súbitamente de dirección y ganarle unos cuantos metros. Me metía por huecos entre los árboles, huecos demasiado estrechos para las enormes alas de David.

Pero, aunque no acortó distancias, David nunca se quedó atrás.

Yo misma me cuidé de que no me perdiera.

<Eres muy buena, Rachel —dijo—. Me gustaría no tener que hacer esto, ¿sabes?>

<Ya, pero no puedes evitarlo>, repliqué con desdén.

<¡No me habéis dejado elección! Me habéis obligado. ¿Qué queríais que hiciera, dejar que Jake me diera órdenes? ¡Hubiera acabado muerto! ¿O si no qué? Tendría que haberme pasado el resto de mi vida escondido.>

<¿Qué quieres, que te tenga lástima?>

<He perdido a mi familia. ¡Lo he perdido todo! ¡Gracias a vosotros!>

<¿Pero tú estás chiflado? Tu problema no somos los animorphs. Bueno, por lo menos no lo éramos, hasta que te volviste contra nosotros.>

Estaba llegando a la parte más peligrosa de la persecución. Mientras hubiera árboles y edificios, podía sacar partido a mi tamaño y mi buena visión nocturna. Pero ahora estábamos saliendo a campo abierto.

Sólo quedaban unos cien metros.

David batió sus enormes alas y aceleró. Yo intenté esquivarlo, pero él había previsto mi reacción. Viró bruscamente y casi se me echó encima.

Yo podía ver mi objetivo en la noche: los cables de alta tensión.

¿Los vería David?

Seguí subiendo, subiendo. Las alas me dolían del esfuerzo.

Pero David estaba casi encima de mí, y cuando me encontraba a menos de dos metros de los cables, sus alas me envolvieron en sombras.

<¡Aaaaaah! —grité de dolor. Unas garras de acero se me habían clavado en la espalda—. ¡Nooooooo!>

Dejé de avanzar. Mis alas batían en vano. No iba a alcanzar los cables. No iba a ver a David freírse a diez mil voltios.

Sus garras apretaban más… más… Perdí el control de los músculos de la espalda. Una de las garras se hundió en la piel, queriendo llegar a mi corazón.

David me atacó entonces con su pico curvo, intentando herirme en la nuca.

Estaba perdiendo la batalla. Aquella idea me aterrorizó, no porque yo fuera a morir, sino porque David vencería.

Tobías… Jake…

David iba a vencer. La mente se me estaba quedando en blanco.

«Debería transformarme», me dije. Pero no, nos encontrábamos a mucha altura. Y me resultaba muy difícil concentrarme.

David me elevaba cada vez más. Si me transformaba, caería y moriría por el impacto.

<Lo siento, Rachel —dijo David—. Pero al fin y al cabo todos los días mueren pájaros, ¿no es verdad?>

Y entonces sucedió.

Cayó de la nada, del cielo, de las nubes.

Con las alas plegadas, las garras extendidas.

¡Y golpeó a David en la cabeza! Un revuelo de plumas de águila.

David gritó de dolor.

Y Tobías, sí, Tobías, me habló en telepatía privada.

<Rachel, David se ha convertido en un verdadero incordio.>

David me soltó y yo pude batir de nuevo las alas. Estaba herida, pero David no podía saber hasta qué punto. Y no quiso combatir con dos a la vez, así que se volvió y se alejó.

<¡Tobías! —grité—. ¡Pero si estabas muerto!>

<¿Muerto? ¿Quién, yo?>