Me llamo Rachel.
Estaba soñando una cosa muy rara. Me estaba probando ropa en mi tienda favorita, pero la dependienta no hacía más que traerme prendas que eran muy, muy pequeñas para mí.
—¿Pero no ve que ésa no es mi talla? —pregunté por fin.
—Es que no tenemos nada de tu talla —me contestó ella.
—¿Cómo? ¿Qué no tienen nada de la talla trescientos doce?
«Un momento —pensé—. Mi talla no es la trescientos doce».
Pero en ese momento me vi en el espejo. Estaba transformada en elefante. Y seguía creciendo. Me hacía más y más grande, y mi cuerpo gigantesco estrujaba a la gente contra las paredes, el suelo y el techo.
Bajé la vista y, debajo de un enorme pliegue de mi barriga de elefante, vi una pequeña figura con un canguro naranja.
—¡Dios mío! —gritó alguien—. ¡Ha matado a Kenny!
—¡Aaaaaahh! —chillé yo.
—Podrías probar en la sección juvenil, en la segunda planta —me sugirió la dependienta—. Pero no uses el ascensor, por favor.
Entonces saltó sobre mí y se puso a clavarme las uñas. Las tenía afiladísimas y yo, claro, me enfadé y me la quité de encima. Sólo que entonces ya no era una dependienta, sino un ave.
—¡Aaaaaahh! —grité, incorporándome de un brinco.
Allí, en la oscuridad de mi habitación, la enorme ave gris revoloteó hacia atrás y se dio contra mi mesa.
—¿Tobías? —susurré. Pero no era un ratonero de cola roja. Parecía un halcón pero era gris y blanco.
<No, soy Aximili. Tienes que venir. Tobías ha… desaparecido. Y el príncipe Jake está en peligro.>
Aparté las mantas y puse los pies en el suelo.
—¿Qué?
<Es David. Es un traidor.>
Yo ya me había espabilado del todo. Y estaba muy furiosa.
Metí un par de almohadas bajo las sábanas, para que mi madre se creyera que seguía durmiendo si subía a mirar. Luego eché una ojeada al reloj. Era muy tarde, tan tarde que ya era temprano. Enseguida empecé a transformarme.
—¿Qué ha pasado?
<Jake, Tobías y yo nos quedamos vigilando junto al granero de Cassie. Como ya sabes, Jake sospechaba que David podía volverse contra nosotros.>
—¡El muy cerdo! El muy asquerrrrrffffff.
La lengua se me había encogido a media frase. Mejor así. Ax me habría preguntado qué significaba la palabra que estaba a punto de pronunciar, y eso no era una buena idea.
Seguí haciéndome pequeña, mientras unas plumas marrones aparecían en mi piel, primero como dibujos, luego como tatuajes de lo más realista, hasta que por fin se hicieron plumas tridimensionales reales.
<David se marchó del granero con su cuerpo de águila real. Tobías le siguió. Nosotros fuimos tras ellos poco después, pero no encontrábamos a ninguno de los dos —explicó Ax—. Fuimos a casa de David, bueno, a su antigua casa. Allí estaba David. Jake habló con él. No sé qué le dijo, pero los yeerks estaban vigilando la casa y de pronto un grupo de hork-bajir se lanzó al ataque.>
<¿A quién atacaron? ¿A Jake, a David o a los dos?>
<No lo sé muy bien. Pero David escapó y el príncipe Jake le siguió. Me pidió que viniera a buscarte. Dijo que necesitaríamos refuerzos.>
<Pues ya tiene sus refuerzos —afirmé—. ¡Vamos!>
Hinché las alas y subí de un salto a la ventana. La noche era tan clara para mí como un mediodía. Me había convertido en un enorme búho, un búho de Virginia, con ojos que veían en la oscuridad y un oído que, volando a quince metros de altura, captaba el chillido de un ratón.
<¿Qué le ha pasado a Tobías?>, pregunté. Me había dado cuenta de que Ax había vacilado cuando lo mencionó.
<No lo sé con certeza —contestó—. Pero me temo lo peor. La forma de David es más fuerte en el aire que la de Tobías. Y el príncipe Jake… cree que Tobías ha muerto.>
Noté que me helaba por dentro. Por unos segundos, que se hicieron horas, no pude ni moverme. No podía pensar. Me quedé allí quieta, con las garras clavadas en la madera blanda de mi ventana.
¿Tobías muerto?
Si David había hecho daño a Tobías, yo…
¿Pero de qué servían las amenazas? Yo no necesitaba amenazar. Sabía perfectamente lo que haría. Jake también lo sabía. Por eso había enviado a Ax a buscarme.