¡El águila real era enorme! Parecía llenar toda la habitación con sus alas. Sus garras abiertas me destrozarían en un instante.
Me dejé caer y aterricé de espaldas en el suelo. Una cosa que ningún halcón haría. Algo que los instintos de águila de David no podían haber previsto.
El águila pasó de largo sobre mí. Me metí debajo de la cama, arañando como loco el suelo con las garras. De nuevo, algo nada propio de un halcón.
<¿Cuánto tiempo crees que puedes esconderte ahí?>, se burló David. Pero se notaba la rabia en su voz.
Agachó la cabeza y se asomó, casi con un gesto cómico, bajo la cama. Podía entrar a por mí, pero estaría más estrecho todavía que yo. No podría ni moverse.
Voló hasta la ventana. Vi que sus garras crecían. Se estaba transformando. Grave error. David tenía los mismos poderes de metamorfosis que yo, pero no mi experiencia. Estaría indefenso mientras se transformaba. Era el momento de escapar.
Sólo que yo no quería escapar. Sobre todo sabiendo que Tobías yacía muerto en la cama encima de mí.
Yo había luchado muchas veces contra hork-bajir, taxxonitas, incluso contra Visser Tres. Siempre había entrado en la pelea esperando ganar. Pero nunca me había lanzado esperando matar.
Esta vez era diferente. No quería escapar. Quería acabar con David.
Quería venganza.
Unos pies humanos emergieron de las garras de águila. Yo calculé el momento cuidadosamente, salí de debajo de la cama y batí las alas.
David medía entonces un metro de altura, y todavía estaba cubierto de plumas. Su rostro era de águila, pero los dedos humanos comenzaban a surgir al final de las alas.
David agarró con torpeza un tablón de madera del tamaño de un bate de béisbol.
<Venga, pajarito —dijo—. Intenta salir por la ventana.>
Yo batí las alas, haciendo un ruido tremendo. Pero no volé. Me deslicé por el suelo sobre las patas, utilizando las alas para ganar velocidad. David se dio cuenta e intentó doblarse para dar un golpe en el suelo. Sólo había un problema: todavía era más pájaro que humano. Y los pájaros no tienen cintura.
¡PLAF! El golpe no me alcanzó. Yo había penetrado la guardia de David y volaba hacia su rostro.
David se tambaleó hacia atrás, protegiéndose la cara con sus manos a medio formar. Pero yo estaba demasiado cerca y él era demasiado torpe.
Le arañé la cara con las dos garras.
—¡Aaaaaaaaahhhhh! —gritó, con una boca más de humano que de ave.
Yo hundí una garra en la nariz que comenzaba a aparecer y…
PUM PUM PUM PUM. El ruido de unos pasos a la carrera. ¡PLAF! La puerta se abrió de par en par y los hork-bajir irrumpieron en la habitación.
David todavía estaba cegado por mis plumas y por la sangre. Yo le solté de inmediato y me volví hacia la ventana. La atravesé justo cuando varias garras hork-bajir me hendían las plumas de la cola.
¡Y en ese momento David saltó al vacío! Cayó sobre mí, arrastrándome hacia abajo. Descendíamos muy deprisa, en dirección a la piscina.
David ya se estaba transformando.
Los hork-bajir saltaron sin miedo por la ventana. Eran una especie criada en los árboles, y una caída de tres metros no era nada para ellos.
¡FUMP!
¡FUMP!
¡FUMP!
Tres grandes hork-bajir aterrizaron sobre la hierba. Sus pies de tiranosaurio se hundieron en el suelo. Sus cuchillas llameaban bajo la tenue luz. Yo yacía aturdido, con las plumas tiesas y cubiertas de barro. David se transformaba lo más deprisa que podía. Sus rasgos humanos casi habían desaparecido.
Pero ninguno de los dos podía echar a volar lo suficientemente rápido como para tener tiempo de pasar sobre la cerca y escapar. Yo necesitaba carrerilla para poder elevarme a esa altura tan deprisa, y con la piscina a mis espaldas estaba atrapado. Los hork-bajir corrían hacia nosotros.
Todo terminaría en unos segundos. Me tensé, esperando la cuchillada que me partiría en dos.
Pero en ese momento algo pasó volando sobre la cerca, sobre la piscina. No, no volaba. ¡Planeaba a la velocidad de una bala!
Ax aterrizó valientemente entre los hork-bajir y yo.
<Pensé que necesitarías ayuda, príncipe Jake>, dijo con toda calma.
—¡Un andalita! —exclamó con desprecio el hork-bajir más grande.
<Sí, un andalita —replicó Ax, con la arrogancia natural de su pueblo—. Qué lástima para ti, yeerk.>
Hay que decir que un andalita no es rival para tres hork-bajir. Pero los yeerks muestran un respeto muy saludable por las colas andalitas, de modo que los hork-bajir vacilaron.
No por mucho tiempo, pero fue suficiente. Ax tendió el brazo, me recogió con sus muchos dedos y saltó hacia atrás por encima de la piscina.
<¡Vaya! ¡No sabía que podías hacer una cosa así!>, exclamé.
<Yo tampoco>, dijo él.
Los hork-bajir rodearon la piscina. Ahora que habían superado su vacilación inicial, estaban empeñados en acabar con el único andalita que podían ver a las claras.
De modo que abandonaron a David.
Ax se volvió y saltó la cerca. Los hork-bajir no se molestaron en saltar. Cargaron contra la cerca directamente, convirtiéndola en astillas con un terrible estruendo.
Varias luces se encendieron en las casas vecinas.
Pero era demasiado tarde para los hork-bajir. Demasiado tarde para darse cuenta de que en el jardín vecino también había una piscina.
Ax saltó sobre ella. Los hork-bajir cayeron al agua.
¡SPLAAAAAASSSSHH!
Aquellas criaturas de más de dos metros no se ahogarían. La piscina sólo tenía dos metros de profundidad. Pero tampoco nos atraparían.
Un águila pasó volando.
<¡Tengo que ir a por él!>, exclamé.
<Espera a que me transforme e iré contigo>, dijo Ax.
<No. ¡No podemos perderlo! No me sigas. Ve a por ayuda. Trae a Rachel, que vive aquí cerca. Que se transforme en búho para encontrarnos. Si puede.>
<Buena caza, príncipe Jake.>
Normalmente le habría dicho: «No me llames príncipe». Era una vieja broma entre Ax y yo. Pero no era momento de bromas.
<Ax, creo que Tobías está muerto. Creo que David le ha matado.>
<Sería terrible.>
<Sí. Trae a Rachel. Si David ha matado a Tobías tal vez nosotros también tengamos que hacer algo terrible. Ve a por Rachel.>
Abrí las alas y salí volando en pos del águila real.